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Indígenas, cineastas y guerreros en la obra Bio de Miguel Ángel Rojas

Por Cristóbal Peláez Gonzalez

Publicado en la revista Via Pública

"LE CUENTO A usted que la mía fue una infancia feliz como la de muchos otros niños, especialmente los primeros años de Bogotá, con mis padres, antes del 9 de Abril de 1948. Mi viejo tenía un negocio y se lo quemaron, entonces tuvimos que regresar a Girardot, a cambiar por completo de clase social, de medio y de clima.

Miguel

Empecé a estudiar en un colegito de primaria, luego con las monjas de la presentación, después regresé a Santafé de Bogotá a hacer el bachillerato como interno. Fue difícil porque era un niño muy consentido y de pronto me vi enfrentado solo a un medio terrible, casi todos los estudiantes de internado eran terribles y en general mayores y yo era muy chiquitico y muy tímido, no comía. Recuerdo que allí en el San Bartolomé me la pasaba vagando por el bosque, introvertido, observando las plantas.

Otras veces me han preguntado de qué forma influyó Girardot en mi formación artística, siempre he dicho que en nada, en aquella época en Girardot no había nada, hoy todavía no se vé ningún interés por el arte, a la gente le interesa es hacer plata, gente muy buena, muy trabajadora, acaso solo les llama la atención el cine como una distracción; basta mirar como está la Casa de la Cultura... abandonada... caída...

Mi viejo quiso para nosotros una educación que él no había tenido, nos insistió en que tomáramos clases privadas de música, de baile, de pintura; cosas que hoy tengo que agradecer.

En Girardot se han dado casos de personalidades inclinadas hacia el arte, como Cecilia Casas, Angela Rodríguez y el critico Germán Rubiano, pero son casos excepcionales, casos de terquedad...

Desde muy temprano manifesté una vocación hacia el arte, dibujaba y la gente lo apreciaba y me estimulaba, pintaba cuadritos al óleo que hoy todavía se ven muy bien. Voy a contarle una anécdota: un amigo de mi papá me trajo una caja de óleos y una monja se encargó de enseñarme, claro que en la primera clase se puso furiosa porque al darnos como muestra una lámina de palmeras -lámina muy popular que entre otras cosas después trabajó Beatriz González- con un atardecer sobre un río, empecé de inmediato a mezclar amarillo y rojo para sacar los naranjas de los arreboles, cuando la monja llegó ya tenía medio cuadro pintado, eso le causó un gran disgusto.

Después de terminar en San Bartolomé entré a hacer arquitectura, estudié seis semestres y como no tenía la disciplina suficiente me retiré.

¿Me ha servido la arquitectura? Le digo a usted que no lo sé. Puede que me haya servido para valorar las tres dimensiones, pero por otro lado la expresión rígida del arquitecto fue algo que tuve que sacudirme con mucho esfuerzo.

Cuando llegué a la Universidad Nacional mis primeros cuadros eran geométricos, producto de una perspectiva matemática muy complicada, y de un momento a otro me dije: esto no tiene nada que ver conmigo, no estoy haciendo nada aquí. Afortunadamente me di cuenta. Hice cuatro cuadros y paré.

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Como quiera queda uno muy marcado, el arquitecto tiene una línea especial, demasiado práctico, demasiado definido; algo bastante difícil de superar".

"Con el retiro de arquitectura me puse a estudiar inglés y un tanto a vagar.

Al poco tiempo decidí estudiar arte.

Créame que no me fue difícil empezar. Lo importante era la claridad que se tenía en un momento. Participé en un Salón en el Museo Nacional con esos cuadros geométricos que venían de mi formación de arquitecto. Tuve la suerte de verme colocado en el salón principal al lado de Hernando del Villar y Omar Rayo, por otra parte Juan Calzadilla, el crítico internacional -mexicano- habló muy bien de mi obra. Allí empecé a conocer gente, a Eduardo Serrano, a Germán Rubiano y a Tiberio Vanegas. Me di a la tarea de frecuentar galerías, conocí a Beatriz González, a Álvaro Salcedo, yo muy callado, oyendo lo que hablaban, aprendiendo, viendo las obras. Aprendí mucho. Reconozco deberle mucho más al medio artístico que a la Universidad Nacional.

Cuando me lancé con los dibujos hiperrealistas enseguida tuve el apoyo de Gloria Zea y Eduardo Serrano que mostraron mis trabajos en un Salón de Nombres Nuevos en el MAM, y la gente empezó a conocerme, en un nivel ya completamente profesional.

¿Con la crítica? Le confieso que me ha ido muy bien. Tuve influencias clarísimas de Luis Caballero y Beatriz González, ellos me hicieron entender la importancia de comunicar algo con honestidad.

Es importante consignar que por aquellos comienzos teníamos muy poca información de lo que se hacía a nivel internacional, en la Universidad, por ejemplo, nadie nos habló del Pop. Toda la formación de un grupo pequeño fue a través de galerías y de la curiosidad de leer libros y mirar revistas, íbamos formando como una catedral del arte contemporáneo, desde sus bases, en sus diferentes etapas y hasta los últimos adelantos.

En aquel momento la figuración era muy importante. Mis dibujos hiperrealistas, que fueron mi verdadero lanzamiento (porque mis cuadros geométricos no fueron otra cosa que el trabajo de un estudiante al que se le permitía participar de la vida de los artistas profesionales), eran una temática personal de confesión erótica. Es coincidente esa influencia fotorealista que viene a través de Dario Morales con el fotorrealismo que se estaba dando en Estados Unidos y en Europa. En las diferentes ciudades del país estábamos haciendo un nexo con lo internacional, es así como aparecen, entre otros, Astudillo y Muñoz en Cali, Oscar Jaramillo en Medellín, artistas en uso de procedimientos válidos para expresar cosas muy personales o muy del país.

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Afuera se trabajaron estas imágenes fotorealistas despojadas de contenidos, en cambio aquí, marcados por la dureza del medio, se impusieron las condiciones y no pudimos hacer un jueguito puramente formal. No estábamos repitiendo una manera de hacer arte, tomábamos ese lenguaje internacional y lo aplicábamos a lo propio. Eso fue lo importante.

Todavía, creo, no se ha hecho una recopilación de ese movimiento, el primero en verdad en empatarse simultáneamente en el tiempo con lo que se estaba haciendo en otras latitudes.

Los años setenta fueron de apertura mental, muy productiva para todo el arte latinoamericano. En los ochenta se siguió más o menos ese lenguaje universal y hubo como una especie de digestión. Todo el conceptualismo hecho en Colombia estuvo enraizado hacia su propia realidad nacional".

"Hasta entonces nuestra intención estaba más en la idea que en el objeto. De pronto aparece la transvanguardia dándole un golpe durísimo a todo aquello de lo cual nos sentíamos seguros. Volvimos a retomar el objeto dimensional o tridimensional, se revaluó la estética y nos empezamos a desprender de las influencias internacionales. Sobra decirlo: ya no hay un movimiento como la transvanguardia orientando la producción mundial, en todos los países se ha iniciado una búsqueda por nuevas propuestas. En Colombia, es el caso particular, estamos compitiendo con muy buenas posibilidades frente a los demás países. Ejemplo de ello son los salones regionales, en el más reciente de ellos aquí en Santafé de Bogotá, yo palpé una atmósfera pesada que venía a reflejar la dureza y la carga de violencia. Alguien decía que aquello parecía un cementerio. No, realmente no, no había tanta cruz ni tanto muerto, las obras tenían un componente expresivo de nuestra situación. Créame, tenemos temática fuerte y un lenguaje universal, por eso yo vi en el Salón Regional una unidad sin precedentes.

Casualmente acabo de llegar de Brasil donde asistí a una convocatoria sobre el Amazonas y juro, le juro a usted, que no había el nivel de este Regional. Aquí hay una gran diversidad, se palpa en los estudiantes la preocupación por ser fieles a las cosas de acá, por comunicar, por no quedarse en el simple jueguito.

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No es solo un afán de vender, la mayoría tiene claridad, son muy pocos realmente los que llegan con el afán de pintar el florero bien pintado o el retrato bien hecho, esa es una minoría, la mayoría son muchachos venidos de estratos pobres con todo el deseo de estudiar, de formarse, de investigar y no les importa para nada si hacen un arte efímero. Pero lo mismo ocurre con los jóvenes de clase alta, los está guiando la misma preocupación, están identificados, son además gentes de un gran nivel intelectual".

"Estoy de acuerdo, podemos pasar a otro tema. Sí, sí, hablemos un poco de lo que ha sido mi labor pedagógica.

Alguna vez un amigo me invitó a dar unas clases en una academia de carreras intermedias. Mi formación, como le decía antes, partió de la asistencia a las galerías y del contacto con los maestros. Enseñaba color como a mí me lo enseñaron, enseñaba el dibujo como lo había recibido. Cuando me dieron un grupo de estudiantes avanzados de la Universidad Tadeo Lozano alguien tiró una manchita, les pregunté, ¿conocen a Pollock? Nadie, no tenían ni idea. Entendí en ese momento la necesidad de una conciencia de cada arte. ¿Cómo escribir bien sin haber leído a Proust? Ahí creé un programa que acerca la teoría a la práctica. Ello es lo que de verdad ha movido conceptualmente mi carrera docente.

Es difícil crear mientras se desconozca la incidencia de la fotografía en la plástica contemporánea y la secuencia de movimientos estéticos que ha sido en realidad pensamientos, ideologías que avanzan creando dinámicas. Si tomo el impresionismo no me interesa que mis alumnos hagan cuadros impresionistas, o apliquen puntillismo, quiero inducirlos a escabar en la génesis, en el bagaje teórico de los impresionistas, que busquen la relación entre realidad y representación.

Obviamente se están dando -y es importante que se dén- ciertos denominadores comunes en grupos que trabajan muy cerca, pero así se han dado los grandes movimientos, por ejemplo el Pop, a partir de un Collage de Richard Hamilton".

Es verdad, me he definido como ecléctico, me parece una posición muy sana. Pienso que coincide con una postura posmoderna: tomar lo mejor de cada cosa. Me reconozco además como un artista figurativo, no estoy interesado en un estilo determinado sino en unos temas, temas que ahora llamo BIO. Tampoco tengo ningún temor de volver al fotorealismo nuevamente.

Después de hacer cosas subjetivas como el erotismo -que fue mi constante durante años- de pronto me dije: ya no más, la vida de una persona es muy sosa. No puedo seguir tomando toda la temática de lo individual, y desde lo individual es posible tocar temas más generales. Como usted mismo ve yo soy muy diferente a la mayoría de los pintores profesionales, ellos son de clase alta, muy poco mestizos, y yo soy muy mestizo, casi indio. Me interesa esa diferencia también y asumirla como un valor que tengo y a partir de ello, con mi obra, hacer una labor de apreciación de una raza con muchas posibilidades (y muy sometida).

De ahí que mis grandes preocupaciones en este momento sean el indigenismo y la ecología.

Al realizar instalaciones a partir de objetos precolombinos que colecciono estoy haciendo que esos elementos, a través de la fotografía, funcionen nuevamente en lo contemporáneo.

Me interesa mucho el ritual Tumaco. Agrego dibujos y elementos que signifiquen: hachuelas, casquillos de bala, figuras de muertos. En una ambientación efímera riego tintas, aguas, arenas y, aprovechando reflejos, hago fotos.

Otra cosa es el trabajo sobre el teatro Faenza. Me di cuenta que tenía mucho más para decir y hacer, no podía quedarme haciendo fotos documentales como fotógrafo profesional. El primer recurso fue sobreponer textos a las fotos. Al tomar en este teatro fotos de un palco a otro el espectador aparecía realmente montado en un barco nocturno, el texto decía: Proa a la nave de la ilusión. Observe como el espectador se mete al cine y empieza a navegar en una nave ilusoria, muchos están tan inmersos que ni siquiera tienen conciencia de estar viendo cine.

Otro tema ha sido la antropofagia, el consumo de heces humanas.

De cualquier forma el rasgo transversal de mi obra ha sido la vida, y la misma historia del arte.

Si usted me pregunta sobre un color incidente en estos momentos puedo contestarle que hay uno, el verde viche. Es un verde muy popular, bastante utilizado en muebles, paredes, fachadas, es un color de tierra caliente, muy tropical, y a mi se me está metiendo mucho el trópico, tal vez porque gran parte de mi trabajo transcurre ahora en Girardot.

Lo urbano ha estado más en momentos anteriores, puede ver a través del blanco y negro, porque de todas formas esta ciu- dad, con el smog y el asfalto, es un medio muy gris, hasta el mismo cielo es opaco.

No le digo que no, así como me aflora tanto la infancia, es posible en lo sucesivo una explosión de mi vida urbana. Tengo las puertas abiertas, no me cierro ninguna posibilidad; siento un deseo enorme de seguir avanzando técnica y temáticamente; el arte es cosa dinámica, si nos quedamos en una fórmula nos morimos, creación es búsqueda.

En la génesis de una obra está una idea, es importante partir de una idea. En los años ochenta se trabajó bastante con la intuición y se trataba el color más intuitiva que racionalmente. Ahora la razón se ha ido imponiendo a través del resultado de las acciones. El proceso debe ser más claro y lógico; y eso nos quedó a los artistas del conceptualismo. Acostumbro hacer un temario, por decir algo, cineasta-trópico-Caño Limón-ecología. Después tomo un archivo que está en tres partes: en mi cabeza, en fotografías y en dibujos. En una libreta voy haciendo dibujos, repasando imágenes mentales y escogiendo tres o cuatro de ellas que me clarifican un poco. Ese es el punto de arranque. Suelo hacer bocetos en papeles pequeños para no sucumbir a la tentación de terminar la obra.

Pocas veces he metido las patas, una fue cuando hice una escultura para un concurso en el aeropuerto. Había realizado unos trazos de guerreros en figuras precolombinas, bajitos, anchos de tórax, cortos de piernas, cabezones (muy aguerridos); quise entonces seguir el procedimiento del dibujo a través de la escultura. Los alambres utilizados me daban unas figuras lineales muy diferentes. Era muy distinto pasar los bocetos del papel a lo tridimensional. Tuve que destruir todo.

Tiene usted razón, a veces el público no valora una obra considerada por uno mismo muy importante, y al contrario. Ello sucede porque el criterio artístico, felizmente, siempre será subjetivo, uno puede equivocarse y el público también. Muchas veces cuando se hace una obra deficiente se convierte en la obra que uno más quiere. Cuando uno tiene más dudas más insiste en que esa obra es buena, y resulta que no. Parte del criterio artístico es la autocrítica, el aprender a valorar la obra.

Hace un momento le decía que en mi obra hay una influencia de toda la historia del arte, también debo decirle que mi propia obra está influenciando a gente joven, por lo menos eso fue lo que dijeron algunos críticos en el último Salón Regional. Mientras más se conoce más límites surgen y más aperturas aparecen “esto no lo puedo hacer, ya alguien lo hizo”, pero si se es honesto con lo propio lo subjetivo puede plantear una identidad que esquiva la barrera de los otros.

Esas influencias ejercidas sobre los otros, debo admitirlo, me agradan, me halagan. Ahí hay gente haciendo cosas magníficas, con resultados muchísimo mejores a los míos.

Suceda lo que suceda yo me siento igual frente al renombre de los últimos días, quiero seguir siendo igual de sencillo; sigo siendo muy aislado, sin agasajos de nada. No he dejado que el medio que gusta del arte intervenga en mi obra. A veces me piden bodegones y rotundamente me niego, yo no pinto bodegones; otras veces me piden dibujos como los de antes y también me niego, ya he dejado de hacer esos dibujos. Debo seguir avanzando, nutriéndome más, evitando encasillarme ¡no voy a dejar nunca que me encasillen!. La fama no la siento y tengo muchas ideas para hacer cosas nuevas a partir de este momento.

Me interesan mucho el video rock, la canción popular y el cine; de esos medios he tomado préstamos para mis temas. Me gusta mucho el cine de Fellini y todo lo que sea ficción descarada. Me molesta el cine que a pesar de estar bien hecho es efectista, películas como Bajos instintos o El silencio de los inocentes, personajes forzados, situaciones que no acaban por ser ni verdad ni mentira. Por eso prefiero filmes rigurosos, reales como JFK o, en el otro extremo, Terminator y Alien.

La felicidad, en eso estamos de acuerdo, es un fin en sí misma, es para disfrutarla, no busca, como la angustia, trascender al arte, de la felicidad, usted lo ha dicho, sólo pueden salir arcos del triunfo. En la base de todo artista habitan el drama y el trauma.

¿Mi angustia? El hecho de sentirme sexual y socialmente diferente. Y otra más, se la digo a usted y es la primera vez que la digo, por eso tiene el valor de una confesión, es la angustia de sentir que soy feo.

Quizá eso me haga buscar con afán la belleza.

... pero... ¿qué le parece si dejamos de hablar y vamos a dar una vuelta para que conozca mi estudio?

(Esta conversación tuvo lugar en Santafé de Bogotá a principios de Junio de 1992.)