El Teatro Matacandelas
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En el centro de la ciudad de Medellín se encuentra la sede del Colectivo Teatral Matacandelas, uno de los grupos más activos y originales en toda la historia de las artes escénicas colombianas. Nacido en 1979, dirigido y guiado por Cristóbal Peláez, el conjunto se ha mantenido a lo largo del paso de los tiempos en una suerte de alegre e incansable utopía, a caballo entre la poesía, la narrativa, la danza, el cine y la dramaturgia, creando un lenguaje único, extraño, de preciso contagio. A medida que pasan los años, el Matacandelas ha consolidado una sede y, con ella, un público, especialmente juvenil. Y, como saltan de un lado a otro en la incesante búsqueda de encontrar un pequeño asidero ante el misterio de la creación, ellos mismo tratan de definirse de la siguiente manera:
"Algo ha caracterizado estos años de hacer escénico del Teatro Matacandelas: es su insobornable falta de estilo, el tanteo con nuevos y viejos lenguajes, la carencia de un dogma, su clima de exploración permanente, considerando que sobre el tablado las certezas estéticas se hallan empalidecidas por las maravillosas dudas. Lo que ayer pudo significar un seducible (y funcionable) camino para mucho, hoy puede convertirse en un obstáculo para la libertad creativa. Nuestro repertorio señala a rápido golpe de ojo en todos sus autores y tendencias sus saludables contradicciones: T. Williams, Pessoa, Ionesco, Cocteau, Andrés Caicedo, Beckett, Lorca, Brecht, Aguilera Garramuño y, por supuesto, las dramaturgias nacidas en el grupo, que conforman una mitad del total de puestas en escena. Autores, como se ve, de distintas instancias poéticas y diversos estilos que convergen en una actividad reforzada por tres disciplinas: teatro, títeres y música. Dirigidas a públicos distintos, destacándose la protección infantil"(1).
Conscientes del lugar que ocupan en el mundo teatral de Medellín, con la realidad de un medio a veces hostil, a veces indiferente, el Matacandelas reflexiona así sobre su papel al interior de la cultura colombiana: "Si el acceso ha sido una contribución del Teatro Matacandelas, lo dirán mejor las 5153 funciones públicas realizadas en estos años de existencia; momento donde en los últimos años -desde su sala estable- incrementa sus veladas anuales a 250" (2).
Sí. 250 veladas teatrales por año, para un grupo independiente, es una verdadera proeza, no solo en Colombia, sino también en cualquier otra parte del mundo. Pero, sobre todo, en Medellín, en la década de los ochenta, cuando el horror se instaló en la ciudad capital de los excesos y la intolerancia. En una curiosa paradoja, mientras las gentes de la capital antioqueña dejaron de salir a las calles de noche, al mismo tiempo se multiplicaron los grupos de teatro con sede propia. Pero cada uno con una característica específica. Felizmente, nada se parece al trabajo de este ya veterano grupo, siempre adolescente, reunidos en una aventura teatral de alto riesgo. Casi todos sus montajes han sido conducidos por Cristóbal Peláez, alma y nervio del conjunto (por lo demás, el Matacandelas es uno de los pocos grupos que subsisten en Colombia, en el sentido que esta palabra tenía en los setenta). Peláez, luego de cinco años de exploración en España, decidió correr el riesgo de enfrentarse a los misterios de la puesta en escena, con un cargamento de experiencias que venían, fundamentalmente, del lado zurdo de la vida, mezcla de militante político, de entertainer, de cocinero y de poeta. No es extraño encontrar, por consiguiente, que a lo largo del repertorio del Matacandelas haya prioridad en montajes que partan de la literatura, más que de la dramaturgia. Desde el primer montaje (Qué cuento es vuestro cuento), Peláez recurre a un conjunto de relatos breves para, alrededor de una silla, explorar imágenes escénicas que se articulan con las formas propuestas por la palabra. Desde ese momento, la titánica labor de Cristóbal Peláez y su grupo se ha mantenido con una terquedad invencible. Creaciones colectivas, montajes de Ionesco y Brecht, retazos de narradores colombianos, obras infantiles, todo ellos conforman el universo de un colectivo que se mantiene vivo gracias a haber conseguido el mayor secreto de un grupo de artistas de la escena: el rigor, el dispendioso afán por la profundidad. Aunque, más importante todavía, contando con la complicidad del espectador. Porque no todos los grupos de teatro se conectan con el público y logran crear una generación de testigos que los sigue con fidelidad. En el caso del Colectivo Teatral Matacandelas, este fenómeno ha sido una constante: desde los tiempos en los que combinaban a Jean Cocteau con el poeta colombiano Ciro Mendía; a Tennessee Williams con Pinocho; a Marco Tulio Aguilera Garramuño con García Lorca; hasta que la consolidación con el público se logra gracias a lo mejor de sus hermosísimas imágenes, donde parecía reinar siempre el esfuerzo suicida, la poesía y la contemporaneidad.
A comienzos de los noventa, tendrían su primer gran reconocimiento nacional e internacional gracias a la puesta en escena de la obra O Marinheiro, un espectáculo escalofriante de teatro estático, a partir de un texto del escritor portugués Fernando Pessoa (3). En ese momento, se llegó a hablar de una experiencia catártica en su puesta en escena (4). En este montaje, la conmoción del espectador venía por la vía del pánico, pues se estaba, durante una extensa hora, frente a un escenario casi sumido en la oscuridad total, donde solo se vislumbraban los rostros blanquísimos de las cuatro actrices. La conmoción producida por la experiencia era única. Uno de los grandes momentos en la historia del teatro colombiano. En segundo lugar, el grupo se consolidó con una serie de espectáculos que ellos denominaron Veladas, en las que, a través de fragmentos, mezcla de humor negro, de pastiche surrealista, de teatro del absurdo, crearon auténticos mosaicos lúdicos llenos de música, de juego y de inteligencia escénicas.
No obstante, la cima en el estilo del Matacandelas vino de la mano del escritor caleño Andrés Caicedo y, en especial, gracias a la adaptación del libro de relatos (o novela, como ellos insisten en denominarla) titulado Angelitos empantanados o historias para jovencitos, éxito descomunal en la historia del grupo, mantenida en repertorio desde 1995 y que continúa cautivando a varias generaciones de espectadores que la siguen y no permiten que desaparezca de su cartelera. Luego del éxito de los citados Angelitos, el grupo se encargó de montar una secuela caicediana, a partir de sus textos adolescentes titulada Los diplomas. Así, en este paisaje, cuando el grupo mantenía en repertorio sus montajes emblemáticos y los combinaba con conmovedores estrenos (La chica que quería ser Dios, de Sylvia Plath; Los ciegos, de Maurice Maeterlinck…), decidieron cambiar el rumbo y entregarse en los brazos de un director invitado: el italiano Luigi Maria Musati. Y con él, un espectáculo de alto riesgo: Medea, de Lucio Anneo Séneca.
Hasta ese momento, el Teatro Matacandelas se había caracterizado por preferir textos de poéticas, narrativas y dramaturgias contemporáneas. Musati decidió ponerlos a prueba con un texto aparentemente imposible. En realidad, el teatro de Séneca no se había representado en Colombia, salvo una versión muy poco difundida del Edipo, dirigida por Ricardo Sarmiento, en 1990, con el Teatro Libre de Bogotá(5). Tratando de romper la línea del teatro estático en el que se había movido el Matacandelas con gran seguridad (Pessoa, Maeterlinck), Musati decidió construir un ritual escénico muy distinto, optando, sin embargo, por una obra considerada teatro para ser leído de Séneca. Luigi Maria Musati llegó a Medellín en 1999, invitado por la Universidad de Antioquia, para dictar los cursos de Dramaturgia no Convencional en el posgrado de su programa de Artes Escénicas. El maestro italiano ya conocía al grupo Matacandelas gracias al Festival de Teatro de Manizales. Había trabajado en una coproducción entre la desaparecida Escuela Nacional de Arte Dramático de Bogotá y la Escuela Silvio D’Amico de Roma, en un espectáculo en varias lenguas a partir de textos de Jorge Luís Borges. Dicho espectáculo se llamó El libro de los sueños. El alma de este proyecto había sido el director de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Colombia, Carlos Arturo Alzate. El trabajo se estrenó, pero, cuando estaban coordinando las presentaciones en Roma, Musati recibió la noticia de que Alzate, junto con su esposa y su único hijo, se habían matado en un accidente de tránsito. Pasarían varios años antes de que Musati regresara a Colombia, esta vez a Medellín, y el destino se encargara de llevarlo hasta las entrañas mismas del Matacandelas.
Luego de la aventura de Medea, Musati regresó por temporadas a la capital antioqueña. En el 2007 puso en escena una versión de La caída de la casa Usher, y un año después 4 mujeres, ambos espectáculos inspirados en narraciones de Edgar Allan Poe. Para completar la convivencia, en 2013 se instaló durante un tiempo en Medellín para estrenar con el grupo una ambiciosa adaptación de los Cantares, de Ezra Pound, bajo el título de Ego scriptor. No obstante, el alma y nervio del grupo sigue siendo el infatigable Cristóbal Peláez.
En el nuevo milenio, el Teatro Matacandelas ha ampliado su sede. Ahora combina el repertorio infantil (El hada y el cartero, Hechizerías, Pinocho, Dicha y desdicha de la niña Conchita, entre otros) con sus ambiciosas veladas (Juegos nocturnos 2-Velada ‘patafísica, Fernando González-Velada metafísica, Poe-Velada gótica). Ha invitado dramaturgos nacionales (El mediumuerto o ¿pero no se supone, Roger, que los médiums no se mueren?, de José Domingo Garzón) y ha construído reflexiones profundas sobre la creación y la muerte, en experiencias como Las danzas privadas de Jorge Holguín Uribe. En el interregno, los ha visitado Samuel Beckett (Los bellos días, Primer amor, entre otros) y, para cerrar un círculo generacional, ha adaptado la novela de Álvaro Cepeda Samudio, La casa grande, sobre la matanza de las bananeras en 1928, la cual había servido de punto de partida para el primer montaje de La Casa de la cultura, de Santiago García, en 1966, que se había convertido en uno de los trabajos emblemáticos del Teatro Experimental de Cali, a través de la obra Soldados. Una manera de estar conectados con la tradición escénica de un país y, al mismo tiempo, de inventarse una nueva historia.
- http://www.matacandelas.com/historia.htm. Consultado en noviembre de 2016.
- Ibid.
- A propósito de O Marinheiro, véase: Romero Rey, Sandro: A propósito de O Marinheiro en el Teatro Varasanta de Bogotá. En http://matacandelas.com/SandroRomeroRey-Sobre-O-Marinheiro.html Consultado en Noviembre de 2016.
- Véase, al respecto, el aparte 4.1. del presente estudio.
- Véase Teatro Libre de Bogotá 1973-2005. Editorial Planeta, Colombia. Pág. 177.