Fernando Pessoa
Nació en Lisboa el 13 de junio de 1888 y vivió 47 años. Murió el 30 de noviembre de 1935. La figura de la abuela materna, Dionisia, aquejada de locura rotativa -entre la calma y las grandes crisis violentas- marcó su infancia y lo convirtió en un obsesivo, aunque la locura del nieto deriva en otra cosa: depresiones de origen neurasténico, según él mismo la definió.
Su padre, Joaquín de Seabra Pessoa, fue funcionario inteligente y culto, crítico musical, murió cuando su hijo tenía 5 años. Su madre, María Magdalena Pinheiro Nogueira, hablaba varios idiomas y escribía poesía. Pero quien lo empujó a escribir fue su tía abuela, María Xavier Pinheiro, mujer aristocrática y escéptica en religión, que también era poeta. La madre volvió a casarse, esta vez con el cónsul portugués en Suráfrica, y allí vivió Pessoa una década entera. De muy niño leía a Dickens y cultivaba su tendencia a lo que llamó ''mentira artística'': fantasear con gente invisible, verla ''exactamente humanos''.
En 1905 volvió a Lisboa. Su destino era Londres, ser un inglés más como sus hermanastros, quizá un poeta correcto. Pero le negaron una beca en Oxford, y volvió a Lisboa con ese aire de extranjero que ya tendría siempre. Era un joven reservado, frío, solitario, que se adaptaba mal. Se matriculó en la universidad pero no duró casi nada. A los 17 años, en su ''tercera adolescencia'', escribe: ''Estoy sentado en mi mesa, con mi papel y mis plumas, y de pronto me asalta el misterio del universo; me detengo, tiempo, siento miedo, y me gustaría dejar de sentir, ocultarme, golpear la cabeza contra la pared. Feliz aquel que es capaz de pensar profundamente; pero sentir con esa profundidad, es una maldición''.
Pessoa sólo publicó un libro de poemas Mensaje, lo hizo porque ganó el segundo premio en un concurso literario, el resto de su producción, 27,543 páginas, las guardó en un baúl de madera que aún sigue dando sorpresas. Su vigencia es apabullante. Su misterio, su pulsión de la vida, su complejidad, su miedo a la locura y a la soledad surgen como si fueran nuevos de ''un corazón de nadie''.
Después de 75 años, Antonio Tabucchi explica así esa maldición: ''Con Pessoa, una de las grandes preocupaciones de la época, el Yo, entra en escena y comienza a hablar de sí, comienza a reflexionar sobre sí mismo. A través de una formulación meticulosa, digna de un informe psicoanalítico, la heteronimia no es otra cosa que la vistosa traducción en literatura de todos aquellos hombres que un hombre inteligente y lúcido tiene sospecha de ser. Se podría a lo sumo, añadir que tal vez en ninguna otra época como en la nuestra el hombre inteligente y lúcido ha tenido la sospecha de ser tantos hombres''.
Dolorosa sospecha. El poeta lee sin parar a los clásicos ingleses, hereda de su abuela Dionisia, monta una empresa de artes gráficas y se arruina, se dedica a escribir y traducir cartas comerciales y bebe como un cosaco. Su vida es renuncia. Sólo tiene tres vicios: el Macieira, cuatro cajas de tabaco al día y los trajes del mejor sastre de la ciudad.
Ligia Minaya