El viejo Ez
Ese hombre que se llama y se llamará Ezra Pound
por: Oscar Jairo González Hernández
I De lo que comienza…
Nadie puede hacer teatro si está o “cree” estar en el teatro. Para Pound el teatro se hace en y desde la palabra, porque ella se extiende para construir una masa tentacular hacia sí misma desde el grito y el gesto (Pasolini). En una dialéctica del temperamento poundiano, lo teatral se inicia y se desarrolla con una intencionalidad en la que se combina lo racional con lo bello, poner a prueba lo indecible, aquello que tiene vida propia, la rebelión de su conciencia ante sí y ante lo otro.
La estética de Pound es una tensión indestructible por aquello a lo que Rimbaud instaba: Ser absolutamente moderno. Es un creador y un crítico en la vasta dimensión de lo estético, desde una radicalidad hermosamente excesiva y lúcida, una temperatura con densidad teatral, exacerbada y exultante, una temperatura ante la que hoy habría que inclinarnos críticamente. Esa provocación radical que estará siembre en Los cantares:
Yo junto estas palabras para cuatro personas,
Algunos más pueden oírlas,
Oh, mundo, lo siento por ti,
Tú no conoces a estas cuatro personas.
II De la diferencia entre la vida en el arte y el mundo del arte
Alcanzar la proyección de un destino estético y creador, un sueño indisoluble, inalienable. Pound tenía esa conciencia del sí mismo, vaciada en él. De ahí su radicalidad intensa. Aquello que se transmite obedece en su sentido libertario a lo que proviene de una tradición, no se trata de la comunicación sino de aquello que la tradición mantiene en sí desconocido, para que nuevos excavadores busquen lo inabarcable.
Lo que denominamos la vida en el arte, hace relación a una existencia en la mayor libertad, en el mayor poderío ostensiblemente hedonista de la decisión, de la determinación por ser y hacerse una vida en ese universo, como verdadera y auténtica posibilidad de ser desde aquello que se busca como principio e intencionalidad de esteta.
La necesidad de andarse a sí mismo, sin miedos, sin prevenciones, sin vacilaciones hacia ese horizonte donde se sabe está el carácter de su intención, conciencia que se propone y que no ocultará a nadie nunca. Esa intencionalidad estética, que lo impulsó y lo poseyó siempre era lo que hacía y lo que indicaba (del sentido del Indicio) su decisión y deseo de construir y mantener en equilibrio su vida solo en el arte, ocupando toda su existencia, para rebelarse contra sí y contra todo, para tentar el demonio de lo desconocido, para provocar una nueva sensibilidad, para, intencionalmente, mostrar lo que le excede o no alcanzará nunca a conocer. De ahí que sus cantares, los de la tribu, (la humanidad entera es la tribu, según sus palabras), ocupen más de cincuenta años, una suerte de obra infinita, interminable, que muchos han calificado como una desmesura, tal vez uno de los más notables fracasos literarios de la historia. La literatura universal requeriría un mayor número de esos fracasos.
Ese es su teatro. En la vida en y para el arte, no hay manera de hacer concesiones, no se puede ceder ante la necesidad inminente y siempre esencial de la libertad, de una existencia práctica (el fútil, cotidiano y tributable, de Pessoa). La única opción es vivir en la insostenibilidad excitada de la creación, para ello se requiere de un credo.
Indiquemos dos de esos principios propiciatorios para Ezra Pund base de las hélices futuristas, de su estética en movimiento irritante. Uno: Símbolos. “Creo que el símbolo adecuado y perfecto es el objeto natural, y que si se emplean símbolos, ha de ser de tal manera que la función simbólica no sea demasiado obvia; para que uno de los sentidos posibles, y la calidad poética del pasaje, no se pierdan para los que no entiendan el símbolo como tal, aquellos para los cuales, por ejemplo, un balcón es un halcón”. Dos: Técnica. “Creo en la técnica como prueba de la sinceridad del artista; en la ley, cuando ésta es discernible; en la destrucción de cuanto convencionalismo impida u oscurezca la claridad de la ley o la interpretación precisa del impulso”.
En -y desde- esa crasa, cruda, desnuda y totalizante intencionalidad, Pound nos muestra que la vida en el arte es su causa, el hilo intersticial sobre el cuál se sostiene, todo lo que dice de sí hace trayecto en lo teatral. Y al contrario, en la dimensión de la decisión irrevocable sostenida sobre el movimiento de la dimensión estética, el mundo del arte sería aquello que hace relación a la permanencia de ciertas cosas necesarias para el desarrollo del sí mismo ante los otros, es decir, lo que habría que traicionar. Escribir representa una vida consagrada al arte; la difusión y la venta de libros es el aspecto bursátil que pertenece a este mundo. Pound quería mantener y sostener intacta su transparencia de percepción de un modo absolutamente extraordinario. Resaltar su decisión estética de vivir, se mantuvo así por la naturaleza indestructible de su carácter.
Es por eso que Cyrill Conolly pudo decir de Pound y sus Thirty Cantos: “La verdadera textura de los Cantos es poética en su mayor parte. Entramos en ellos como en una iglesia iluminada por el sol mientras se celebra una misa en un rincón oscuro, cuando de pronto la música nos conmueve”.
III De lo que termina…
Pound sintió la necesidad de buscarse un método como sus ars combinandi y ars inveniendi, una forma estética de teatralización, para suscitar en él la inquietud excitada e irreverente, el escándalo considerado como una estética esencial, la tensión de la totalidad del conocimiento por medio del arte y la belleza, desde lo que T. E. Hulme decía de ella: “La belleza es el tiempo indeleble, la vibración estacionaria, el éxtasis fingido de un impulso detenido incapaz de alcanzar su fin natural”. Y por eso hay que excavar profundo en él, en ese lector voraz, hedonista y libertario, que nos enseñó con y desde la membrana misma de su insaciabilidad, lo que había y lo que no había que poseer. Economía de lo real y exceso de lo irreal.
CÁNTICO DEL SOL
El pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran mayor circulación
turba mi sueño.
El pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran mayor circulación
turba mi sueño.
Nunc dimittis, ahora deja a tu sirviente
ahora deja a tu sirviente
partir en paz.
El pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran mayor circulación
¡oh, vamos!,
turba mi sueño.