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PINOCHO
Teatro festivo

Por Cristóbal Peláez

Las aventuras de Pinocho datan de 1881. Su autor Carlo Lorenzini, que escribió con el  seudónimo de Collodi, en homenaje a la pequeña población toscana de donde era oriunda su madre, nunca llegó a vislumbrar los alcances futuros de su criatura, mucho menos a imaginarse que con la creación de este travieso y simpático personaje de palo le estaba regalando al siglo XX uno de sus mitos más reclamados.

En la tarde de su vida, a sus sesenta años, Carlo Lorenzini, periodista político y modesto funcionario atendiendo la petición de un amigo, entrega para el “Giornale Per i Bambini” los primeros capítulos de esta serie de aventuras con el título de “Chiquillada”.

Allí de un trozo de madera surge Pinocho, figura estelar comparable a otros grandes fantasmas mitológicos que algunos escritores europeos proyectan sobre los delirios humanos: Drácula de Stoker, Lulú de Wedekind, Carmen de Merimée. Ficciones todas ellas que han sido objeto de distintos tratamientos estéticos a la par de innumerables ensayos críticos.

Sobre estos seres imaginarios cabalgan incesantes, una y repetidamente, el cine, el verso, la pintura, la danza, el teatro, la música.

Pinocho ha convertido a la niñez en una gran logia universal, traspasando la barrera de todos los países. Más que un libro, un personaje o un tejido de aventuras nos encontramos con un espíritu de la preadolescencia, una ficción libertaria, un leit motiv de nuestra naturaleza sin domeñar, un rasgo transversal de una práctica estética que como el teatro busca recuperar “esa sombra breve de la infancia”: juego, alegría, magia, contradicción, drama, humor; la infancia como un mundo hacía adentro, la madurez como un mundo hacía afuera (Geppetto), el regreso a nuestra única patria: la infancia.

Pinocho esa sombra tutelar ha sido una obsesión en el continuo trasegar escénico de estos quince años del Teatro Matacandelas. Dicho de otro modo: la puesta en escena de este nuestro Pinocho es el inventario de una vital experiencia publica.

Como en los tiempos idos,  la comedia del arte y la proliferación de compañías de cómicos y titiriteros en el siglo de oro español, Matacandelas quiere enraizar en una tradición festival, hoy y aquí, confluyendo en un fenómeno artístico de los últimos veinticinco años en Colombia: El surgimiento de un arte puramente popular,  el teatro de muñecos.

La unidad entre el intérprete comediante, el títere y la música en una sola hechura escénica, goza hoy de una amplia aceptación en nuestro público,

recuperando para la actualidad los momentos brillantes del mejor teatro.