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CUADERNO DE REFLEXIONES SOBRE LA COSA TEATRAL

ESQUIRLAS POR/ SOBRE/ CONTRA EL ACTOR, EL TEATRO Y ALGUNOS VICIOS NACIONALES

Cristóbal Peláez González.

Publicado por la revista ¨GESTUS¨ 1998

En el Teatro Matacandelas no existen los que podrían llamarse "actores profesionales" y rara vez tenemos actores invitados. Somos una pequeña manada que se ha asociado todo el tiempo para todos los espectáculos y para todas las representaciones. Esto ofrece sus evidentes limitaciones pero también muestra sus bondades.

Aún hoy cuando la entidad GRUPO es considerada obsoleta, podemos decir que nos ha funcionado a nuestra manera y ha permitido que esta asociación se convierta en una herramienta en la que 12 personas -digo personas, no actores- hagamos una cooperativa de cualidades para utilizar el teatro en provecho propio y público. Una asociación donde los problemas también se multiplican por 12 pero que así mismo nos plantea el difícil ejercicio de la tolerancia, de la diferencia, del error a compartir.

La naturaleza de lo humano que tiende a la sociabilidad y a la insociabilidad de manera simultánea y alternada se manifiesta en ese modesto Grupo a plenitud.

No somos una microscópica sociedad de ángeles, somos in vitro también la sociedad humana, todavía más cuando nuestras jornadas diarias de trabajo alcanzan a veces hasta las 12 horas diarias. La convivencia, llámese matrimonio o grupo, es la tumba del respeto y la amistad. Comprendiendo esto hemos llegado a tolerarnos e incluso hasta a querernos, pues sabemos que "afuera" la cosa es peor.

Hemos empujado esta asociación durante estos difíciles y hermosos 18 años porque hemos comprendido que la exploración estética y actoral ofrece sus ventajas con personas que llevan tiempo de conocerse entre si.

Si alguien afirma que lo más emocionante y fructífero es trabajar cada vez con un equipo nuevo y nuevos rostros no estamos dispuestos a contradecirlo. No estamos hechos para defender ni proponer verdades. Para estar en el mundo hemos elegido libre, voluntaria y gozosamente el arte del teatro. Compartirlo con un público, por reducido que sea, es el placer de una expresión, de una comunicación. Para el Actor es el placer de una histeria, de una hipersensibilidad: placer de heteronímia y prostitución, (multiplicidad) fenómenos que no son exclusivos del actor, pero que en él se encuentran más latentes, quizá más auto-reconocidos.

No somos tampoco una asociación inmóvil. Su configuración cambia con las deserciones y los ingresos. Se requiere una alta dosis de espíritu romántico, quizás de insensatez, para querer optar por ser socio de una aventura en continua zozobra. Por eso no somos una opción para actores profesionales, para egresados que andan buscando una estabilidad artística y laboral. Las decenas de egresados de Escuelas que se acercan huyen despavoridos cuando se enteran de nuestra realidad interior: un falansterio, una secta de ilusos y utópicos, una asociación de débiles y pobres, que hemos querido escapar - el Matacandelas es una frágil balsa - a todo aquello para lo cual estabamos destinados: fábricas, comercio, talleres, burocracia, cotidianidad, fuerza de trabajo.

Para un destino trazado nos hemos rebelado. He ahí porque nuestros actores y actrices no lo sean en el sentido tradicional, he ahí el por qué de nuestra composición social interna.

He ahí el por qué hayamos renunciado como grupo a la vanidad de la redención externa, a "salvar el teatro nacional", a emitir conceptos y teorizaciones que muestren "un camino" y "verdades estéticas". Nuestra única realidad es el escenario que hemos practicado con pasión, con orgullosa humildad, con mística voluntad de compartirlo socialmente. Es obra en marcha, práctica sujeta a verificación, a revisión. Teatro como escenario de interrogación y duda.

Las limitaciones actorales dentro de los grupos no son desconocidas: excesivo asunto práctico, deficiencia teórica, puesto que los continuos cambios de configuración hacen de hecho imposible una formación en orden, en escuadra. La urgencia productiva nos otorga cierta naturaleza de Circo: aprender viendo, aprender a disparar en el curso mismo de la guerra.

Otro peligro: al cabo de cierto tiempo un actor de grupo se ha encerrado en unos modos anquilosados, en un estilo, funciona "amaestrado", se repite una y otra vez en sus personajes y a menudo todas las obras son un mismo personaje, una misma voz, unos mismos movimientos que solo cambian de disfraz. Y Sobre todo porque la madurez actoral está asociada con un gran manejo técnico del escenario donde el actor se niega -hasta inconscientemente - a ser otro, a representar, y sólo quiere ser él mismo, con su gran figura. Teme no ser reconocido por su público. Cuando se les consiente demasiado adoptan poses de vedette.

Después de los 20 años - ésta es una observación empírica y simple, exterior - nuestros grupos teatrales tienen un aire de cansancio, lucen desgastados por un oficio endemoniadamente difícil. El actor ha fatigado sus mejores años y funciona en la escena con "el piloto automático", ha terminado por convencerse de que acaso malgastó sus años en divertir a una galería que lo olvida con facilidad. ¿hay una realidad más triste para el actor que el Canto del Cisne de Chejov?

Este drama del Actor está más acentuado en cuanto muchos de nuestros actores terminan por reconocer internamente su fracaso: falta de oportunidades, anonimato (el anonimato es ya una tragedia para un exhibicionista).

La lucha por conservar y acrecentar una Pasión y una Ética, es actualmente un duelo a muerte. La madurez representa sencillamente la pérdida de la inocencia.

La joven historia del teatro colombiano es la historia de una curva asustadora: cúspide y caída brutal. ¿Dónde están los alegres jóvenes saltarines que trepaban eufóricos a un escenario "por nada"? ¿Dónde están esos alegres rostros que soportaban la noche, la fatiga, los interminables ensayos? Hoy somos "maestros respetables", cómodos burgueses o arrugados funcionarios que nos movemos entre universidad y universidad, enseñamos lo que desconocemos y damos consejos prácticos a los jóvenes, es decir, estamos muertos.

Nos hemos insertado solapadamente en el curso normal de los acontecimientos, hemos tardado muchos años en descubrir que el sistema no es del todo invivible, hemos terminado por parecernos y pensar como nuestros padres, a quienes justamente en rebeldía les reprochabamos el ser inconsecuentes y acabados, porque conflictaban nuestra vocación teatral que imaginábamos una isla de fantasía aparte de los prejuicios y la estupidez social.

Los románticos de ayer reprochamos el romanticismo de los jóvenes. Queríamos "cambiar la vida", pero fue la vida la que nos cambió a nosotros. Deplorablemente.

Como Baudelaire que no veía más valores que en el profeta, el guerrero y el poeta -"lo demás está hecho para el látigo"- hemos de pensar que el público empezó a abandonar las salas de teatro, entre otras razones, porque su profeta-guerrero-poeta, -el Actor-, ha sido economicamente obligado por la sociedad al rebusque, está obligado a venderle su voz y su imagen a la publicidad para ayudarle a los comerciantes a vender sus chucherías. En contraprestación los comerciantes nunca nos han ayudado en la promoción del teatro.

Así las cosas miramos con verdadero horror el futuro, en la clase de cadáver que seremos, puesto que la descomposición ya ha empezado.

Contra ese espectro hemos, desde hace rato, emprendido en el Teatro Matacandelas una dolorosa guerra contra nosotros mismos, para no sucumbir en el letargo, para "morir con lucidez".

Los puntos que transcribo a continuación son destellos apenas de prolongadas conversaciones y constituyen pensamientos y propósitos que bien podrían parecer un Credo. Pero qué va.

CUESTION DE HONOR.

Como en ciertas profesiones, debería existir un CODIGO DE HONOR TEATRAL que prohibiera :

Tal Código de Honor podría impulsar en cambio cosas como:

Medellín. Enero. 1997.