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CUADERNO DE REFLEXIONES SOBRE LA COSA TEATRAL

EL ACTOR, EL AUTOR Y LA LOCA DE LA CASA: LA IMAGINACION

Por: Cristóbal Peláez González

Publicado por el periodico EL MUNDO. 1998

Es imposible hacer una gran puesta en escena de un pésimo texto. Entre las cosas tristes es mirar a un actor de talento luchando contra una partitura teatral mediocre. Pero a veces nos ocurre descubrir un gran autor a pesar de los atropellos de un mal actor. A Beckett se le ve salir a flote a codazos. Shakespeare se bate a espada limpia contra la delincuencia escénica: Y "Muchas veces al caer el telón yace sobre el escenario el cadáver destajado del autor".

A pesar de todo, Tennesse Williams es un poeta dramático contra el cual ningún mal actor ha podido pervertir, ni recitándolo al revés.

Ionesco no se preocupa de la poesía. Es un teatro en el vacío, producto de un autor que comenzó odiando este arte y lo ataca con el teatro mismo hasta convertirse en un dramaturgo destacado. Es un provocador de oficio que cayó en el error de hacer del teatro aquello que justamente pensaba combatir: un mensaje. A pesar de lo frecuentada no deja de ser "La cantante calva" una obra genial. Ionesco tiene además la virtud de provocar en el actor la paranoia de la libertad. El actor de repente se siente envuelto en un juego libre donde puede transgredir al propio autor, se siente en una estructura abierta. Y no hay que olvidar que la mejor manera de respetar a un autor es transgredirlo.

El Teatro isabelino se prolijó en autores dramáticos. Quien más brilla es Shakespeare. El siglo de Oro - y fue de oro por ello - produjo tres nombres. En un siglo un país es incapaz de producir 3 autores dramáticos de gran talla. Y ni hablar de poesía. El gran autor colombiano aún no surge, tiene plazo hasta 1999, el próximo cuenta con mayor plazo, un siglo.

No obstante a nadie se le puede fusilar por no ser Shakespeare.

Alvaro Cepeda Samudio, Tomás Carrasquilla, García Márquez y Andrés Caicedo, son los autores colombianos que han influenciado y provocado mayor número de puestas en escena. Ninguno de los cuatro son en rigor autores teatrales, a excepción del desafortunado monólogo de Gabo y las incipientes dramaturgias de Caicedo. García Marquez ha sido el más frecuentado en el teatro y en el cine y en todos los casos con la misma suerte. Nuestro nobel parece tener pava para la escenificación. Su maravilloso malabarismo de palabras parece no tener ninguna relación con lo visual. Las mejores puestas en escena de sus cuentos y novelas parecen estar circunscritas a la imaginación del lector, que es superior en todo caso a cualquier realización.

Toda la vida nos dijeron que una imagen vale mil palabras. Quienes nos acunamos con la radio sabemos que una palabra vale mil imágenes. De allí el riesgo de tratar de traducir a imágenes las palabras. Cuando se le pone carne al sueño éste se desvanece.

El cine y la televisión están encadenados a la realidad y a la exuberancia de medios. Al teatro le basta con insinuar. El espectador va al teatro a recibir un pie de apoyo para completar el asunto dramático, al cine acude a asombrarse, a tratar de participar en un sueño que otros sueñan por él. En el cine hay alucinación, en el teatro todo el esfuerzo mental está del lado de los espectadores. Por eso al cine se va a descansar, al teatro a inventar. Vale decir, a jugar.

Al actor de teatro le basta una hoja de hierba para mostrarnos la pradera.

Uno de los rasgos comunes a los grandes actores es la "inexpresividad", se mueven poco y su rostro permanece quieto y enigmático mientras suceden los acontecimientos dramáticos más violentos. Parece que toda su carga emocional la guardaran para si y que incluso trataran de ocultarla. Podría quedarme días enteros mirando el rostro quieto e "inexpresivo" de un muerto. El histrión me fatiga rápidamente.

A finales de milenio la población de espectadores teatrales de una ciudad de casi dos millones de habitantes que es Medellín alcanza la cifra de 5.000. Hablamos de aquellos que ya incluyen en su "canasta" la necesidad del teatro. Lo demás es público ocasional, público por azar. El afán de multiplicar esta cifra ha obligado a algunos conjuntos teatrales a realizar obras livianas, ágiles, un teatro de divertimento para seducir. A menudo nos piden obras amenas y muchos no quieren teatro porque alegan estar cansados para pensar.

Como el teatro es ritual es un acontecimiento predominantemente nocturno. ("los dioses hicieron el día para que el hombre pueda relatar la noche") El arte todo está ligado al suceder de la noche. Nuestros antepasados debían representar a telón abierto en horas de luz o, en casos, con una iluminación sujeta a la continuidad de las veladoras o las lamparas de gas. No podían contar con los inmensos recursos de la electricidad. Aún hoy hay quienes conciben la iluminación para que "los actores se vean". La iluminación nos ofrece la posibilidad de crear planos, abrir, cerrar o trasladar focos de atención, subdividir areas, crear atmósferas, su máxima virtud puede ser el coadyuvar a un orden de lectura. La tarea de un diseñador u operador de luces no difiere en nada a la de un pintor, de ahí que este oficio a veces subestimado requiera de un gran imaginero. Sería una tarea de director. El pintor lumínico posee un gran recurso de entrada: la oscuridad, a partir de ahí el nos va administrando las imágenes.

Cuando se apagan las luces comienzan los sueños del luminotecnico, se dice con acierto.

O: Al principio no había nada, todo estaba oculto en las tinieblas y el hacedor dijo "hágase la luz" y la luz se hizo y el hacedor separó las zonas oscuras de las zonas iluminadas y las cosas tomaron aspecto. Y nació la creación, es decir, la ficción, el arte. El GRAN TEATRO DEL MUNDO.

Si el teatro es un juego el actor debe, para seguirlo, procurar que sea verosímil. El "hacerse pasar por otro", nos ofrece la credibilidad que otorga la rigurosidad.

Nadie juega jugando. El actor se desgasta en su expresión, es decir, lo hemos visto ya tanto y nos resulta imposible imaginarlo siendo ese otro. Como ocurre con las grandes estrellas de TV, que nunca se transforman y siempre hacen personajes de "ellos mismos". Para el actor no desgastarse recurre a ciertas argucias que lo ayudan a ocultar su identidad real: se camufla en el maquillaje, los cambios de voz, movimientos extraños a los suyos. Así el espectador olvidará a ese ser familiar. Hay actores que se niegan a encubrirse en otras apariencias para ser reconocidos por su público. Este es el tipo que "no ama al arte en si mismo si que se ama a si mismo en el arte".

"Se volvió un maestro en el arte de simular ser muchos, para ocultar su condición de nadie", lo dijo Borges de Shakespeare.

Nuestro espectador debe comprender que aquello que ejecutamos con habilidad también él lo podría hacer si destinara el tiempo y el esfuerzo necesario para ello. No estamos signados por ningún destino superior, ni somos más creativos que nadie. Es cuestión de oficio. Hemos consagrado nuestra existencia a aquello que mayor placer nos aporta: El ejercicio de fingir y vivir nuestra agonía particular en la escena.

Quienes se lamentan de que el teatro es un oficio que no da para vivir, deberían dedicarse ipso facto al comercio o a la usura o a la medicina o al derecho. Es bastante fácil dedicarse a un oficio sabiendo de antemano cuanto renta (Pavese).

Afortunadamente el oficio del teatro no es rentable, de lo contrario estaría lleno de banqueros. !Qué horror, santo dios!

Nuestro amor por el ejercicio escénico parte de un impulso interior, es cierto que nos imaginamos la vida de otra forma pero no la aceptamos.

El hecho de que el teatro se desenvuelva en un ámbito de precariedad no es culpa nuestra. Somos producto de una época, de unas circunstancias, de la ignorancia, de la estupidez, de una anacronía social.

Si la época no ofrece grandes opciones quiere decir que somos una gran opción para la época.

Las grandes empresas de la humanidad han requerido de temperamentos fuertes caracterizados por su tozudez. De ellos aprendemos a irnos más allá de las circunstancias. Nunca el mundo fue hecho por aquellos fulanos de los cuales hablaba Fernando González, "casados, colocados y muertos".

De la felicidad hasta el momento no se conoce ninguna producción artística importante.

El arte, en todos los casos, es el producto de una cosmogonía. El artista, por paradoja, es siempre aquel que construye mientras se destruye a sí mismo.

La ambición de todo grupo teatral es llegar a una estructura sólida, en condiciones espaciales y económicas estables. Una vez esto se logra viene el peligro mayor pues ya no hay regreso y no podemos "dinamitar nuestra propia estatua". Los conjuntos teatrales nos plagamos del vicio de la costumbre, falta la aventura, el peligro de muerte. Empezamos a envejecer a la sombra. No se quiere arriesgar. Se está unido solo por la necesidad creada de estar juntos, ya el fracaso no forma parte del itinerario. Los jóvenes nos seducen por la despreocupación con que miran nuestro afán de laborar. El excesivo trabajo, la excesiva practica, el excesivo arte también es un vicio. ¿Por qué no pateamos alegres como burros dando coces al viento?.

La inmadurez es la perfección.

La madurez es la antesala del feretro.

La seriedad y la sobriedad son atributos de la vejez.

La juventud es el exceso.

El teatro colombiano padece una crisis según los entendidos. Los hacedores manifiestan que esa crisis está aupada por la despreocupación y la indiferencia del estado. Los mejores actores y directores se ven obligados a abrevar en la televisión, perdidos al cabo de los años en el vodevil barato, otras veces los absorbe el menester pedagógico. La crisis mediatizada por factores económicos y sociales está en gran parte en una crisis de ideología estética. El problema es definitivamente filosófico.