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Carta de una espectadora en Cuba

Es bastante joven y sus manos tiemblan. Habla y su voz imita el trémulo movimiento de las manos.
Saluda a la audiencia, ya de pie y pide permiso para leer esto que ahora yo reproduzco:

Diego Sanchez

Al terminar la presentación de Fernando González, Velada metafísica durante Mayo Teatral 2010 en Cuba una espectadora repentinamente subió al escenario y leyó la siguiente carta:

“El arte es un proceso de recuperación cuyo anhelo inicial no es el de resolver los problemas espirituales sino más bien el de mantenerlos en tanto que problemas espirituales, el de no dejarlos desaparecer. Las obras que nos emocionan más profundamente no son en modo alguno las que presentan soluciones felices, sino las que retoman y encierran las direcciones esenciales de nuestro ser.” Estanislao Zuleta.

Las cosas más cotidianas son de las que más duelen cuando se les tiene lejos. Los olores, los sabores, los sonidos, incluso el tacto y los colores despiertan el recuerdo, reviven determinadas épocas y sentimientos inconscientemente.

Como hemos visto hoy, un escenario vacío está lleno de todas partes y se ubica en ninguna. Gracias a Matacandelas cuando Fernando escupe el aguardiente, cuando suena el acordeón, estamos en dos partes al tiempo, somos omnipresentes. Hoy hemos ido a Envigado y a Francia, hemos ido a los años 1930; y a pesar de imaginarnos allá, muchas cosas nos han recordado el acá, nos han hecho reflexionar de lo que somos ahora sin ser físicamente los personajes, sin que las palabras salieran de nuestra boca.

Cuando tenía 9 años pensaba que para recordar tenía que volver a vivir las cosas, que tenía que llorarlas y pensarlas con tristeza; por eso me moría de ganas de regresar a Colombia, de estar físicamente allí. Presentaba un problema que no sólo ocurre a los niños, o a los emigrantes, sino a los países: no se estudian a sí mismos.

Cuando uno no se conoce, recurre a desacreditarse, a buscarse afuera y copiar de lugares que considera de mejor etiqueta; pero también puede recurrir a encerrarse en símbolos superficiales, en esquemas de nacionalismo y costumbres, en banderas que se idolatran y defienden mediocremente. Yo tenía un poco de las dos y cuando tenía 9 años vi por primera vez a Matacandelas representando Pinocho y sus gestos, sus voces, me hicieron recordar con mucha alegría. En ese momento aunque tal vez no me diera cuenta, había entendido que lo que a uno lo identifica, está simplemente dentro de uno mismo, no hay que buscarlo afuera, no tiene que estar encima de él ni ser el propietario para sentirlo. Casi usando las palabras de Mesié González: El que no está consigo mismo no está con nadie.

Empecé a entender ese día con Pinocho y les regalé a este grupo unas flores. Hoy, con la Velada, por transmitirnos un sentimiento similar, de parte de todas las personas ya sean estudiantes o no, que han venido a conocer y han disfrutado y saldrán con más preguntas, quiero entregarles estas flores que no serán suficientes para retribuir su presencia y labor, pero son para que lleven nuestros aplausos, son nuestro agradecimiento nuevamente y nuestra más sincera admiración.

Entrega flores hechas en papel a cada uno de los 11 actores y desciende.
Es colombiana, de padres colombianos exilados en cuba hace ya un largo tiempo.
Momento emotivo. El más. ¿Qué decir? ¿Qué cara poner? No pensar.
Alzar y bajar la cabeza, alzar y bajar. Gracias, infinitas gracias Cuba.
Diego Sanchez