Mayo teatral: América Latina, vigorosa en la escena
por: Frank Padron
Casa de las Américas tiene la cortesía, siempre por este mes, de obsequiarnos una selección de teatro latinoamericano (que incluye, por supuesto, nuestro país, con una muestra de la escena extra-capitalina, doblemente agradecible), la cual nos pone al día de tendencias y poéticas en la región.
Al cierre de esta edición restaban no pocas sorpresas que, entonces, quedarán en el tintero, fuera de este intento de resumen, pero ya a mitad de jornada (7 al 16 de mayo) se había visto mucho de lo mejor y más representativo de lo programado.
Digamos, el Teatro Macunaíma de Brasil, con su Pret-á-porter 6, el cual, siguiendo las enseñanzas del maestro Antunes Filho, intenta librar de afeites y artificios la representación volcándose al mundo interior del actor, que todo el tiempo busca la comunicación directa, humana, con el espectador; en su nueva pieza, integrada por tres momentos, escritos y dirigidos por los propios intérpretes. La concentración y la intensidad es un hecho; sólo que uno siente todo el tiempo la improvisación del ejercicio, y se echa de menos una mejor labor de dramaturgia, sin olvidar la irregularidad de la propuesta.
Cabaret político trajo el dúo conocido como Las Patronas, de México, integrado por la azteca Jesusa Rodríguez y la argentina Liliana Felipe; esta última al piano, con notables canciones propias que complementan a la perfección los diversos personajes que su compañera va desgranando en la escena, dentro de un divertido espectáculo titulado Arquetipas, al que sólo habría que limar de algunas referencias un tanto forzadas y gratuitas.
El prestigioso teatro Matacandelas, de Medellín, nos entregó uno de los momentos altos de Mayo teatral: La chica que quería ser Dios, suerte de opereta en torno a la poetisa suicida Sylvia Plath, apócrifamente representada por una amiga y colega de esta, Anne Sexton y su grupo Her Kind. Con la visceral obra de la escritora (cartas, diarios, poemas...), textos y música se integran de modo coherente, en un cuidadoso trabajo de dramaturgia, donde acaso se reprocharía una excesiva referencia a otro montaje del grupo también presente aquí: Medea. El trabajo actoral (sobre todo de esa inmensa Ángela María Muñoz) resulta uno de los sólidos rubros de Matacandelas.
Entre los monólogos, vimos al legendario Eduardo Pavlovsky, de Argentina, animando en Potestad los matices, la humanidad que hay también dentro de un secuestrador. A veces en exceso enfático, el actor, director y siquiatra de profesión (confiesa haber entendido el alma humana más desde el teatro que desde la medicina) ofreció todo un "arte poética" en su encuentro vespertino con un nutrido auditorio en Casa de las Américas. También apreciamos al teatro La polea, de Costa Rica, con la actuación de César Meléndez discursando en torno a las vicisitudes del inmigrante, dentro de una puesta en excesivo larga y algo panfletaria.
Respecto a lo cubano, fue saludable encontrarse con el matancero Teatro Icarón, que trajo un texto del chileno Egon Wolff, mención Casa de Las Américas 1970: Flores de papel; la relación entre un marginal y una solterona-clase media, arranca muy bien a nivel de letra, y lamentablemente, se enrarece con una proyección sentenciosa y filosófica que le inyecta un giro pernicioso, algo que, por suerte, resuelve Miriam Muñoz (también actuando) en un montaje ágil y bien proyectado. Danilo Marichal Osorio, que ya había recibido una mención en el Festival de Pequeño Formato en 2002, exhibe una labor matizada y segura; sensualidad, violencia y ternura alternan en su pordiosero-filósofo, mientras la dirección artística de Rolando Estévez (también reconocida) contribuye admirablemente al mundo mágico, metafórico de la obra.
Diatriba de amor contra un hombre sentado, única incursión de Gabriel García Márquez en el teatro, llegó esta vez de la mano de Pastor Vega y Daysi Granados, tras un ilustre antecedente (fines de los 80) con la actriz argentina Graciela Duffau. La revisión de vida que hace una mujer madura en torno al desamor, las frustraciones, el caciquismo y la doble moral, significan un doble reto: para el director, que debió poblar la escena de imaginativas soluciones que paliaran el extenso texto; para la actriz, que tenía que enfrentarlo, no sólo cargado, sino lleno de transiciones: el resultado es feliz; ambos artistas, desde sus puestos, resuelven las dificultades airosamente.
Mayo teatral resultó un éxito; la diversidad y representatividad de sus propuestas encontró eco en el público (que desbordó no sólo las funciones, sino los talleres, encuentros teóricos y charlas) y en la crítica, que cubrió regularmente sus incidencias. Felicidades, una vez más, a Casa de las Américas.