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LA BARCA DE LOS LOCOS

MI TEATRO ESTÁ EN LA RAIGAMBRE DEL SUSTO,

ALLÍ DONDE UNO ES CAPAZ DE ESTRANGULAR SU YO

Por: Cristóbal Peláez

De los veintisiete años que cumple, La Barca de los Locos, lleva dieciocho haciendo su ritual teatral todos los jueves en la rotonda del Parque de Bolívar. Bajita la mano son por ahí 900 actuaciones. Bernardo Ángel y su secuaz Lucía Agudelo, viven en esa nao y en esa plaza pública, un exilio que asumieron cuando la gente de teatro y las instituciones los marginaron por ¨inmorales¨. La historia viene desde el año 1975 y de los años sucesivos que fueron el epicentro del rechazo y la polémica. Entonces el patio teatral era un berenjenal, se cruzaban insultos, se vociferaban manifiestos, se colisionaban credos, Brecht contra Artaud, el marxismo-leninismo contra el maoísmo, mamertos contra eme-eles, estetas contra panfletas. Todo el mundo devorando a todo el mundo. Demasiado incómoda esa Barca se orilló a la alcantarilla, pero no al silencio. Desde la soledad mística su voz todavía crepita con furor. Cero apoyo oficial, cero apoyo de la empresa privada, cero publicidad, cero relaciones públicas, cero prestigio burgués: La negación a un entorno de hienas, donde sobreabundan los reptadores y los avivatos. No ha cesado de emprenderla contra todos aquellos que han degollado el arte para poner en el pedestal la astucia mercantil. En una ciudad donde se despilfarran, del erario público, cientos y cientos de millones para perfumarle el coño a una reina y otros tantos en gratificar, a cuenta de nosotros los contribuyentes, a un cantantico de peluquería como Alberto Plaza, y donde hay ¨teatreros¨ y ¨poetas¨ que nadan ahítos en la opulencia mantenidos (como inválidos de guerra) por el gobierno, Bernardo Ángel se ha despellejado en su delirio. Vive como un suicidado de la sociedad. Ya se sabe, en Medellín vale más una vajilla que un artista. Lo poquitico que queda de honesto y lúcido en nuestro ámbito teatral (y social) le adeuda a La barca un desagravio.

EL PARQUE BOLÍVAR ES UN MONSTRUO

BERNARDO: La carga de hacer teatro en el parque es muy agotadora, desmembradora, a uno le toca combatir contra el serenatero, contra el que está contando chistes, contra el vendedor, contra todos esos fanáticos religiosos, entonces uno es como una especie de voz perdida en la inmensidad...

LUCÍA: La monja y el Cristo se hace en sitio cerrado cuando hay las condiciones, a veces nos arriesgamos con ella en el parque. Sentimos la necesidad de estar ahí, pero a veces tenemos la posibilidad de hacerlo en otro espacio, ya sea una casa, un colegio, algún grupo de amigos que nos invitan. Podríamos decir que el Parque de Bolívar es representativo de la variabilidad que tiene la ciudad, es como el núcleo, el centro nervioso donde se aglutinan diferentes temperaturas, llega gente de todas las pelambres, es como una corrida de toros.

BERNARDO: Sabemos que hay que metérsela toda, por eso no hacemos jueves y sábado, una vez lo hicimos, presentábamos la misma obra y el sábado uno se da cuenta que la función no sale con la misma fuerza del jueves, son obras de mucho vértigo y yo pensaba en cómo sería para los actores que tienen que hacer lunes, martes, jueves, viernes. Es como hacer el amor, ya lo hiciste y aquello se fue.

LUCÍA: Es algo como lo que puede pasar con el vudú o con el espiritismo, como es un viaje por dentro, como es tanto el recorrido interior, no siempre se puede hacer.

BERNARDO: También hemos tenido la experiencia del teatro de cámara y me regodea la sala porque me da la experiencia de la interioridad, cosa que en el parque no se puede manejar. La sala te permite la deleitación, la finura, el pequeño gesto que se hace y que te lo comprenden. En el parque la gente no entiende muchas cosas, entonces a veces hay que tirar al grueso. Pero la calle le quita a uno muchos miedos, le enseña a esculcar de adentro de donde hay que sacar lo que ellos vienen a consumir, vos tenés que entrar a pelear con un león. A mí los jueves que tengo función me recorre una cosa que me desfalca, no puedo ni almorzar y voy para el parque y si se me atraviesa alguien a hablarme no lo veo y la obra es a las seis y nos vamos desde las tres a sentarnos allá para ver toda esa experimentación de cosas. El parque es un monstruo que te come, yo tengo ya sesenta años.

MEDELLÍN TIENDE A VOLVERSE UNA CIUDAD MUY PELIGROSA

ACOTACIÓN: Mantienen una disciplina corporal exhaustiva. Todos los días, a las 3.40 a.m. él arranca trotando desde el centro de la ciudad hasta El Poblado, recoge a Lucía y ambos siguen trotando, aún oscuro, hasta su ¨sede¨ de ensayos, un bosquecillo junto al seminario mayor.

BERNARDO: Ayer me decía Lucía que yo era demasiado...

LUCÍA: ...extremoso, dice que si está lloviendo no importa, vamos a ensayar con lluvia y yo le digo: no nos podemos meter a un bosque con la lluvia porque nos mata un rayo y él dice: ¨qué importa, que nos mate un rayo, no podemos dejar de ensayar¨.

BERNARDO: Este pasado martes no pudimos ensayar, la carretera estaba llena de soldados. Nos dio miedo que apenas oyeran esos textos se nos vinieran encima, además si nos ven con esos palos que llevamos... siempre andamos armados con palos porque nos han tratado de atracar en la carretera, nos toca a veces los fines de semana que está toda la rumba alrededor del mirador de Las Palmas y nosotros pasamos trotando y se meten con nosotros, se burlan. En estos días pasando como a las cinco y media de la mañana vi un automóvil blanco que empezó a bajar despacio y se paró y pensé ¨aquí va a haber problema¨, el carro giró y nos alcanzó, se abrió la puerta y salió un tipo y se tiró sobre Lucía y yo cogí el garrote y ¡tan tan! se lo metí. Desistió porque ya venían unas personas caminando. Otra vez nos siguieron con moto.

ACOTACIÓN: Aquí de diez personas, nueve son bandidos.

LUCÍA: Pero nosotros no dejamos de subir sino que tomamos precauciones.

BERNARDO: Yo ando con un palo lleno de clavos. Me toca pasar por San Juan como a las cuatro de la mañana y veo todos esos personajes siniestros que salen de esas calles y voy atento a ver quién se me aparece en la esquina. Un día me salió un tipo y me dijo ¨cuidao con los perros¨, cuando se me vienen dos monstruos negros y me atacan por todos los lados y él feliz, tan jijueputa, gozándose la escena en un rincón, entonces cuando ya vio que yo le estaba dando garrote y puntilla a esa fieras se me echó él también encima gritando ¨no les des clavo a los perros¨ y yo ¡tan tan tan, garrote y puntilla!

EL DIABLO SUELE DISFRAZARSE DE TEATRO

BERNARDO: La vida empezó a jodérmela en el seminario el rostro de Baudelaire, ese rostro que hay en el libro de literatura preceptiva. Allí está Baudelaire medio calvo, con esa mirada, un hombre que a los 25 años ya había vivido todo, ya tenía la sífilis, ya había escrito el Spleen y yo leí eso y me dije ¨para allá voy yo¨. Me encantaba ese nombre: Las flores del mal, me olía a nardos... uno nacido en las flores del bien qué cosa tan terrible... Maldoror también me jodió.

A los 18 años encontré Las Criadas de Jean Genet en una librería y sin conocerlo me fui hacia ese libro y me decía ¨este libro tiene algo que yo tengo adentro también¨. Con Brecht tuve cercanía pero también tuve lejanía porque soy un ser emocionalmente anárquico por naturaleza, compuestamente, nerviosamente anárquico, no soy capaz de razonar... me retiré del seminario para meterme a Bellas Artes. Había sido designado por mi mamá a ser cura pero no pude.

LUCÍA: Realmente lo que se ejerce es eso, el místico continúa estando ahí, la vocación no se ha ido.

BERNARDO: Y se me nublan muchas cosas ahora, se me meten muchas cosas del monje, del monje cristiano, del monje eudista, claro que del cristianismo hay cosas que no aguanto. Me meto al seminario y ya hacía teatro en mi casa, juntábamos las mesitas y los 31 de diciembre hacíamos el teatro y en el seminario había las veladas, las bellas veladas, cuando la gente iba con taburete, en noches de luna, a ver las comedias, los dramones de la Galería Dramática Salesiana, en tablado, se abría el telón, acto uno, acto dos, acto... eso era una cosa inolvidable, eso era magia, frente a la dureza de ese momento, y me toca mi primer papel de ángel allá en una obra. Luego me venía para Medellín a ver cine cuando existía el Cinelandia, el Cine al día, y eso era una cosa lúbrica de la más berraca meterse uno a cine y contradecir esa parte mística. Cuando vi mis primeras películas se me abrió el mundo, ¨quiero ser actor¨ y le dije a mi mamá: ¨yo no soy capaz de ser padre¨, mi mamá estaba aterrada porque había soñado que el diablo le decía ¨el alma de Bernardo es mía¨, y debía ser cierto porque yo oía voces en el seminario, sabía que el mal ya lo tenía adentro y pedí entrada a Bellas Artes a la escuela de arte dramático, en ese momento con Rafael de la Calle y Sergio Mejía Echavarría.

Por debajo de Bellas Artes se empiezan a dar focos de teatro con Hernán Bolívar que tiene el grupo La Llama y monta obras de Casona, creamos La Pirámide con Gloria Restrepo, y me metí a director con La Endemoniada de Carl Schoenherr, una obra de cinco actos que no sé cómo pasó en Bellas Artes. Después de eso con Horacio Barrios creamos otro grupo y montamos La historia de un anciano que quedó viudo. Con Teresita Gómez empezamos a montar La Orgía de Enrique Buenaventura y después con Jaime Carrasquilla Vietnam de Peter Weis con la cual recorrimos todo Cali que nos costó cárcel. Después vino el Taller de Artes de Mario Yepes, con él tuve ciertas reservas porque me parecía muy ortodoxo y yo no podía con esa parte programática tan formal, ni con ese cuento de la facultad que me parecía la muerte del actor.

LA ENORME DIFICULTAD DE LA EXISTENCIA

BERNARDO: Siento a Artaud, pero también a Strindberg metido a través de mí, no sé por qué, lo siento mucho, siento a Jarry, cercano también a Cioran, Genet por supuesto en esa parte más arabesca, más barroca, más pomposa, que para nuestro medio es muy difícil, siento al Living Theatre y el Zen, aunque estamos devorados por nuestras pasiones, por nuestra incesante manifestación, pero bueno, uno ataca el vacío desde ese punto, yo tengo una certeza con el absoluto del vacío, yo sé que detrás de eso hay eso, pero que yo no puedo ser vacío, que yo soy eminentemente grito, desalojo, desarraigo. Siento a Henry Miller que también es muy cercano, porque creo que son necesarias otras voces, uno no está creando con esto nada nuevo, pero al menos es una voz dislocada, uno no es una voz perfecta, no hablo de un teatro perfecto, hablo de un teatro tocado, tronchado, discontinuado, hecho a nuestra manera latina -no puedo ser europeo-, un TEATRO ESENCIAL, VITAL. Retomo la parte litúrgica de la iglesia porque me parece interesante, fui acólito, casi cura, y tengo siempre la angustia cuando todos los días me pregunto, voy a morir ¿y qué?, ¿qué es esto de la muerte?, ¿cómo lleno este espacio? Y siento que no lo puedo llenar ni con literatura, ni con poesía ni con arte, porque también el arte, la literatura, el teatro es VACÍO, entonces me quedo ahí porque es lo único que puedo hacer.

LUCÍA: Es una permanente angustia filosófica...

BERNARDO: Sí, una angustia que sé que está ahí y que yo no puedo ser distinto, por eso no puedo hacer teatro convencional ni teatro visita. El espectador que sacamos al escenario nos ayuda a desamoldarnos porque uno se va enquistando, se va perfeccionando, se va matando, entonces es meterle ese personaje fresco que no tiene idea de nada pero que tiene una conciencia inconmensurable de atrás. Aquello que dice el Zen: Lo que allí está eso es, esa cosmovisión que todos tenemos, donde todos somos iguales, por eso yo añoraba y me dolía mucho que la gente de teatro este en esa güevonada de cerrarnos el uno al otro el camino. Hablo y siento, que Enrique Buenaventura tiene otra experiencia, sí, pero uno lo conoció haciendo, viviendo, sudando su creación, cómo se va perder eso por una vaina conceptual. No hemos sido perfectos pero hemos sido sinceros, mentiras no he metido. Ese sería uno de los pasos fenomenales que podríamos dar en el teatro.

ESTOY EN EL INFIERNO DEFINITIVAMENTE

BERNARDO: Todas las satisfacciones mías han sido insatisfacciones, pero ha sido muy bello haber encontrado a Lucía y la respuesta que ella le ha dado a La Barca ha sido muy vital, siempre me sentía muy solo, sintiendo esa derrota de estar atravesando una especie de mar Estigia. Como una divina comedia yo estoy en el infierno definitivamente, creo que hacer teatro es estar en el infierno, afortunadamente.

LUCÍA: Con Aúllan los lobos en el año 81 tuvimos una censura total, nos sentimos muy solos, nos destruyeron a partir de esa obra.

BERNARDO: No es que nos hayamos marginado sino que nos marginaron, nos ha tocado un camino de exclusión, hemos sido los parias.

LUCÍA: Sentíamos la censura de la gente de teatro. Cuando nos presentamos en la Bolivariana echaron a Kike Márquez, a los muchachos organizadores los iban a echar también, nos presentamos en la Universidad de Medellín y qué escándalo tan tremendo, cuando nos presentamos en El Castillo se reunieron todas las entidades, Cámara de Comercio incluida, a decir que La Barca de los Locos no se volvía a presentar, en la Universidad Nacional veto, en España una censura tan fuerte como la de acá, era el cerco total y entonces nos dijimos: vámonos para la calle, al Parque de Bolívar donde están los locos.

BERNARDO: Entonces sentí dos cosas, por un lado una total ausencia y por el otro, que me surgía una fuerza de adentro, no una fuerza de conquistador ni de dominación sino una fuerza de saber por qué se estaba y yo sabía que interiormente, pese a toda la debilidad que hay, uno seguía uncido y nos dábamos fuerza, se podía llamar un estado místico y sobre todo una postura de sinceridad. He amado el teatro. Tal vez no tenga la concepción del teatro tal cual, pero yo he querido hacer este teatro, estoy como resarcido, siento mis propios textos moviéndose, siento que puedo morirme ya. Quiero ver mis textos caminando, palpitando con el cuerpo del actor, sentir qué siente el público frente al texto. Amo la escritura, es una pasión. Me siento carne y me siento escupa.

EL INFIERNO SON LOS OTROS

LUCÍA: Hace algunos años un muchacho de sociología nos invitó a Fredonia, a una finquita, donde había un grupo que estaba estudiando al Marqués de Sade.

BERNARDO: La finca se llamaba El antro de Trofonio. Trofonio era un personaje que recogía a los locos y a los artistas de Roma y les permitía estar en libertad y en orgía. Este muchacho de Fredonia era un cafetero y vivía toda la parte de mayo del 68, su Jeep estaba cargado con consignas alusivas.

LUCÍA: Nos fuimos con Aúllan los lobos, cuando llegamos nos contaron que le habían vendido boletas a todo el pueblo y nos presentamos en el liceo y pusimos a actuar a los muchachos de allá.

BERNARDO: La obra empezaba desde la entrada, todo estaba oscuro...

LUCÍA: Y la gente tenía que meterse por unas canecas, con dificultad para entrar. Hicimos toda una escenografía, una cosa loca, pusimos un confesionario, vestidos de curas...

BERNARDO: Bajamos la virgen y la pusimos llena de velas y la bandera de Colombia y la obra salió extraordinaria, muy linda.

LUCÍA: Trabajamos en medio de la gente, con campesinos, niños de brazos, tan pronto acabamos la obra aplausos, la gente pidiéndonos autógrafos, una cosa que nunca nos había pasado, nosotros felices, esa noche nos quedamos a dormir en la finca de nuestro amigo, y cuando llegamos a Medellín encontramos el escándalo armado en todas las emisoras, hablando de actores en pelota, El Espectador, El Tiempo...

BERNARDO: Juan Gossaín como una dolorosa toda compungida.

LUCÍA: Porque el cura era una persona como feudal, perverso, y armó el escándalo.

BERNARDO: Tenía un ojo de vidrio y se lo sacaba y se lo chupaba en los cafés y en los bares, contando chistes verdes. Tenía ligazones con un senador y nos armaron el problema cuando al domingo apareció la carta del Cardenal Alfonso López Trujillo y ahí sí nos entró un pánico y nos fuimos para los guayabales de El Poblado porque nos dijeron que nos iban a matar y pasamos ese domingo escondidos y el lunes nos fuimos para Bogotá, eso fue en el 85, yo tengo la carta, dice así: QUEDA A OTROS HACER PORQUE LA IGLESIA YA CUMPLIÓ, o sea que nos tiraba la parte militar encima.

LUCÍA: En el colegio destituyeron al profesor que había facilitado el lugar...

NO PARA DE LLOVER

LUCÍA: Habíamos estado en Heliconia haciendo El Gallinero y nos volvieron a invitar a hacer Rumbo a las Indias en el parque, pero comenzó a llover y nos fuimos al liceo y la obra salió muy cálida y por la noche sentíamos un borracho amenazando alrededor de la casa donde estábamos durmiendo, pero no sabíamos que era con nosotros. Al otro día cuando madrugamos a montarnos al carro vemos a un señor montado en un balcón diciendo que ese pueblo era de cobardes, que por qué nadie hacía nada...

BERNARDO: ...y me fui a una tiendita a tomarme un tinto y a escribir, cuando sentí que llegó una figura enorme y de pronto me cogió y yo vi un cuchillo ¨mataganao¨ de esos grandes y mi tintico voló por los aires y una voz interior me dijo ¨Bernardo corré¨ y el tipo me perseguía y la voz me decía ¨metete al cuartel de policía¨ y otra voz me decía ¨¿¡te vas a meter donde los policías!?¨

LUCÍA: Y cuando vi que lo estaban persiguiendo me fui detrás del tipo y le pregunté que por qué lo iba a matar y me dijo: ¨es que ustedes le han estado dando brebajes al pueblo, si no lo mato a él la mato a usted¨ y me cogió de la muñeca y en esas salió la policía y le gritó ¡Señor juez suéltela! ¿Cómo le parece? Todo un juez que a los días según nos dijeron iba a disertar sobre los derechos humanos.

BERNARDO: Colombia es una cosa extraordinaria.

SÍ, EXTRAORDINARIA

BERNARDO: Apareció un personaje muy extraño, un poeta policía, Antonio Machado, y fuimos e hicimos Aúllan los lobos para los de la policía, para la Sijin, para los cuerpos de inteligencia y después hicimos La monja y el Cristo, con una respuesta muy vital. El mayor Bermúdez se coló a una función y nos dijo: ¿Ustedes serían capaces de presentar esta obra para mi general Matallana?, yo respiré profundo y dije, sí, y se dio el día. Matallana ahí, frío, tenso cuando en medio de la obra sonó el himno nacional, no sabía si pararse y yo le puse la mano en el hombro y en ese momento ya no era General, el teatro tenía una cosa tal que lo transportó, perdió todos sus galones en ese momento, trastabilló, se le metía adentro el simbolismo y el como que no podía atacar eso.

EL ASCETA

ACOTACIÓN: A esta gavia de los locos en sus primeros días se había trepado Kike Márquez, un excesivo, verdadero alter de Bernardo, hasta que la parca se lo llevó. Lucía Agudelo llegó en el 81, venía de ser profesora de sociología y renunció a todo porvenir venturoso para convertirse en una iniciada.

BERNARDO: Siempre he estado muy cercano a la muerte y mis textos siempre están referidos a la muerte, ¿qué es esto de la muerte?, ¿qué es esto de sentir? y a la vez la inutilidad de vivir, no tengo aspiraciones, me retiré del Teatro Popular de Bogotá y de la posibilidad de la televisión porque me parecía aberrante, siempre me sentí fuera, marginal y en esa carta que le escribí al TPB donde les decía futuras momias de la gloria nacional, les mencioné todos los poetas malditos Nerval, Gonzalo Arango, Rimbaud, Baudelaire, Fernando Gonzáles, Van Gogh, toda la gente que literariamente se había conculcado, uno está ahí, ¿por qué razón? Tal vez sea el devenir que le toca a uno. Soy un hombre atormentado, con sufrimiento y estudio y practico el Yoga y el Zen para no ser tan neurótico, para volverme más asible. Pienso en la muerte, en el paso del tiempo, en el dolor, en el misterio, nací atormentado, nací hijo de Ana Saldarriaga que creía que yo iba a ser cura y santo y empecé a sentir la carne, nací signado. Vivo en constante estado de ebriedad sin licor, sin cigarrillo, sin marihuana, sin drogas, madrugando, como un monje, en disciplina. He vivido esa parte cristiana dura del guárdese, amárrese, perfórese, siéntase.

LUCÍA: Uno vive muy asceta, no necesita nada. Tengo una hermana que es muy cómplice, ella ha sido como el sostén y un papá cómplice también a pesar de que tenga otros conceptos.

BERNARDO: Nunca voy a tener plata, yo vivo ahí con centavitos, con ropa que me regalan, en una piecita de un inquilinato, cuando me muera me tendrán que enterrar con una caja del municipio y yo por eso troto todos los días porque si yo me enfermo me friego, tengo que resucitar por mí mismo, pero yo sabía que eso iba a ser así que yo no iba para otro lado. Tengo como 500 obras escritas que ya no alcanzo a montar. Siempre escribo obras cortas para que aguanten lo del parque y siempre con Lucía, un hombre y una mujer bastan para hacer teatro, un hombre y una mujer son todos en el teatro.