El mediumuerto del Teatro Matacandelas
Por: Sandro Romero Rey

¿Por qué hay que pensar tanto para escribir acerca de una obra de teatro? “La primera impresión, Sandro, la primera impresión es la que vale”. Pero no, se trata del montaje más reciente del Grupo Matacandelas, los quieres, los admiras y los respetas, no te puedes ir por las ramas del golpe a primera vista. Es posible. Sin embargo, apenas terminé de ver la representación de la obra “El mediumuerto”, con dramaturgia y dirección de José Domingo Garzón, salí con el impulso de sentarme inmediatamente frente a la pantalla del computador a garrapatear lo que fuese, así se tratase tan sólo de una simple declaración de amor.
Pero el montaje se merece mucho más, por supuesto, mucho más que una simple declaración de amor, aunque la crítica teatral en nuestros días proscribe las simples declaraciones de amor, en aras de la objetividad, de la claridad, de la distancia, de la mirada aérea. Así que procuré tomar doble impulso y traté de guardar algunos días, regresar a casa, olvidarme de Medellín y de sus frutos prohibidos, antes de sentarme a escribir sobre este trabajo que, cómo no, me entusiasmó profundamente, mucho más de lo que yo mismo me imaginaba.
Porque, ya se sabe. No hay nadie más perverso que un espectador teatral. En nuestro más podrido inconsciente, siempre queremos que el montaje estalle en mil pedazos, que seamos capaces de detectar la mentira, que evitemos asustarnos en la oscuridad, que podamos decir para nuestros adentros, “claro, ese no es Hamlet, ese actor no ha muerto, mañana regresará a repetir los mismos textos, a evidenciar su propio engaño”. Y si se trata de un grupo al que le hemos visto una veintena de puestas en escena fascinantes, el mecanismo es múltiple: allí está nuestro cerebelo destructor pensando: “al fin cometieron el error que estábamos esperando, al fin se equivocaron, nadie es perfecto, he aquí la fisura en el himen de sus espíritus”.
“El mediumuerto” tenía una novedad perfecta para nosotros, los que esperamos a que el toro siempre embista al torero: su autor y director, por primera vez, se enfrentaba a los actores del Colectivo Teatral Matacandelas de Medellín y, durante varios meses, quemó sus naves bogotanas para irse a vivir a la capital antioqueña y echar a rodar la aventura de su nuevo montaje teatral. A José Domingo Garzón lo conocemos desde hace muchos años, desde la distancia, adusto y cejijunto, como todos los discípulos del Teatro Libre de Bogotá. Le hemos seguido la pista tanto como director (recuerdo, sin consultar la Internet, su estupendo montaje de “Narices rojas” de Peter Barnes), como dramaturgo (allí están todos sus interesantísimas propuestas con Índice Teatro, así como su laberíntico y claustrofóbico viaje titulado “La procesión va por dentro”). Sí. Es un hombre de teatro, en el amplio y profundo sentido del término. Ha decidido correr el riesgo de montar uno de sus textos con un grupo que ya tiene una energía y un lenguaje y un “tempo” más allá de lo hermético. Albricias. El fracaso estaba garantizado.
No pude ver el estreno de “El mediumuerto” durante el pasado Festival Iberoamericano de Teatro, porque los que dirigimos tenemos ese bendito problema. No se puede cantar y tocar la trompeta. Han pasado varios meses y el Destino me ha premiado con la posibilidad de ver la obra “in situ”, en la sala sagrada del Matacandelas, entre las calles de Bomboná y de Girardot, muy a las ocho de la noche, después de la segunda función inmersa en el fandango de la Sexta Fiesta de las Artes Escénicas. Lleno total. Cómo le agradece uno a la vida que los teatros tengan garantizado su público. Pero me estoy yendo por las ramas, ya lo sé.
Hora y media después de presenciado el espectáculo, salí pensando en la muerte. Pero se trataba de una muerte bella, festival, ritual, de traviesa ceremonia y de claroscuros jocosos, carnaval que danza en el misterio de lo desconocido. En la mitad, está el médium, interpretado por el gran actor Diego Sánchez (una de las “leyendas vivas” del Teatro Matacandelas). Y allí deberíamos quedarnos. Porque, ¿qué estaba pasando por el riguroso cerebro de José Domingo Garzón cuando decidió consagrarle toda una pieza teatral (farsesca, lúdica, onírica, retórica) a la figura de un intermediario entre la luz y las sombras, de lo conocido y de lo desconocido, entre lo banal y lo ignoto? No lo sé, y creo que la obra encanta, porque tampoco da muchas pistas. La obra es un juego con el más allá, con la magia, con la prestidigitación, con la manipulación de nuestras conciencias en ese extraño terreno en el cual llega un momento en el que tenemos que quitarnos el sombrero ante la vida y reconocer: “hasta aquí llego”.
En ese sentido, no creo que sea muy arriesgado relacionar este montaje con el estupendo ceremonial interpretado por el Teatro La Candelaria en la obra circular “Nayra (la memoria)”. Allí también hay actores que son José Gregorio Hernández, allí también hay fantasmas y sombras y discursos metafísicos, allí también la realidad paralela se instala hasta remplazar el mundo de la razón y de los vivos. Sin embargo, y creo que allí radica la felicidad de “El mediumuerto”, estamos en una obra que es, en realidad, un velorio, que es, en realidad, un ajuste de cuentas, que es, en realidad, un viaje al pasado, que es, en realidad, un juego de fantasmas dentro del teatro, un sueño dentro de un sueño. No sé (no sé si interesa) cuáles son las raíces secretas de este baile perverso con el que nos sumergimos en este montaje. Lo que sí uno agradece es la estética de la puesta en escena, la eficacia de las imágenes, la música (los desfiles y las comparsas escénicas del Matacandelas, como en la “Velada patafísica” son memorables), los bailoteos mágicos, los discursos metafísicos (la actriz María Isabel García pareciese que fuese a salir volando por los aires con sus convicciones místicas), todo, se vive y se disfruta como el resultado de una comunión total con el arte, que es lo que el grupo de teatro Matacandelas ya nos ha acostumbrado a mantener.
A veces, en “El mediumuerto” aparecen personajes que no son muy claros (la ex amante de Reynel; el motociclista). De repente “uno los hubiera querido distintos”. Pero son brotes que se esfuman en medio del concierto de precisas armonías en el que uno termina dejándose llevar, ante tanta eficacia del conjunto. La obra tiene la ventaja de que se trata de una aventura en la que el grupo se sale de sus miradas tradicionales (la de Cristóbal Peláez, la del italiano Luigi Maria Musatti) para entrar en el universo de un nuevo creador. Pero, al mismo tiempo, imprime su sello, consolida un lenguaje y ambos, tanto Garzón como el Matacandelas, salen fortalecidos.
Treinta y un años después de su nacimiento, el Colectivo Teatral Matacandelas sigue demostrando por qué es el único grupo en Colombia que puede montar una obra que se llama “El mediumuerto” y seguir más vivo que nunca. En definitiva, no había que pensar demasiado estas líneas. Los artículos, las reseñas sobre grandes obras del teatro colombiano terminan, por fortuna, escribiéndose solas.