Teatro Tespys
Tirar la vaca por el barranco
Cristóbal Peláez G.
Se supone que el teatro es un ejercicio para multiplicarse y extenderse exclusivamente en las grandes ciudades donde las condiciones están dadas por sus infraestructuras técnicas y espaciales, por la posibilidad de un amplio público donde los grandes conglomerados en su diversidad urgen ofertas distintas a la televisión, al cine y a los nocturnos entretenimientos. Un placer que le subsana el aburrimiento a los solitarios de las multitudes y tal vez la necesidad de un retorno a ese ritual que no logran reemplazar las lecturas donde cuerpo y mente requieren de otras experiencias sensoriales.
No obstante aun en los pequeños municipios del país, la pasión por el teatro es una fe constante entre la juventud, quizá porque el mundo de los mayores siempre solo deja como herencia la diversión parrandera y las costumbres devotas. De esta suerte miles de jóvenes, como negándose a una tradición de espaldas a la creación artística, se agrupan y reverberan alrededor del entusiasmo por representar estableciendo un modo más espiritual, profundo y divertido de tomar contacto con la población, y todavía más con la propia existencia.
Alegres y silvestres los muchachos se acercan a los escenarios de un modo libertario, casi siempre con muy pocos conocimientos técnicos, con puestas en escena que a veces deslumbran por su frescura, y que en muchos casos también provocan asombro por su inocencia. Con muy pocas excepciones, aquellas pandillas teatrales florecen y desaparecen con prontitud.
El Carmen de Viboral, situado en el oriente antioqueño, es un pueblo berriondo habitado por miles de artesanos que forjaron hermosas piezas de cerámica en una tradición que se remonta casi desde su fundación en el siglo XVII y que desemboca, a finales de los años 80, en una gran crisis provocada por los nuevos tiempos donde emergen los productos homologados, los utensilios de deshecho y el vasto mercado de la mismidad de una industria monstruosa que nos despoja a todos, en su facilismo, del objeto bien hecho y personalizado. De aquella prosperidad donde florecieron una docena de industrias y más de 20 talleres que constituian su primer renglón economico, solo quedarían pequeños hornos que seguirían atendiendo una magra demanda. La alfarería quedaría como como una actividad minúscula de resistencia. (Hoy, en el momento de estas líneas está resurgiendo)
En esa zona de incertidumbre social surge un pequeño grupo de jovencitos que con muy poca experiencia y cantidad de ganas funda el Teatro Tespys, que a lo largo de estos 30 años se ha convertido en un auténtico milagro, con sus bien contadas 53 puestas en escena, miles de representaciones que abarcan el territorio nacional e internacional (Cuba, Ecuador, Brasil, Italia) y tienen su punto máximo en una inmensa labor de proyección donde han sabido dinamizar una permanente pedagogía entre lo estético y social, de suerte que se han convertido en los líderes de la transformación social de su municipio. Así como suena.
En camiones, a lomo de mula, a pie, chapoteando lodos, han desplegado teatro por todo el verdor de su Carmen de Viboral, una comarca que, quien lo creyera, tiene una superficie superior a la de la capital antioqueña y donde apenas el 3% de su población es urbana, de modo que bajo cielo abierto, a contralluvia o a cielo azul, el carro de Tespys ha vuelto a rodar al roce de los árboles.
A punta de rigor, disciplina y alta calidad en sus propuestas escénicas, han contagiado a una muchachada de colegios y veredas para que se aventuren y expresen su experiencia humana a través del ejercicio teatral. Este tifón teatral desemboca cada año en un festival llamado Carmentea.
La joya de la corona la constituye el reconocido Festival El Gesto Noble, que ahora, a la fecha, con sus 23 ediciones, pasó de ser una pequeña muestra regional y gracias a una excelente gestión se ha convertido en un gran evento nacional que incluso ha trascendido fronteras. Un maravilloso fogón, donde se ve buen teatro, los habitantes se comprometen y acuden (¡pagando!) agotando aforo. Y una razón que no es secundaria: es de los pocos eventos escénicos donde todavía se conversa.
Tespys ensaya, representa e irradia teatro desde una cómoda salita, muy maja, anclada en el Instituto de Cultura, una dependencia administrativa que ellos mismos ayudaron a crear y que hoy es el ejemplo de una entidad oficial eficiente protagonista en el logro de perfilar una villa amable, bonita, donde la palabra cultura no ha sufrido desgaste semántico, por el contrario, está asociada a la convivencia y al progreso.
Al frente de todo este proceso fantástico van los pioneros (Carlitos, Ángela, Sandra, Argiro, Elkin, Gabriel, Julián, Santiago, Alejandra, Jony, Sebastian, Aleyda) que han sabido mantenerse juntos, pero también han saltado para esparcirse en otros ámbitos de la actividad artística, militantes más que integrantes, que han coadyuvado en consolidar y provocar otros nacimientos –entre tantos un importante festival de Rock-, esparciendo semillas allá y acullá para convertir a la aldea de José Manuel Arango en lo que fue parte de sus inmensos sueños, un territorio donde fluye, como hoy, la poesía y el arte.
Allá al fondo de la escena deambula la sombra de un hombre flaco, mechudo, callado, muy callado, que parece no sobregirarse nunca en su diaria ración de palabras, es Carlos Mario Betancur, el popular Kamber. Su austeridad le impide contestar al teléfono, nunca lo hace –dice mentirosamente que no tiene señal- pero si usted va alguna vez al Gesto Noble, tal vez lo puede encontrar en todas partes y mucho más fácil en la Calle de la Cerámica, en la Cafetería La Especial, donde Alberto, lo distinguirá fácilmente con una botella de cerveza en una mano y un chorizo en la otra. Callado. Parece regirse por la frase “uno no aprende de lo que dice sino de lo que escucha”. Ecce homo.