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La noche

Publicado la Revista Vía Pública (Año 3 Número 11 - 1992)

Por Cristóbal Peláez González

¿Qué afinidades particulares le parecía que existían entre la luna y la mujer? Su antigüedad al preceder y sobrevivir las generaciones telúricas; su predominio nocturno; su satélite dependencia; su luminosa reflexión; su constancia bajo todas sus fases, levantándose y acostándose en las horas indicadas, creciendo y menguando; la obligada invariabilidad de su aspecto, su respuesta indeterminada a las interrogaciones inafirmativas; su influjo sobre las aguas afluentes y refluentes; su poder para enamorar, para mortificar, para conferir belleza, para volver loco, para incitar y ayudar a la delincuencia; la tranquila impenetrabilidad de su rostro; lo terrible de su tétrica aislada dominante implacable esplendente proximidad; sus presagios de tempestad y de calma; la estimulación de su luz, sus movimientos y su presencia; la admonición de sus cráteres, sus mares petrificados, su silencio, su esplendor cuando visible; su atracción cuando invisible.

James Joyce. Ulyses.

Cuando los rayos del día invaden los territorios de las sombras, los hijos de nuestros espantos se diluyen agonizantes. Odian la luz. Esta trae trabajo, haceres y deberes, abrazos familiares.

La noche es la atmósfera del arte, su punto máximo. Allí se confunden en la profusa vastedad de lo gótico, las voces de los muertos, el velar y el soñar, la impalpable presencia de lo oculto. En el silencio y en la oscuridad lo extraño habita, la otredad se manifiesta.

Allí también está el crimen, el abrazo amoroso, el mito, el ocio, la fiesta colectiva, el pecado. Es decir, la cultura.

Si el hombre de día transcurre, de noche vive; objeto y sujeto, en la diurnidad circula la carne, en lo oscuro el espíritu, en la una se mira, en lo otro se percibe. En el prisma solar deambulan los esclavos, en la noche el hombre como el gato, se remonta liberado, primitivo. El peligro y el misterio subrayan la existencia.

Larga como la noche polar del globo terráqueo, la literatura ha inventado una noche más extensa y desolada, en ella concluye la travesía de Leopoldo Bloom por los océanos del día y la prolonga Molly Bloom con su desvelo.

Más aterradoras que las brumas siniestras anteriores a la creación del mundo son los confines pavorosos de Howard Phillips Lovecraft.

Las hadas escapan de Shakespeare y huyen noctívagas a los bosques encantados recuperando sus sueños, mientras uno nuestro, León de Greiff, se ensarta en improperios contra el día -le llama bobo, hórrido, plácido, bruto, tonto- convocando lascivo a la noche “su morena”. José Asunción Silva inaugura un nuevo ritmo en el idioma con su noche toda llena “de murmullos, de música de alas”, y, al pie de las ventanas, José Manuel Arango, escucha el viento, pasando la noche en vela “tratando de recordar un rostro”.

Maeterlinck, Poe, Rimbaud, Nerval, Kafka, Lautremont, Pessoa, Bierce, Baudelaire, en fin, son excelsos animadores de la noche. No olvidamos, por supuesto, al “príncipe de las tinieblas”, creatura temible del irlandés Stoker. Lánguidos inquilinos nocherniegos fueron los mitos populares que atormentaron nuestra infancia en las montañas.

Vía Pública en este número noctámbulo quiere atisbar adentro de las sombras, meterse adentro de la urbe oscura, como tanteando su hechicería y su misterio.