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Todo el mundo lo conoce a uno y uno no conoce a nadie

Entrevista a Guillermo Zuluaga. Montecristo.

Por Cristóbal Peláez González

(Publicado en la Revista Vía Pública Número 3-1989)

En este Medellín tan dado para el gracejo, donde el chiste se da en sus múltiples variedades por todos los recodos, no abundan los cómicos de profesión. Se explica en que ésta es una tierra sin la suficiente vida bohemia de cultivo para la farándula, donde aún se resisten las costumbres rurales tan opuestas a las amplitudes mundanas de la gran ciudad, como que el país, por añadidura, ha sobrevivido arañado por 32 guerras civiles y que, más allá de todo recuerdo, nuestra mente se pierde en un larguísimo aislamiento de estado de sitio que, quiérase o no, nos ha marcada un modus vivendi de enclaustramiento, de apego sedentario a la hogareña morada.

Lo asombroso es que en una ciudad donde se llora hasta la cuenca vacía se conviva en armonía respetuosa con el chiste y sus géneros adyacentes.

Guardando vecindad con el arte y la ciencia, el humor es una de las formas agudas de descifrar el mundo y con ello se cree que hablar de humoristas inteligentes es, así de sencillo, resbalar en el pleonasmo.

El humor exige reflexión, observación, rara capacidad de reproducir con gracia los gestos, sonoridades y movimientos que para el ojo normal suelen pasar desprovistos de carácter. Debe ser éste ese séptimo sentido del que tanto se habla y con el cual se capta hombre y entorno en plena candencia de su angustia y contradicción.

El humor y su producto natural, la risa, no existe sino en ese animal llamado hombre, único sobre la joroba de la tierra capaz de reelaborar su mundo, de reconstruir un contexto para dominar sus temores y vergüenzas. Ha puesto el chiste en su experiencia consuetudinaria para demarcar sus tabúes, sus urgencias secretas, sus más recónditas miserias existenciales, en la perspectiva de trazar el tamaño de sus propias fronteras. En esa ruta hay seres que han llegado a este valle de lágrimas con el portento de saber provocar la hilaridad en el prójimo. Uno de ellos, el más famoso, el más asiduo, el más injuriado, el más reclamado, el inimitable muy imitado, es aquel a quien llaman “el primer humorista de América”, don Guillermo Zuluaga, Montecristo.

Saltando por encima de los abrojos del juicio estético, las pasiones admirativas o los gustos adversos, quisiéramos llegar con el lector allí donde habita el ciudadano de a pie, aquel que le ha dado enjundia a los graciosos personajes de la picaresca antioqueña.

El esplín por carcajadas

Nació en la ciudad de Medellín, que no en Santuario, en el año de 1924. Hijo de un médico santuareño que le infundió el agradecido amor por el terruño. “En la casa donde nací, en la calle Ayacucho, hay una placa” dice, y a continuación redondea: “Una placa con el número de la puerta, el 40-31”.

El hombre que durante 45 años más o menos ha hecho reír a los colombianos, incluyendo a ese medio país que se encuentra como colonia en los Estados Unidos, es, y ello es comprensible, uno de los mortales más serios del mundo. Sobrio, lacónico, mesurado en la conversación, demarca con altura la diferencia del copioso progenitor de 20 hijos con el personaje público.

Es un humorista que no conceptualiza, lo lleva adentro, porque don Guillermo Zuluaga es, sí señoras y señores, un histrión que ha puesto en evidencia la falta en nuestro medio de un desarrollo teatral amplio que hubiera podido recoger con mejor esplendor su particular talento natural.

Con 65 años de edad y después de pasar por adversidades, como aquella en que se vio postrado durante 2 años en una silla de ruedas, rebajando 20 kilos por “la inmensa pena moral que me embargaba”, ya no está el ágil artista que da saltos en los escenarios imitando todo tipo de retratos, pero queda, y así lo hemos constatado, el impostador que con un pequeño gesto, imperceptible a veces, logra arrancar sonoras carcajadas.

El cambio de aquellos personajes conocidos, está hoy marcado en algo que para él y su público resulta inconfundible: la forma del sombrero. Colocado al uso normal es Montecristo. De ala doblada es Montecristeso. De ala caída y hundido en la cabeza es Montoño. De ala muy arriba es Montecristote. Los espectadores que lo frecuentan -y son legión- conocen por la disposición del sombrerete la aparición del personaje, aún antes de emitir la primera sílaba o de adelantar un gesto; repletan el teatro donde por espacio de 33 años, una vez a la semana, durante dos horas, realiza la grabación para su programa radial diario de 30 minutos. Ríen y contribuyen con generosos aplausos, se sienten de alguna manera actores con sus palmas y sus risas y, de vez en cuando, con el murmullo complaciente hacia el gag de alto voltaje. Se acostumbraron a un Montecristo con repertorio de historias siempre tendencioso a la picardía ardiente del alusivo sexo. Es su recurrido héroe que divierte y no enseña. El histrión que está muy por encima de las nuevas promociones televisivas, esos nuevos imitadores que no importandoel éxito seguirán siendo descoloridas parodias del inalcanzable parodiador.

Porque encima de los libretos de chistes flojos pletóricos de sugerencias genitales, Montecristo seguirá siendo un cómico donde los hubiere, un actor que rebasa, con mucho, su texto.

El portero del Deportivo Cali abandona el arco y canta

- ¿Cuándo se descubre a sí mismo como un hombre de humor?

- Yo trabajaba en la Coltabaco como obrero y cantaba mucho entre los compañeros. Ellos un día me dijeron que fuera a cantar a un programa de radioaficionados que se llamaba La hora de las variedades en la Radio cultura de Cali. Yo fui a cantar al programa pero me silbaron, me pusieron los perros, entonces para no quedar fracasado pedí permiso para contar un chiste, lo hice y la gente se rió. Me dijeron: “Vuelva pero a contar chistes, no a cantar”. Volví a contar chistes y termine ganándome el concurso. De ahí seguí contando chistes donde podía, vivía contando chistes. Me paraba ante un espejo y me contaba los chistes a mí mismo, para aprender, para estudiarme la mímica. Me fui acostumbrando y aprendí a contar chistes. Por aquellos años en Coltabaco también le hacía al fútbol. Fui portero del Deportivo Cali en 1984.

- ¿Y cómo fue el ingreso profesional a la farándula?

- Eso se fue dando poco a poco. Un día me invitaron a Bogotá al Festival de Sayco, que contaba con la asistencia de presidente Mariano Ospina Pérez y también con los mejores cómicos que había en esa época aquí. Tuve tanto éxito que me hicieron salir como siete veces al escenario, hasta salí en Cromos. Entonces ya me creí el macho para eso y me retiré de la Coltabaco y me puse a trabajar en un depósito dental. De ahí salía a vender a los pueblos y aprovechaba para presentarme en los teatros a contar chistes. Así fui haciéndome la carrera por todos los pueblos del Valle.

- Cuenta chistes, hace parodias, pero ¿cuándo va a la forma dramatizada, al radioteatro?

- En el año 57 hicimos para La voz de Antioquia de Caracol un programa que se llamó El café de Montecristo, trabajamos con libretos de afuera, de un libretista cubano, Álvaro de Villa, el de aquellos famosos personajes: Salmoyedo, Tinguaro… Después al crear mis personajes de Montecristo, Montecristeso, Montecristote, etc. lo bautizamos Las aventuras de Montecristo, porque abarcaba todo. Con libretos de aquí.

- A propósito, ¿de dónde le viene el Montecristo?

- De atrás, desde La hora de las variedades, en Cali yo fui un día al programa con un saco verde muy feo y apenas me vio el locutor, dijo: “Aquí llega el conde de Montecristo” y así me siguieron diciendo. Vi eso muy largo y me quité el conde, puesto que no tenía nada que es-con-de-, dejé el Montecristo solo.

- ¿Alguna vez ha hecho sus propios libretos?

- Nunca, sólo quito o pongo.

- ¿No pensó alguna vez en canalizar toda esa dote natural, toda esa versatilidad en el teatro?

- No, ¡si yo hice mucho teatro! hasta tuve una compañía de comedias que hacía giras por todo el país con varias obras como La tía de Carlos, aunque yo la puse La tía de Montecristo, la otra comedia era Montecristo se divorcia. También estuve con compañías de revistas como la de Cecilia López. La base mía es el teatro. Lo hice mucho.

Personajes que vienen de los de abajo

- El carácter empírico no ha demeritado la gran habilidad para saber recoger de abajo, de esos seres típicos populares...

- Sí, en eso he basado yo mi trabajo, en lo popular. Todos mis personajes vienen del pueblo, de la vida misma. Montecrispucho, por ejemplo, lo hice en base a un señor que tenía una tienda ahí en la autopista y andaba siempre con un tabaco entre los dientes. Montoño lo tomé de Toño, un bobo de Aguadas, es el clásico bobo, es un bobo-vivo.

- Obviamente debe mediar mucho trabajo de observación.

- Montecristeso es la idea general de un marihuanero. Yo me iba para una inspección de policía a mirar a los marihuaneros y borrachos y les extractaba de su argot. Ahí está mi éxito.

- ¿Y ese ha sido el éxito de una obra como País paisa?

- Sí, yo no la he visto pero sé cómo es la obra. Eso es prácticamente una recopilación de lo que yo he hecho. Una recopilación de dichos, exageraciones, refranes, situaciones del pueblo antioqueño, de todo lo que yo he hecho en chistes. Ellos lo que han hecho es unirlos, montarlos como una obra de teatro.

- Se habla de ellos como sus sucesores…

- Pues… fíjese que hasta en la misma obra salen apartes míos, de mi programa. Pero muy bueno que surjan bastantes humoristas para este pueblo que necesita tanto reír, y ojalá surgieran libretistas, que es lo que más falta hace, libretistas de humor. Con muchos habría más competencia y por lo tanto más y mejor calidad.

- ¿Pero ha intentado escribir?

- Se me hace muy difícil escribir para mí mismo. Yo no me puedo ver. La otra persona puede sacar mejor partido de lo que hago.

Un hombre de radio

Ha recorrido exceptuando a Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia, toda América, desde Argentina hasta Canadá y Alaska (“Dios mío, qué hago yo aquí, en Alaska”, se pregunta a sí mismo, sorprendido antes de saltar al escenario). Igualmente ha tenido la oportunidad de realizar presentaciones en España. Organizó el primer Festival del humor y ha sobrevivido con sus Aventuras a otras experiencias importantes como Los chaparrines, La escuelita de doña Rita, Los tolimenses y Hever Castro. El humor se agota, se diluye, pero los comienzos no son fáciles. Que lo diga Montecristo.

- Al principio para hacer el programa de radio yo tenía que ir de almacén en almacén pidiendo la cuña, iba donde el tipo y le decía que yo contaba chistes: “Soy fulano de tal, me llaman Montecristo, a ver si me dan una cuñita”, y me decían: “No hombre, no me interesa”, y yo decía: “No, pero es que usted no me la va a pagar, escuche el programa y si no le gusta no lo paga”. Tenía que darles esa gabela, y nunca resultó nadie diciendo, no me gustó, no le pago. Después del programa tenía que pasar yo mismo a cobrar. Nunca se creyó que en Colombia esto podía ser una profesión.

- ¿Cómo está el país de humoristas?

- Han surgido muchos en Sábados felices, pero se quedan en el programa y se acaban. No se lanzan solos a buscar su propia personalidad. El problema de Sábados felices es que ahí todos son cómicos, no hay serios. Fíjese que Justiniano, haciendo de serio, hace reír. En el humor tiene que existir el contraste.

- ¿Por qué tampoco inclusión en la TV?

- No me gusta la TV, es un quemadero.

- ¿Se queda con la radio?

- En la radio se le puede crear mayor imaginación a la gente. En la TV se hace todo al mismo tiempo, radio, televisión y cine. Allí lo trabajado ya no se puede volver a utilizar.

Versatilidad y espontaneidad

- Cómo logra las transformaciones rápidas de un personaje a otro, de una situación a la siguiente?

- Eso lo he aprendido en el teatro.

- ¿Alguna técnica en especial?

- No, ninguna, es una cosa innata.

- ¿Se ha preocupado por la teoría y la técnica teatral?

- No.

- ¿Todo viene así de espontáneo?

- Todo sale de golpe. Improviso. Me gusta salirme de los libretos. Incluso, nunca ensayo con los otros compañeros del elenco, ellos ensayan aparte, sin saber qué voy a hacer yo. Así se da más espontaneidad y humor.

- ¿Qué piensa cuando se escucha a sí mismo en otras épocas?

- Oigo los discos viejos que he grabado y me da tristeza, me pregunto: ¿Cómo se ríen con esto? Creo que lo hacía muy mal.

- ¿Ahora es mejor?

- Claro, al menos tengo mayor conciencia de lo que hago.

- ¿Es usted de mal humor?

- Soy serio. Cuando paso al escenario hago lo posible por reír. Más allá hay una diferencia enorme entre Montecristo y Guillermo Zuluaga.

- Pero hay alguna vez en que se borre esa diferencia, se supone.

- Es muy molesto cuando uno va a alguna reunión y desde que entra no lo dejan sentar pidiendo un chiste. No invitan al amigo, a la persona, sino al cómico.

- ¿No le ha tentando quedarse a vivir fuera de Colombia?

- No, a pesar de todo, este es un buen vividero.

Que tarde la de esa tarde

- ¿Qué siente Guillermo Zuluaga con tanta popularidad?

- Uno busca la popularidad para después esconderse. Resulta que todo el mundo lo conoce a uno y uno no conoce a nadie. A veces es agradable estar por fuera y sentir que soy un desconocido.

- ¿Y para su familia? El ser hijos de Montecristo debe tener implicaciones sociales un poco particulares ¿No?

- Nunca he entrado a analizar eso y nunca he utilizado mi nombre para ayudarlos, no me gusta lagartear cosas por ahí. He sido muy ajeno a eso.

- Los políticos seguramente habrán intentado atraerlo.

- Un candidato a la presidencia (me reservo el nombre), me invitó una vez a su campaña y le dije: “No doctor, yo a eso no voy, no me meto en cosas políticas, no le mezclo política a mi carrera”. Jamás he utilizado el chiste político para tratar de hacer reír, eso es muy peligroso. En un medio como el nuestro donde están divididas las opiniones entre liberales, conservadores y comunistas, se hace un chiste que sale favoreciendo a unos y quedan los otros heridos y se le viene a uno esa gente encima y eso es muy peligroso. Prefiero mantenerme al margen. Me le negué al candidato que, por lo demás, llegó a presidente. A los que estuvieron en su campaña les hizo muchas atenciones, por ejemplo a Cochise lo nombró para un consulado.

- Hablemos de los momentos difíciles.

- El momento más difícil para mí fue una tarde en la Plaza de Toros la Caletilla de Acapulco, en México, durante la reseña mundial cinematográfica, alternando con Bob Hope y Cantinflas. En el momento de mi actuación la gente quería oírlos a ellos y empezaron al silbarme. Eran unas 35.000 personas. Yo pensé: si me entro, me acabo. A mí que me silben pero después de que me escuchen. Seguí y poco a poco se fueron metiendo. Resulté el triunfador de la tarde. Cantinflas me dijo: “¡Qué difícil es su trabajo!”. Terminé mi actuación contándoles el chiste que al principio me habían interrumpido. Les grité: “Si no me dejan contar este chiste, me hace daño”. He tenido momentos muy especiales pero esa fue la tarde más gloriosa.

- ¿No ha pensado ahora en el retiro?

- No, porque no tengo una situación que me lo permita.

- ¿Ha tenido problemas con este humor tan subido al verde?

- No, y le digo que yo me considero entre los humoristas del país el más decente. No me gusta la vulgaridad, hago doble sentido sí, pero nunca se me oye una mala palabra, mire a Jeringa o a Colaviza o a cualquiera de ellos, siempre están usando la palabra verde. Yo nunca me he podido salir del punto. A veces me piden ¡más verde! ¡más verde!, y me digo, no puedo ¡no puedo! Más bien me pongo a contar el chiste ingenuo.