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CREACIÓN EN EL TEATRO MATACANDELAS

Por: Cristóbal Peláez González

- El Teatro Matacandelas es un elenco estable, son todos los actores en todos los montajes, con obras que se mantienen en repertorio muchos años, a veces hasta décadas, y nuevos montajes (en promedio uno al año) que van engrosando un contingente que gira por la ciudad, por los pueblos y a veces, cuando se puede, por otros países.

- Actores con trayectorias desiguales, algunos con muchos años de estar trabajando juntos, de estar creando entre nosotros ciertos vínculos estéticos, ideológicos y afectivos que nos permiten confluir en algunas preguntas comunes y a cierto nivel de compromiso interno y con la sociedad.

- Un patrimonio común son las obras, la infraestructura y un público que hemos construido a lo largo de 28 años de escenario (se ha construido en 28 años y se puede desbaratar en una noche, tememos).

- El punto de partida de un montaje casi nunca se da en el escenario. Va emergiendo de diversas maneras, se cuela de manera extraña en nuestras conversaciones, nos persigue, a veces obsesivamente, viene a veces en forma de tema, o de autor, o simplemente en el tono de algún texto literario que sometemos a la prueba del tiempo, esos largos periodos en que a partir de hablar, leer, conversar, analizar, nos pueden llevar al desencanto o a la reafirmación.

- Si la prueba del tiempo -pueden ser tres años o diez- es superada por ese texto, o ese tema, o esa idea, consideramos que ya podemos entrar al escenario a poner en escena la obra.

- Punto esencial en nuestra creación: la improvisación. Se elige en colectivo un punto de partida, una partícula que será sometida a inagotables sesiones que llevarán meses donde se buscará como primera urgencia la forma representativa (narrativa). Entre una y otra improvisación, que se convierte en un maravilloso (y angustiante) laboratorio va en embrión surgiendo la envoltura estética del espectáculo.

- Nos ocurre a menudo que después de medio centenar de improvisaciones -bocetear lo llaman los pintores- encontramos un lenguaje que consideramos apropiado. Una tercera parte del tiempo de montaje lo insume la elaboración de los cinco primeros minutos del espectáculo. Allí van concentrados todos los códigos.

- El teatro como un "no saber" es una experiencia placentera. Bajo ese criterio se salvaguarda la posibilidad cada vez de adentrarnos en territorios oscuros, desconocidos, estar preparados para la sorpresa, para lo fortuito, para lo espontáneo.

- El resto es ingeniería y arquitectura.

- Frente a la sobrevaloración de lo creativo hay un aspecto que pretendemos no subestimar: el valor de uso social de la obra teatral. Quiere decir que hoy el teatro también ha entrado en la fase del producto de consumo inmediato y de fácil deshecho. Antes de sumergirnos en el nuevo montaje intentamos "medir las consecuencias", la proyección que pueda tener la obra en el entorno, su socialización.

- No se debe entender por ello que auscultemos en el afuera preguntándonos por lo que quiere el público, se trata más bien de aquello que entendemos como potencialmente válido a nivel estético y filosófico, no importa que esté a contrapelo del gusto y la aceptación general. La estética será siempre un gesto autoritario. Antipopular en primera instancia.

- Aquello que designamos como específicamente teatral no sabemos qué es. Se supondría que es la posibilidad de representar en un escenario algo que sea capaz de sostener el interés de unos observadores y obtenga la aprobación crítica. Cuando unos actores ejecutan movimientos y voces en el escenario y la gente contempla con indiferencia o aburrimiento, se habla de fracaso. Atraer, seducir, sigue estando dentro de los grandes objetivos humanos, y más evidente por supuesto en el teatro que es una práctica de exhibicionistas.

- La compulsión del seducir ha marcado en varias direcciones el teatro. Técnicamente se designa como estrategias comunicativas. Dramaturgos y directores buscan con frenesí mantener al espectador enganchado a la butaca. Algunos hasta utilizan pólvora, otros efectos monumentales, los de más allá atractivos desnudos, se sueltan chistes, los actores se desnucan en piruetas circenses. Siempre aquí y en todo el mundo el horror que nos produce la butaca vacía.

- En el Teatro Matacandelas sabemos qué no queremos pero aún ignoramos qué es lo que queremos. No aspiramos a un teatro que sea una simple coda de la realidad (¿no es la estética una contrapuntada a la realidad?), tampoco a un teatro informativo, ni a un teatro que sea el refulgente escenario donde cada actor está tratando de exhibir su grandeza creativa por encima del resto de los comunes mortales, mucho menos un teatro que sea el vagón de arrastre de los programas sociales de las instituciones reformeras (oenegés y oficialidad) que tratan de desaturdir su conciencia exigiendo un teatro fotocopia de los padecimientos a los cuales es sometida la población, y menos de menos, un teatro melodramático con acento de lamento latinoamericano muy opcionable en Europa para premiar el subdesarrollo.

- Pero ¿qué queremos? A veces, escarbando dentro de nosotros, nos hemos preguntado si en el fondo el escenario no nos ha sido un mero pretexto de arrojar literatura, puro gusto por la palabra viva, fascinación por la voz humana. O marinheiro de Fernando Pessoa, una de las obras por las cuales más se nos reconoce (todo el mundo habla de ella y pocos la han visto) es una extenso flujo de palabras de cuatro actrices que apenas si pestañean (¿Esto es teatro? Se preguntan escépticos los que la ven).

- Los ciegos, de Maeterlinck, sigue en la misma línea. Y otro tanto podemos agregar de nuestro repertorio, en especial de la Medea de Séneca, autor de quien se suele decir es para leer y no representar. Por ello, tal vez con justicia, hemos sido acusados de estáticos, de fríos, de impersonales. A fin de cuentas cada vez se le han tratado de poner axiomas al arte teatral, pero este siempre se burla de las formulaciones. Nuestra época, creemos, está signada por la exploración, por el exceso de libertad. El público -y público es una palabra virtual- está dispuesto a respaldar cualquier creación que esté marcada por el elemento clave: rigor.

- Rigor. frente a las producciones veloces y exuberantes que hoy se hacen en Estados Unidos y en Europa, nuestros colectivos, demasiado artesanales, aún ponen demasiado interés y tiempo en analizar o crear de manera conjunta las partituras, las improvisaciones, la distribución de la obra. Quizá porque el teatro no es nuestra profesión sino nuestra forma de vida. Encontramos tanto deleite en la representación como en el tiempo de investigación y puesta en escena. No somos profesionales (y no nos pregunten de qué vivimos, que no sabríamos responder), no nos acercamos al teatro a cumplir una disciplina laboral. Nuestros grupos -en Colombia ha sido así-, son clanes familiares, pandillas escénicas. Pequeñísimas sociedades con individuos que románticamente viven el teatro como aventura juvenil, o porque tal vez, anclados en la niñez, somos personas que nos negamos a la adultez.

- El gobierno colombiano -y digamos gobierno y colombiano por comodidad gramatical- ha venido insistiendo en la necesidad de reglamentar la existencia de los grupos, poniendo con una mano algunos exiguos aportes económicos y con la otra extendiendo decretos y leyes que hablan de la necesidad de sacarnos de la informalidad. Detrás de esa reglamentación agazapada está, claro, la escudilla tributaria.

- Esta mano amiga del gobierno es la mano peluda de la parca. Pasamos de ser alegres pandillas escénicas a convertirnos en "empresa", y una empresa es un aparato que elabora productos, y esos productos son manufacturados por obreros, y no hay ningún obrero en el mundo, que salario aparte, esté interesado en su empresa y la empresa deberá hacer estudio de factibilidad comercial para surtir a la clientela acerca de los productos que requiere. Y entonces el teatro será una ocupación más para una población urgida de empleo. Y se convertirá en entretenimiento, es decir, en esa cosa horrible que algunos llaman "matar el tiempo".

- El Teatro Matacandelas entonces será un dinosaurio. Ni siquiera digno de figurar en un programita de Discovery Channel.. El resto es literatura.