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RESPUESTAS A UN CUESTIONARIO DE RICARDO SARMIENTO

Cristóbal Peláez González

• Una breve impresión (o diagnóstico) de cómo se encuentra su actividad profesional en Colombia. Qué cree usted que funciona y qué no funciona.

He asistido desde la fundación del Teatro Matacandelas a un cambio de tercio sutil pero profundo en todo lo que se refiere al arte escénico en Colombia. Todos habíamos empezado en el ejercicio de una pasión que asumíamos como contestación a la realidad social y política, y también como una búsqueda a muchas preguntas personales. De pronto nos encontramos con un oficio que está a punto de ser formalizado, reglamentado. El teatro era nuestro romanticismo, nuestro hipismo. Hoy nos hallamos en el limbo. Demasiado informales para el establecimiento, demasiado establecidos para la informalidad. Supongo que estamos en el camino global: una profesión más dentro de la marcha general, sin olvidar que aquí sigue siendo una práctica sospechosa, subestimada.

• Antecedentes personales de su actividad. (¿Por qué Matacandelas? ¿Qué afinidades unieron a sus miembros? ¿Qué objetivos?)

Contagiado por un profesor de primaria en la representación de sainetes me fui sumergiendo gradualmente en el teatro hasta obligarme a abandonar los estudios académicos. En Envigado fundamos varios grupos, ensayábamos de todo a todas horas, absorbidos hasta el pescuezo. Héctor Javier Arias, músico y John Eduardo Murillo, literato, me acompañaron en todas las aventuras y cuando sentimos que todo nuestro fervor adolescente no encontraba caminos, decidimos separarnos. Me fui para España a estudiar cine, porque creía que era una fase superior del teatro (hoy me doy cuenta que es al revés) y en su lugar lo que hice fue vagar, sufrir, gozar y holgazanear y siempre, en cada estación, el teatro volvía a perseguirme. Quise ser un botánico eminente, pero me faltó savia, quise ser un revolucionario profesional y me faltó talento conspirador, quise escribir y me faltó disciplina, intenté ser cocinero y el hambre me tenía harto. Deambulé a la manera picaresca de Diego Torres Villarroel, y después de algunas experiencias teatrales interesantes regresé a Colombia y al momento de bajarme del avión ya estaban Héctor Javier y John Eduardo preguntándome cómo se llamaría el grupo que íbamos a fundar. Abrimos un diccionario, cerramos los ojos y nuestros dedos índices cayeron en la palabra Matacandelas que de inmediato nos gustó. Empezaron a llegar, año 1979, colegiales gomosos que se incorporaron al proyecto. Fue un comienzo de agrupación juvenil vocacional, novatos fervorosos. La mayoría estaban allí por la inducción familiar muy en boga de querer que su muchacho tuviera terapia ocupacional mientras culminaba el bachillerato para que no fuera a caer en el vicio de la marihuana y el bazuco. Al poco tiempo nos dimos cuenta que nos estábamos convirtiendo en una asociación de ayuda social a los jóvenes y decidimos pegar un jalón que nos comprometiera y nos arrojara a nuevas posibilidades, es decir, vivir por, para y del teatro. Camino de profesionalización que llaman. Eso indudablemente ha traído ciertos beneficios, pero también unas responsabilidades que nos roban el alma. A cada rato nos decimos: quisimos ser una alegre pandilla irresponsable y lo que creamos fue una empresa. Qué asco.

El objetivo siempre ha sido compartir con las gentes de nuestro país la cultura teatral. Parece un objetivo muy sencillo pero creo que sigue siendo un propósito maravilloso.

• Las dificultades del comienzo. Obstáculos que encontró en el camino. Intuiciones en el camino, riesgos, decisiones.

En 26 años todo ha sido difícil, no hay un día en que no estemos al borde del colapso. El grupo todas las noches se desarma y hay que llegar al otro día a rearmarlo. Y las dificultades son de todo tipo, siempre las económicas, a veces el desánimo, a veces la hostilidad del entorno, las propias circunstancias personales y hasta el sentido trágico de la existencia. Y obstáculos a granel: emprendimos la consolidación de una sede y fuimos trampeados por un propietario delincuente que nos dejó zozobrando, fuimos a dar a otra sede y nos encontramos con otro malhechor. Tomamos la decisión de adquirir sede propia y caímos en manos de la usura que nos dejó anémicos y a un paso de la cárcel, el guión sigue con bancos, hipotecas, amenazas legales. Nos demoramos 10 años ¡10 años! en pagar nuestra actual sede que coronamos el 12 de diciembre de 2004, a cambio de eso las paredes están que se caen, trabajamos en una bodega donde hay que hacer intermedios para que el público salga a respirar, los actores carecen de seguridad social, y siempre se sobrenavega a base de préstamos al agio que después se pagan a altos costos.

Medellín no es Bogotá, y el espíritu paisa sigue siendo la tacañería, el menosprecio por el tiempo libre, la subestimación por todo aquello que no sea traducible a sancocho y salchichón. Los jóvenes se están empezando a desprender de ese estigma, ya son capaces de invertir en la compra de una boleta y entrar a teatro. Aquí cuando se enteran que una entrada al Festival Iberoamericano puede llegar a costar 60.000 pesos se santiguan y exclaman Dios mío, eso es pecado, con eso me compraría yo 5 libras de carne y un racimo de plátanos. Ya se ha de entender por qué en este territorio no pelecha un festival de teatro, por qué ahora todas las entradas son gratis, y por qué abundan los festivales de chorizos, arepas y carrieles. Fernando Botero pintó muy bien a este pueblo: rollizo y bobo.

Pero la más grande tragedia nuestra es el tareísmo, la actividad a destajo. Disponemos de muy poco tiempo para la investigación y la exploración.

• Su público. ¿A quién iba dirigido originalmente? ¿Qué encontró en el camino? ¿Qué implicaciones para su actividad?

Tuvimos una etapa inicial de itinerancia. Nuestras obras eran muy versátiles y estaban hechas para convertir en escenario cualquier espacio, y en público a cualquier audiencia. Transeúntes, obreros, estudiantes. Aquello nos fue agotando y obstaculizando cualquier posibilidad de investigar y avanzar en la materia. La acotación de director entonces era que había que moverse mucho y hablar muy fuerte. Nos presentábamos en parques, carpas de huelga, patios de colegio, cafeterías. Medellín tenía una infraestructura muy pobre en auditorios. Una puesta en escena no podía pasar de seis representaciones para lo que se llama potenciales compradores: Cámara de Comercio, Universidad de Medellín, Museo el Castillo, Universidad de Antioquia. Nosotros rompimos esa limitación. Nuestros tres primeros montajes alcanzaron más de 600 representaciones. Un periodista llegó a escribir que Matacandelas era capaz de actuar en un ladrillo. Pero nos agotamos. Los actores habían llegado a la perfección del grito y decidimos instalarnos en una sede que abrimos con una temporada de La zapatera prodigiosa de García Lorca y aquello fue una locura. No dábamos abasto, cada espectador traía a otros y la obra la gozó un público muy popular que andaba diciendo que había vuelto el buen teatro a Medellín. Entonces tomamos la decisión de no ceder a una audiencia tan zarzuelera y montamos La voz humana de Jean Cocteau, que creo, marcó el comienzo de nuestra actual configuración: exploración, riesgo, autoridad frente a un público. La sala bajó de 130 espectadores a un promedio de diez por noche, entonces le dije a los muchachos que era desde ahí donde debíamos recomenzar a construir un público, porque el otro, el de La zapatera , era muy bonito, muy alegre, muy expresivo, pero muy limitador para nuestra estética. Fue una decisión de renunciamiento difícil.

En Medellín existen dos opiniones generalizadas: 1- El teatro es muy aburridor. 2- Hay que hacer comedias, quien ponga dramas o tragedias fracasa.

El Teatro Matacandelas ha peleado contra esas dos cosas. O marinheiro es ya un patrimonio de las gentes de nuestra ciudad. Los ciegos ha sido recibida con un gran entusiasmo por los jóvenes y la crítica.

Nuestro público ahora es vario pinto, en la sede representa un 30% del total, y se compone fundamentalmente de estudiantes y profesionales, por fuera predominan los niños y las familias.

• ¿Es posible formar un público? ¿Es importante tener claridad sobre la audiencia potencial a la cual se dirige?

Que se puede formar Matacandelas es una prueba viviente. Está muy claro para nosotros que hay que ponerle el oído al corazón del público, pero no dejarse guiar por sus latidos. Estos están condicionados por mil envolturas diferentes, desde el condicionamiento horroroso que le brinda la televisión hasta la propia vulgaridad cotidiana. El teatro debe imponerse, a través de una fuerte personalidad y de las posibilidades que nos otorga el tiempo. Nuestra ventaja es que los montajes que hacemos no son efímeros, permanecen largos años, en oferta continua, calando en la percepción de un público. No basta que una puesta en escena tenga sus atributos de calidad, se requiere de un equipo de actores muy guerreros para defender su criatura. El ejemplo más contundente lo brinda O marinheiro que empezó con temporadas de una docena de espectadores. Persistimos porque sabíamos que habíamos cogido al público desprevenido, esperamos, nos mantuvimos. Hoy llegan los cuarentones con sus hijos de 15 años que dicen en la entrada: "Los he traído para que se gocen esto que yo disfruté cuando ustedes apenas tenían 2 años ".

Por otra parte, cuando uno está haciendo una puesta en escena tiene virtualmente que crearse un público en la cabeza: yo suelo sentar a Brecht, Stanislavski, Baudelaire, Gustave Flaubert, Andrés Caicedo, Georges Perec, Alfred Jarry, Sylvia Plath y toda la pandilla de mis obsesiones literarias.

• ¿Usted cree que falta una cultura de la asociación en los artistas (independientemente de su campo de actividad)? ¿Traería beneficios?

Hasta llegamos a tener conciencia de esa necesidad y consolidar pequeños brotes y ahora nos dispersamos. Pienso en una especie de sindicato, en un comité de dificultades que profundice en la relación con la sociedad, con sus instituciones y con el estado.

• ¿ Son importantes las asociaciones de artistas? ¿Por qué?

Pongo el caso de MEDELLÍN EN ESCENA, nuestra asociación de salas de teatro en la ciudad. Creo que nos ha acercado bastante dinamizando procesos que nos son comunes, por ejemplo, la pelea por el espectador nuestro de cada noche, la promoción conjunta de la actividad escénica, el acercamiento con nuevos públicos. Los resultados no son de gran calibre pero creo que no deben ser menospreciados.

• En el ámbito del "empresario cultural", de los intermediarios entre el artista o su obra y el público en general (productores, editores, operadores culturales). ¿En qué nivel estamos en Colombia? ¿Qué "herramientas" faltan para consolidar estos procesos?

En un nivel deplorable. Apenas si se están haciendo cosas pequeñas en el ámbito oficial. Productores ¿quiénes? Editores ¿quiénes? Críticos ¿quiénes? El teatro ya ni siquiera es un acontecimiento que llame la atención de un medio tan incidente como la televisión. La gran prensa lo considera superfluo. En Medellín no sabemos qué se está haciendo en el resto del país. Se crean circuitos de intercambio esporádicos que desaparecen con la misma rapidez. Nada se consolida. Se perdió incluso ese espacio de diálogo que era el festival Nacional. Nuestra actividad es marginal. Fanny Mikey ha logrado romper algunas murallas.

Aquí todo es espontáneo y episódico, de pronto te llama alguien que comete la osadía de crear una muestra, la realiza con las uñas y nunca vuelve a realizar un segundo intento porque se queda tres años pagando deudas del primero. Ramiro Osorio sentó unas bases mínimas para el teatro, pero estas fueron sucesivamente burladas por el ministerio de Cultura, que tiene un criterio bastante pueblerino: llevar vallenaticos a Francia y organizar simposios.

Me supongo que esas "herramientas" que mencionas tendrían que ser la hoz y el martillo.

• Proyectos, sueños y deseos (a mediano y largo plazo)

Proyectos:

Sueños:
Montar obras de teatro que logren un estremecimiento mutuo con el espectador. Mi gran ventaja es que no sueño en ser un director muy importante en Nueva York o en Londres. Mi sueño ya está aquí hecho carne, formar parte de Matacandelas y hacer las cosas cada vez mejor. La meta es el camino. Deseo. Realizar muchas puestas en escena.

• ¿Le aconsejaría a un joven, que está empezando su actividad artística, que pensara a la vez en ser su propio "productor", su propio emprendedor? ¿Por qué?

Estamos mal acostumbrados a un tipo de productor que suele ser un comisionista que no ha tenido éxito en mercadería y viene a ensayar en lo artístico, sin demostrar ningún interés especial. Este sujeto puede ser a veces un "metelón" simpático que acaba de salir de una licenciatura de marketing y viene a probar suerte con fórmulas e iniciativas innovadoras. Todos esos cuentos de "empresa", "gestión" "mercadeo" siempre olvidan que aquí el gran debate no es bursátil, sino espiritual, FUNCIONAMIENTO ESPIRITUAL.

El arte teatral tal como aparece en nuestras condiciones, exige abordarlo desde todas sus posibilidades. No creo en el espíritu puro del actor, ni en el director que no sabe ni fritar un huevo, o que se precia de tener sus manos muy delicadas con uñas esmaltadas. Al teatro lo definía Jean Tardieu como una gran maquinaria física y mental. Disfruto mucho discutiendo con la gente cuando me llaman a pedir funciones, lo hago con gusto porque es la manera de entablar un diálogo con el mundo que está ahí afuera. No se trata de vender sino de orientar a los interesados, instituciones y personas, sobre qué es lo mejor para su programación, aún a costa de perder "el negocio". Siempre pregunto sobre sus necesidades y no sobre las mías. Hasta les aconsejo otros grupos, a riesgo de parecer un "mal productor". Trabajamos en algo muy precioso que no se puede ofrecer como mercancía barata. Disfruto participando en el tipo de promoción, ideas gráficas, comunicaciones. Me gusta hacer todo aquello que pueda ser útil en Matacandelas: taquilla, teléfono, escribir bestialidades, pelear, cocinar para los actores, talleres, conferencias. Y de las cosas que más disfruto, aparte de encerrarme con los actores a crear obras, es pararme en la puerta todas las noches a observar la entrada de los espectadores. Me exijo conocer los rostros y los cuerpos de aquellos con quienes se va compartir durante unas horas el ritual de la experiencia escénica. Me resultaría monstruoso presentar obras para un hueco oscuro donde sólo reposa un bulto de carne irreconocible.