Medellín, Dic 19 año 2004
Periódico El Colombiano.
La casa de las Ramírez
Por Juan José Hoyos
Por fuera parece una casa más de la calle Bomboná, con techos de tejas de barro ya casi negras por el paso de los años: una de esas casas viejas del centro que todavía se resisten a ser demolidas. Por dentro, en medio de esos muros de tapias gruesas, construidos a fines del siglo XIX, parece la casa tomada del cuento de Julio Cortázar: las paredes están llenas de afiches anunciando obras teatrales, hay gente que entra y sale llevando piezas de cartón pintadas de colores, muñecos, vestidos, pelucas; se oyen martillos golpeando tablas; suena el teléfono. A esa hora de la tarde, sólo hay silencio en el bar, que está cerrado, y en la sala de teatro, que está vacía y a oscuras. Pero por la noche, todo será distinto. Vendrán los duendes que se han apoderado de este caserón del viejo Medellín, se encenderán las luces y....
No es una fábula: los duendes tienen nombre propio. Y la casa es la casa del grupo teatral Matacandelas, fundado y dirigido por Cristóbal Peláez hace veinticinco años. La historia empezó con cinco personas, en un bar detrás de la Plaza de Flores. Se reunían en la Biblioteca Pública Piloto por invitación del director de entonces, Juan Luis Mejía. Luego, Vehder Sánchez les ofreció la Casa de la Cultura de Envigado, a la que llegaron por azar en 1979, y se quedaron siete años, hasta que ya no cabían. "Hicieron mal en tratarnos tan bien", dice Cristóbal. En esa época, en Envigado, un grupo de teatro era una especie de ornitorrinco. Durante los ensayos, los muchachos que pasaban por la calle les tiraban piedras por encima de los muros y les gritaban "¡maricas!". Cristóbal les decía a los actores: "Acostúmbrense, que vendrán tiempos peores..."
Después regresaron a Medellín y alquilaron una casa situada en Córdoba con Maracaibo, muy cerca del Instituto de Bellas Artes. Allí construyeron un teatro con capacidad para noventa personas. Fue la época en que el Matacandelas logró consolidar su trabajo. Montaron "La voz humana", de Jean Cocteau, "Oh Marineiro", de Fernando Pessoa y otras obras propias y de autores de los siglos XIX y XX con las que ganaron prestigio nacional e internacional. Siete años más tarde, la casa cambió de dueño. Era el año 1991. "Entonces recibimos de Bogotá una llamada mágica: el Ministerio de Hacienda había aprobado un auxilio de 20 millones de pesos para varios grupos colombianos de teatro", recuerda Cristóbal. Sin embargo, el dinero no les alcanzó para comprar esa sede en la que habían invertido tanto trabajo y tantos sueños y el grupo tuvo que desocupar la casa. Fueron a dar al barrio Calasanz.
Contra lo esperado, vinieron tiempos mejores. El gobierno del alcalde Omar Flórez los declaró patrimonio de la ciudad y la Secretaría de Educación municipal los apoyó con entusiasmo; lo mismo hizo con otros grupos teatrales. Pero los dueños de la casa de Calasanz les aumentaron el arriendo. El presidente Abraham Lincoln decía que un trasteo es un colapso y que dos equivalen a un incendio. En el caso del Matancandelas, el asunto era más grave: adonde llegaban, tenían que mover puertas y ventanas y, a veces, hasta tumbar muros. Para no repetir la historia, decidieron conseguir una casa propia. El administrador del grupo, Jorge William Laverde, se rió de esa locura y dijo: "No tenemos con qué pagar los fiados de la tienda, para ahora ponernos a pensar en una casa..."
A pesar de las vacilaciones y la pobreza, todos se pusieron en el trabajo de encontrarla. Hasta que un día apareció la casa de las Ramírez, una edificación antigua, de piezas grandes, con una bodega abandonada y un largo callejón lateral. Cristóbal fue a verla con Jaiver Jurado. Allí vivía Estella Ramírez con una hermana enferma y una empleada del servicio. Cuando estaban en la bodega abandonada y vio por la rendija de una puerta el callejón que daba a la calle Bomboná, Cristóbal dijo: "Ésta es la casa del Matancadelas".
"La casa fue negociada por un valor de 120 millones de pesos. Nosotros logramos abonar 10 millones y empezamos a prestar y a recoger plata entre los amigos para pagar el resto" recuerda Cristóbal. "Y eso se volvió un caos. Unas partidas que nos había prometido el Instituto Colombiano de Cultura llegaron tarde, otras llegaron recortadas, y otras nunca llegaron... Gracias a la ayuda de Jackie Strauss, la esposa del presidente Ernesto Samper, el gobierno ordenó al Instituto de Fomento Industrial abrir una línea de créditos blandos para apoyar los grupos de teatro del país. Aún así, la deuda de la casa siguió creciendo. En 1996, habíamos pagado 30 millones de pesos y debíamos 170 millones. El Banco del Estado, que era la entidad intermediaria, iba a rematarla".
Pero aunque éstos son malos tiempos para la lírica, después de buscar muchas salidas y hasta de pensar en parapetarse en la casa armados de explosivos, el Matancadelas recibió la ayuda de Oswaldo León Gómez, gerente de la empresa cooperativa Confiar. Él los regañó por haberlo arriesgado todo en una deuda tan grande para un grupo teatral, pero les dijo: "Ustedes son un patrimonio de Medellín y esa casa no se puede dejar perder".
La deuda la pagaron con su trabajo de siete años. Una parte de las cuotas la pagaron con servicios. "El domingo 12 de diciembre a las 10.30 de la noche, después de 10 años (¡uf!) y dejando pelos en el alambrado, se terminó de pagar el rancho", dice Cristóbal. A los que todavía les preguntan para qué necesitan una casa, Cristóbal les responde: "Desde septiembre de 1994 hasta el 12 de diciembre de 2004, nuestra casa ha sido visitada por 200.000 personas, hemos creado 14 obras, hemos tenido 16.000 horas de ensayo, 3.000 horas de escenario. En 25 años de existencia hemos producido más de 40 montajes, entre ellos unos 12 pertenecientes al teatro de títeres. Actualmente tenemos 13 obras de repertorio. Hemos sidos invitados a los Festivales Internacionales de Teatro de Cádiz, Bogotá y Manizales; hemos hecho giras en Portugal, España, Francia, Bélgica, Guatemala, Venezuela; tuvimos una temporada en el Teatro Olimpia de Madrid; participamos en el Festival Internacional de Almada (Portugal), en la Muestra Internacional de Teatro de Ribadavia (España) y en el Mayo Teatral, en Cuba. En total, son unas 4153 funciones públicas".
Mientras Cristóbal habla de esta historia de amor y empecinamiento, recorremos juntos la casa de las Ramírez. Al final nos detenemos junto al escenario. Miro el piso. Entonces pienso que en la bodega donde antes funcionaba un laboratorio de cremas de belleza hoy existe otra fábrica de productos de belleza para el alma. Allí, gracias a la gente del Matancandelas, desde hace diez años, cada noche sucede un viejo acto de espiritualidad y se cumple un sueño en el que el hombre de nuestra ciudad se encuentra con el hombre.