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Luis Alberto Correa Zapata

Mejor ser arquitecto de sociedades que de ciudades

Por: Cristóbal Peláez
Transcripción: Karen J. Crespo
Fotografías: Juan David Correa

La Corporación Barra del Silencio se anuncia como un teatro de la no verbalidad y otras ausencias. Su director, Luis Alberto Correa, es un hombre alto y delgado; con unas manos inmensas que impresionan siempre en ese movimiento rítmico con el que revuelve el café negro ―lenta y ritualmente―, dando a entender que va a degustar la mejor de todas las bebidas, o que quizá va a ejecutar un acto extraordinario. Es entonces cuando, con la idéntica delicadeza que requeriría el tejido de una escena, se lleva la cucharilla a los labios; absorbe con deleite la huella de café que queda en esta y la devuelve inmaculada a la mesa. Luego se echa el primer sorbo y exhibe en su rostro una expresión que parece sacra. Es un gesto de elegancia… Un gesto ceremonial.

Conozco ese gesto desde hace veintidós años y, como era de esperarse, la tarde en que llegamos a realizar esta entrevista lo repitió fielmente, sin advertir ser observado. Así de riguroso se comporta en ese teatro que realiza con la precisión de un relojero suizo, porque lo suyo es el detalle. Un parpadeo, una nariz, una mano, un sombrero, un objeto que se separa de la vida cotidiana y se contextualiza en otro universo para extrañarlo, provocando la reflexión y el deleite. Un teatro minimalista que casi siempre transcurre en el silencio.

En la pasada comparsa de la Fiesta de las Artes Escénicas, deslumbró al público ―no por la monumentalidad sino por su opuesto― con un ingenioso aparato de recicle donde se podían escuchar en la intimidad y a voz directa, los poemas de Porfirio Barba Jacob.

Quizá esa argamasa de mimo, titiritero, ceramista y arquitecto, le fue modelando una contradictoria esencia de construcción y destrucción que lo arrastra temerario a emprender batallas; las mismas que extravía y es capaz de recomenzar siempre. En un permanente “equilibrio inestable” ha deambulado por varias sedes. Las reforma, las “hermosea”, las acredita para el público… y luego las pierde.

No obstante, este hombre es también merecedor de una nota agradecida, pues muchos espacios teatrales de Medellín han sido intervenidos de manera creativa, gracias a sus agudos y solidarios conceptos de arquitecto teatral.

En su actual sede, ubicada en el barrio Laureles, realizó refacciones singulares como instalar un teatrino permanente en el escenario e indultar un árbol de guanábanas, que desde el patio de butacas convive con el público. Eterno espectador, el árbol produce siempre allí la sensación de que algo está vivo.

Nada hay más importante en la tierra que los árboles. “Aparte de darnos unas cuantas guanabanitas ―dice Luis Alberto―, sirve como unidad residencial para una gran cantidad de pajaritos que hasta tienen en una teja su club acuático”. Maravillosa sala de teatro.

Ejerció como director del Festival Colombiano de Teatro Infantil que abrió telón en un momento donde la ciudad crepitaba entre la pólvora y la sangre ―todavía―. Muchos recordamos ese instante alegre donde muñecos y comediantes del país se juntaron para entonar su “No pasarán”.

Luis Alberto Correa Zapata

Teloncillo de boca

“He tenido algunos inconvenientes de salud, con unos dolores permanentes muy fuertes, pero ya estoy aprendiendo a manejar esto. Me estoy acordando de la canción de John Lennon, Working Class Hero, ‘hasta que el dolor es tan grande que ya no sientes nada’, si tú tuvieras estos dolores te estarías revolcando en el piso. En este momento estoy sentado sobre alfileres. Pero no le parés bolas a eso, hablemos”.

La primera trampa del oficio

“Empezamos hace treinta y dos años como un grupo de estudiantes de la UPB y luego decidimos ser independientes tomando vuelo como Barra del Silencio. Algunos años atrás había debutado como mimo. Cuando tenía diez años, me regalaron plata de cumpleaños y decidí invertirla pagando la boleta para ver a Marcel Marceau en el Teatro Pablo Tobón Uribe.

Yo venía de un hogar muy particular. Mi mamá, buena lectora y poetisa, a sus ochenta y seis años, seguía declamando hermosísimo. Mi papá fue el primer crítico de cine que hubo en Colombia; pintaba. Fundador del periódico Sucesos Sensacionales; creador de la página económica de El Colombiano… Crecí pues en un ambiente familiar muy afín al arte. Algo profundo me quedó con Marceau y empecé a imitar, a hacer cositas por ahí hasta el año 73, en que vino el mimo Julián Gabriel a la Universidad de Antioquia y aprendí lo básico en su taller. Éramos muchos; entre otros, estaban Fernando Velásquez y Carlos Mario Aguirre. En el 79 debuté, bien pago, en la Universidad de Medellín y de ahí seguí en el Museo El Castillo y en la programación de la Cámara de Comercio. Me iba bien. Esa fue la primera trampa: creer que esto daba plata, que se podía vivir del oficio”.

Los ejes de mi carreta

“Poco más tarde, decidí salir de correría. Tenía todas las condiciones ideales para viajar, o sea, ya me había graduado de arquitecto; ya tenía conocimientos y práctica en pantomima. No tenía un trabajo rutinario, no tenía novia, no tenía nada qué abandonar y pensé que si otros habían recorrido el mundo con pantomima, también yo podía hacerlo. Planeé eso con varios compañeros que, a la hora de salir, desistieron. En ese momento me apareció novia, le propuse y para sorpresa, me paró las cañas.

Nos fuimos por el Amazonas haciendo funciones en Leticia. Luego Manaos; luego Santarém, Brasil, el pueblo más loco que he conocido en mi vida. Toda la riqueza del Amazonas confluye allí. Hay mucho oro, es un pueblo lleno de esculturas y de arquitectura morisca; mucha cerámica, azulejo, y por donde mirés, farmacias, farmacias y farmacias. Pregunté, ¿qué pasa aquí? Me decían, ‘hay mucho oro, pero la gente no está amarilla de oro sino de fiebre, entonces van a las farmacias y cambian oro por medicinas, porque los médicos cobran mucho’.

Allí me contrató una emisora para hacer una función a unos damnificados de una inundación. ¡Imagináte, una función de pantomima para transmitirla por radio! Hice funciones para niños desnutridos, que nunca antes habían sonreído y como conocieron mi trabajo con la cerámica querían que me quedara en perspectiva de ser director de un museo. Un pueblo loco Santarém.

De ahí nos fuimos a Macapá, al norte del río Amazonas. Después a la Guyana Francesa, Belem, Icoaraci, Río de Janeiro, Paraguay. Luego Argentina y Uruguay. Eran como dos o tres funciones diarias. En Montevideo nació mi hija Luz Celeste, el día más feliz de toda mi existencia”.

Fotos de Luis Alberto Correa

A lo Robin Hood

“Desde ahí, la ‘errancia’ entre mi mujer y yo siguió con bebé a bordo. La ciudad donde más anclamos fue Córdoba, porque es la gente más hermosa que he podido conocer en mi vida. Trabajaba con el método Robín Hood: ir primero a donde los ricos, para poder hacer teatro entre los pobres. La calle ha sido un escenario fundamental; la hice en todos esos países, la he hecho en Colombia y en los barrios de Medellín. Todo mi hacer de pantomima en esa correría, lo combinaba con otras pasiones como la arquitectura, la cerámica y la escultura. Algo que he seguido haciendo toda mi vida”.

Crítica

“Más de cuatro años duró esa aventura, que debió interrumpirse por inconvenientes de salud de mi mujer. Me moví a mis anchas por esos países y tuve muy buena crítica. Aquí no hay crítica; aquí lo que hay es opiniones, comentarios. Ha habido unos buenos intentos de crítica que no logran cristalizarse en algo permanente, profesional. Por el contrario, existen unas visiones muy cerradas de lo que es el teatro. No creo ese cuento de que estamos muy bien y que somos unos verracos, veo muchas ausencias.

He tenido muchos encontrones con la Escuela de Teatro de la Universidad de Antioquia. Creo que seguimos haciendo teatro a pesar de la universidad, porque fue un obstáculo a la generación espontánea que veníamos haciendo tantas cosas distintas y de pronto surgen esos encasillamientos de ‘que eso no es teatro’, ‘que los títeres no son teatro’, ‘que los mimos no son teatro’, ‘que el clown no es teatro’. La Escuela de Teatro es para mí gente que fracasó haciendo teatro y entonces encontró la oportunidad con quienes pagaban por actuar y para montar sus cosas. Es una escuela incestuosa, quien sale de allí ya es profesor. Por suerte, puedo reconocerlo, han empezado a cambiar las cosas, más por los estudiantes que por los profesores. Todavía recuerdo, años atrás, cuando fui a buscar a alguien que me hiciera un papel de payaso en un montaje y no encontré quién se le midiera, porque, ‘no, aquí somos artistas’. Y vea hoy, diplomados de clown a mil”.

Trabajos de amor perdidos

“De la mano de Jaiver Jurado y Miguel Ángel Puerta, hicimos un primer Festival Colombiano de Teatro Infantil en 1991, con muy buen balance. En las ediciones posteriores me quedé solo y el poco apoyo oficial y privado se ausentó. Quedé debiendo mucha plata. En esa estrellada que me pegué resolví no repetir fracasos. Me propuse aprender cosas y diseñé un curso intensivo de producción escénica. Dentro de eso, me inscribí en un taller muy costoso, donde estaban los empresarios más importantes de Medellín. Les preguntaba qué sabían sobre teatro en la ciudad: solo uno de ellos conocía al Pequeño Teatro; de pronto otro como que alguna vez había oído mencionar al Matacandelas y todos habían estado en el Águila Descalza. Luego, hicimos encuestas a la gente en la calle y en universidades sobre el empleo del tiempo libre, marque con una equis. De los cuatrocientos y pico encuestados, solo treinta y cinco conocían al grupo Barra del Silencio, solo el veinte por ciento había ido alguna vez a teatro. No sé qué credibilidad tener con respecto a esa información, porque alguna vez un taxista me decía: ‘A mí me encanta el teatro’. ―¿Qué obra ha visto?, le pregunté. ―‘No, ninguna, nunca he ido’”.

El silencio

“Me gusta enseñar el silencio. La música, una gran parte de las veces, se incorpora a escena como un distractor. Me gusta jugármela en el gesto; en la composición escénica, sin nada de apoyos sonoros. No por desprecio, al contrario, porque la música requiere un tratamiento muy especial, es muy poderosa, al punto que constituye la emoción más fuerte que existe después del sexo. Y ahí el silencio se instaura como la comunicación más profunda. Sin el silencio nadie entiende nada, es algo que expresa en todas las formas: desde el habla; desde lo musical hasta lo escrito; un punto aparte, una coma, una pausa; es lo que da la posibilidad de delimitar. Sin el silencio nada se entiende, todo se vuelve bulla. El silencio no es la carencia de sonido, es la máxima expresión del lenguaje”.

Mimos

“Al comienzo cuando salí a la plaza pensé que la calle era el final de todo, ahora entiendo, después de cincuenta años de actuación artística, que la calle es el comienzo de todo”. Jorge Acuña.

“Creo que todo el mundo tiene derecho a gozarse la vida como desea… Creo mucho en el ser humano como ser humano. Si alguien me dice que le encantan las canciones de Galy Galeano, no trato de convencerlo de lo contrario, que se vaya a escuchar a su Galy Galiano, es su asunto. Respeto mucho al mimo de la calle, así no me guste su obra, así sea todo lo improvisada que parezca. Lo importante es que la gente se atreva a hacer cosas, que se exprese. De hecho, el primer mimo que conocí fue a Moncho. Puede haber sido el primer mimo colombiano; no tenía ninguna técnica; hacía con las manos la pared mal hecha; no sabía caminar, pero se le veían las ganas de comunicarse con el público, su energía… era una pantomima muy simple, muy elemental. Lo podría comparar con Jorge Acuña, el mimo peruano, uno de los pilares del teatro popular latinoamericano, que hizo de la calle su permanente escenario, hasta el punto que llegaron a ofrecerle en Inglaterra, por sus presentaciones, miles de libras esterlinas a condición de que no echara sombrero y se negó. Para él eso era parte fundamental de la comunicación con el público”.

Foto de Luis Alberto Correa
  • Me gusta el rock del 60 al 80, el jazz y la música popular.
  • Me gusta el cine fantástico, documental y biográfico.
  • Me gusta el teatro de objetos y actores con alma que me pongan "arrosudo".
  • Me gusta poder estar en silencio con alguien y sentirme bien.
  • Me gusta un diálogo agradable.
  • Me gusta Julio Verne, Fernando González, Leo Masliah, Tomás Carrasquilla.
  • Me gusta la poesía popular.
  • Me gusta la arepa con chocolate y viceversa.
  • Me gusta el hogao.
  • Me gustan las frutas.
  • Me gusta ver a la gente feliz y los animales libres.
  • Me gusta la ciudad, el carnaval, el arte y las fiestas populares.
  • No me gusta la comida agridulce.
  • No me gustan las personas que se creen superiores o inferiores a otras.
  • No me gusta el reguetón.
  • No me gusta la bulla ni el escándalo.
  • No me gustan las personas posudas.
  • No me gusta el Himno Nacional.

Leo Masliah,
solito con las estrellas

Parpadeos ha sido una experiencia muy linda a partir de un cuento de Leo Masliah. Lo conozco desde mis días en Montevideo. Traje a Medellín sus libros y su música en un momento en el cual nadie lo conocía. Ese material lo compartí con muchos amigos de teatro, en especial con Jorge Blandón y Nuestra Gente, que incluyó canciones en sus obras. Cuando Masliah estuvo de recital en Medellín, fui a saludarlo; le regalé el video de la obra y le hablé de un libro extraviado que me cambió o me reforzó mi imaginario del teatro o del arte en general, del arte popular. Me dijo que ese primer libro era imposible de conseguir, pero que él había logrado rescatar siete ejemplares, que le escribiera y me mandaría un ejemplar y ¡cumplió!, no solo ese, también otros”.

(Entonces Luis Alberto Correa levanta su alta humanidad y desenfunda varios libros del genio uruguayo. Con gesto sobrador pone su dedo índice, casi tan largo como taco de billar, y lee Un detective privado ante algunos problemas no del todo ajenos a la llamada “música popular”, y luego la dedicatoria: “Para luis Alberto, exportador y dependiente de aduana de las obras de Leo Masliah”).

Hacer teatro

“Creo que hacer teatro no es solo montar obras de teatro, también es posibilitar que exista el teatro. De ese pensamiento nació el Festival Infantil. Había una gran producción nacional de teatro para niños que no circulaba y sentimos que debíamos propiciar un gran encuentro; que la gente conociera grupos y visitara los espacios de la ciudad, y por ello se trató de abarcar muchos lugares y con el máximo de grupos posibles. Otro mérito fue haber invitado a muchos especialistas para que realizaran talleres que aportaran experiencias de trabajo con niños, poesía, lectura, origami, reciclaje, objetos en alambre”.

No lea vidas de otros, léase a usted mismo

“Antes leía mucho, era un devorador de libros y entre ellos devoré todo Fernando González, y cuando leí El libro de los viajes o de las presencias, decidí vivir; decidí que el conocimiento me tenía que llegar por la experiencia y no por los libros; hacerme consciente de cada estado, de cada momento. He vivido plenamente a pesar de todas las dificultades, me siento muy satisfecho con todo lo que he hecho, aún en las catástrofes económicas por las que he pasado”.

Debate de ideas

“Hacen falta encuentros competitivos. Falta aquí el debate. Hace falta nivel de ideas, porque todos son cerrados o se creen que son los mejores, los únicos, y no tienen argumentos para debatir. Creen conocer mucho y no saben sino una cosa. Están como los caballos: solo mirando de frente. Aquí la gente de teatro tiene el complejo de Adán, o sea, antes de mí no hubo nadie”.

Barra del Silencio y la ciudad

“Hay que replantearse ese asunto de la cultura. Aquí se conoce más a Shakespeare que al sainete, que es el origen del teatro latinoamericano. Siento una profunda inclinación por los carnavales como espacio democrático de encuentro y de igualdad. Es el momento del regocijo entre todos por la vida; ahí el rey es el que goza y el que sufre, pierde. En ese sentido, pensábamos en algo que pudiera estar entre todos y lo encontré en el contexto de la Feria de las Flores, a partir de la flor como un ícono que podía aunar voluntades. La feria fue recuperada por Ómar Flórez, pero a partir del decreto y no de la base social, lo cual hace que sea un evento en el cual somos espectadores y no protagonistas. Nos craneamos un programa que se llama Regale una flor al vecino, no a la novia ni a la madre: al vecino, que es la célula en el tejido social. Quise ser arquitecto no para construir edificios, me interesaba para construir sociedad. Entregarle una flor a alguien es un gesto de convivencia. Empezamos en pequeño y ahora el programa ha crecido de tal manera que tuvimos cobertura en San Antonio, Zafra, Nuevo Occidente, Ciudad del Río, Santo Domingo, la 70, La Alpujarra, 8 de Marzo, La Iguaná, Carlos E. Restrepo. Creo que el año entrante vamos, mínimo, unas dieciséis o dieciocho comparsas. Esperaría el día que fueran doscientas, toda la ciudad sacando sus muñecos, de fiesta y repartiendo flores a los vecinos; esa es la visión”.

El sainete

“Es una investigación que llevo de años. Viene desde la época de Montevideo, donde me tocaron carnavales y conocí la murga. Me preguntaba ¿qué es esto? ¿Por qué no lo tenemos en Colombia? Pensando en la Feria de las Flores, quise contribuir con una manifestación teatral comunitaria, porque allí ya están las diferentes formas colectivas, las comparsas, los grupos coreográficos; así como en Riosucio están las cuadrillas que tienen origen de sainete. La zarzuela es una de las variantes del sainete, entonces, el teatro latinoamericano viene del sainete. Hay una frase muy linda de Sarmiento que dice: ‘De los barcos cargados de mercancía descendían los personajes del sainete’, es el caso de Buenos Aires. Florencio Sánchez, uruguayo, como lo son los legendarios Hermanos Podestá, que fundaron el circo criollo. Aquí está este dato de Pellettieri: ‘La de los Podestá fue la primer compañía nacional que estrenó sainetes criollos. Hacia 1890, el sainete porteño reapareció formando sistema, es decir, generando actores, autores, críticos y un público propios. Podríamos decir que fue el producto del contacto entre el intertexto del sainete español y la tradición sainetera local. A partir de ese momento, tuvo un enorme predicamento entre los sectores populares de la sociedad, al punto de llevar a las salas teatrales seis millones de espectadores por año, en una ciudad que tenía un millón de habitantes’. ¿Qué es El Chavo del Ocho? ¿Qué es El Chapulín Colorado, es puro sainete y esa es la aceptación popular que tienen.”

Sobre el cultivo del sainete y otras hierbas

“¿Ves? Eso es lo que no enseñan en las escuelas de teatro, en nuestra universidad: que el sainete fue el primer proceso de creación en América Latina. Vargas Tejada lo realizó en Las convulsiones, se difundió por todos los centros estudiantiles a través de la Galería Dramática Salesiana. Aquí aún se conserva en La Loma y en Girardota. El carnaval más antiguo de América es el de los negritos de Santa Fe de Antioquia; allí ya tenía presencia el sainete donde hacen burla de todo el mundo, de las cosas políticas, del costo de la vida. Como no existía una forma de copiar un texto completo, cada participante memorizaba o tenía escrito en un papelito su rol al juntarse como un rompecabezas y se le agregaban versos y cada cual agregaba algo. Por eso te hablo de una creación colectiva”.

Medellín, a pesar de todo

“En mis recorridos he conocido ciudades hermosas. Creo que a Río de Janeiro mi Dios le puso de todo. No obstante, sigo pensando en Buenos Aires, y todavía más en Córdoba, por sus gentes; pero no cambiaría Medellín por ninguna. Lamentablemente, mi trabajo aquí no ha sido apreciado como fue en otras partes. Aquí hay gente a la que he brindado mucho y me han pagado con patadas, me han atropellado mucho, me han saboteado funciones, malos comentarios. No obstante, seguiré adelante. Porque de todos modos, estos son espacios de lucha, porque también qué pereza todo tan bueno, qué pereza todos igual, pensando igualito; entonces yo me alegro por ejemplo con esto, con las funciones, con esta sede que tenemos, con los proyectos de teatro que tengo, estoy muy contento”.

Entrevista tomada de la edición No. 31 del periódico de Medellín en Escena