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MATACANDELAS: UNA FLOR EN EL PAVIMENTO

Un diálogo con Cristóbal Peláez

por: Maité Hernández-Lorenzo| La Habana

La adversidad crea mucha resistencia. En Colombia ha habido una resistencia espiritual para sobrellevar los años convulsos que vivimos. Hay que recordar que el tulipán florece en el fango. Alguien definió a Matacandelas como una flor en el pavimento. En Medellín hay muchas instituciones culturales, e incluso, humanitarias que están luchando por hacer una ciudad y un país mejor.

Un programa del grupo colombiano Matacandelas muestra en su última página cinco acepciones del significado de tan bondadoso título. En lo particular, prefiero pensar que la última de ellas le pertenece. Así dice:

"Matacandelas: Antiguo duende de la mitología antioqueña. Personaje travieso que devoraba fuego."

Matacandelas es desde algún tiempo un grupo muy esperado por los teatristas cubanos. Ya en Cuba se conocía de su existencia por los comentarios de amigos que habían tenido el privilegio de ver uno de sus espectáculos, La chica que quiso ser Dios, en el Festival de Teatro de Manizales. Mayo Teatral ha tenido a bien hacernos parte de ese consenso, después de apreciar Pinocho, O marinheiro y Angelitos empantanados.

Es sin duda, uno de los principales grupos del panorama teatral colombiano. En 1991 fueron declarados Patrimonio Cultural de Medellín. Cristóbal Peláez, su director, ofreció también el taller Actos del habla. El asunto de la palabra en el escenario.

- Tu taller Actos del habla., tus espectáculos O marinheiro y Angelitos empantanados privilegian la palabra por encima de otros lenguajes escénicos. Una palabra eficaz, plena de acción. ¿Cómo ha funcionado esto en el contexto de un espectador contemporáneo acostumbrado cada vez más al lenguaje de la imagen, de la inmediatez y cada día más alejado de la retórica?

- Venimos de una ciudad donde a la gente le gusta mucho oír. Donde es muy fuerte la tradición de la radionovela todavía. Son habituales los festivales de poesía, en estos momentos se desarrolla ahí el festival de poseía más grande de América Latina. Matacandelas ha tenido en Medellín una aceptación muy grande. No decimos que hay que hacer poesía a ultranza y que la obra sea solo verbo. Pero los seres humanos nos diferenciamos más en la palabra que en la imagen y en los movimientos del cuerpo con el resto de los animales.

- Durante 23 años el grupo ha permanecido en Medellín, una ciudad reconocida mundialmente por su alto nivel de violencia. ¿Qué estrategias ha seguido el grupo para estar alerta, para mantenerse creando bajo estas circunstancias tan hostiles?

- La adversidad crea mucha resistencia. En Colombia ha habido una resistencia espiritual para sobrellevar esa tragedia y los años convulsos que vivimos. Hay que recordar que el tulipán florece en el fango. Alguien definió a Matacandelas como una flor en el pavimento. En Medellín hay muchas instituciones culturales, e incluso, humanitarias que están luchando por hacer una ciudad y un país mejor. Pertenecemos a esa corriente. Eso que nos ha signado como ciudad violenta, del desorden, del caos, del narcotráfico, es una imagen que demorará mucho, quizás cientos de años, en opacarse. Como decía el cura Camilo Torres, la lucha es larga y hay que comenzar ya.

Creo que representamos otro tipo de país, hay una sección del país que es la abominable, la corrupta, la violenta. En Colombia hay un famoso dicho, que no me gusta emplearlo, y es que los buenos somos más. Estamos tratando de que emerja otro país, y lo estamos haciendo muy humildemente en nuestro campo teatral. Tenemos la fortuna de tener un pequeño espacio en el centro de la ciudad y en medio de todas las adversidades y ese sino trágico, yo creo que estamos haciendo algo por ser una especie de burbuja oxigenante.

- Durante muchos años el teatro colombiano fue una fuerte referencia para el resto del teatro latinoamericano, liderado por Santiago García y Enrique Buenaventura. ¿En qué estado se encuentra hoy ese movimiento y cómo se ubica Matacandelas en él?

- En Colombia hay tres generaciones teatrales. Nosotros pertenecemos a la segunda. En la primera, los nombres principales son Enrique Buenaventura, Santiago García, digamos que son las figuras más reconocidas a nivel internacional, hombres muy capaces de mucho talento, son como los padres de ese movimiento. Pero al lado de ellos hay personas como Eddy Armando, como Ricardo Camacho, Carlos José Reyes, un montón de grupos, de los cuales los más destacados eran el Teatro Experimental de Cali y La Candelaria.

Nosotros en determinado momento recogimos esa bandera, somos hijos directos de ellos; tomamos también de Teatro Escambray, de los grupos latinoamericanos insignes, y casi bajo ese molde empezamos esa estructura familiar, de grupo, una plantilla estable, a luchar contra todas las dificultades. El Matacandelas es, digamos, un grupo destacado en esa generación.

Ahora está llegando una tercera. Sabemos que es la que nos va a recoger las banderas cuando nosotros estemos en la completa decadencia, que obviamente nos tiene que llegar porque todo lo que madura se pudre. Matacandelas está en un momento peligroso de madurez. Pero son ciclos naturales que tiene la naturaleza, la sociedad, y hay que aceptarlo así. Lo más admirable en el caso del teatro en Colombia, es que, por ejemplo, personas como Enrique Buenaventura y Santiago García están vivos y creando. Lo que pasa es que es una pelea contra la vejez y el deterioro que producen los mismos grupos. Se ha estimado que la vida útil de un grupo es hasta los quince años. Estamos luchando contra eso y se logra a través de la reflexión, del estudio. Se trata de mantenernos en un terreno de saludable inquietud y saludable confusión. Creo que uno no tiene que tener las cosas claras. A nosotros hay algo que nos salva un poquito y es que no estamos casados con ninguna teoría, aceptamos nuestro teatro porque es una concepción que tenemos de la escena, no es la verdadera ni es la única. Creemos que como esa, hay muchas concepciones. Disfrutamos muchísimo el teatro que vemos. Por supuesto, dentro de eso hay obras destacadas, regulares y obras paupérrimas desde el punto de vista del lenguaje. Pero hay que aceptar que el teatro no es una línea recta como la ciencia, sino que un camino con curvas.

Ahora en el Mayo Teatral hemos podido constatar el teatro que se hace en Cuba, en Dominicana, hasta en Los Andes. Es muy simpático cómo bajas de ese frío hasta este trópico y encuentras que existe un sentimiento latinoamericano y una dramaturgia que está ahí planteada, que va conociendo sus momentos brillantes y también sus opacidades.

- Constantemente en el taller hacías referencias al cine. En Angelitos empantanados hay una evidente mezcla y apropiación del lenguaje cinematográfico. ¿Por qué acudes a este recurso y no te has sentido tentando a hacer cine?

- Cuando comencé en el teatro creía falsamente que la dirección teatral era la primera piedra para ser director de cine. Muy joven me fui a España para estudiar cine, y me desencanté. Me di cuenta de que era una pelea imposible, que en América Latina las condiciones para hacerlo eran muy difíciles, y que lograría, a punta de coraje, hacer una película y que toda mi vida estaría frustrada en eso. Buscando el cine, me encontré nuevamente con el teatro.

He sabido que el cine desplazó grandemente al teatro, se convirtió en un espectáculo de masas. El teatro, a su vez, perdió gran parte de su público, le tocó repartirse las sobras del cine, perdió vigencia. Pero el teatro tuvo un hijo que fue un gran ladrón: el propio cine. En sus primeros años, el cine se nutrió mucho del teatro; pero mató a su padre. Y ahora es al revés, el padre le roba al hijo.

Hay que entender que el cine cambió el sistema perceptivo del individuo. Ahora la gente pide más velocidad, porque vivimos en un mundo de mucha urgencia, un mundo menos contemplativo. Las ciudades se diseñan hoy desde el punto de vista de la urgencia. Ya no es la vida apacible del campo.

El teatro tuvo que darse cuenta de que el cine estaba tomando lenguajes que eran posibles retomar. Cada vez que el teatro trata de robarle al cine su exhuberancia, pierde. Pero hay lenguajes cinematográficos que son interesantes. Por ejemplo, antes del cine no existía el flash back, ni el flash forward en el teatro.

- Angelitos empantanados, de Andrés Caicedo, es una obra que le habla directamente al espectador que sufre la violencia cotidiana de una ciudad como Medellín. ¿Qué reacción esperabas del público cubano?

- Cuando monté la obra estaba convencido de que era un drama tenaz y que el público con algunos juegos del texto, típicos de Andrés Caicedo, iba a reaccionar con gestos de extrañeza, de asombro y de placer. Angelitos... se ha convertido en una gran obra cómica, mucho más que aquí. Recientemente presentamos la obra en Bogotá y el público se reía como si eso fuera una fiesta. Eso me produce molestia, a mí la risa no me gusta mucho. Digo que la risa siempre va de la mano del olvido. Los directores somos muy desconfiados, porque creemos que cuando el público no se ríe es porque no esta percibiendo. Entonces, la risa es como una verificación del estado en que se encuentra el público. A mí me pareció que el público cubano es muy perceptivo, tuve oportunidad de verlo en O marinheiro. Me ha asombrado lo que la gente me ha dicho acá. Ha recibido la obra con la misma disposición que hay en Colombia. Aquí lo que observé es que el espectáculo no tiene ese impacto de risa y de comedia, porque ustedes tienen una mirada más aguda desde el punto de vista de la formación social, política que se va años luz de la de Colombia.

En Cuba la gente nos recibe muy chévere, cuando llegamos a España enseguida nos relacionan con la coca, hay cierta dosis de repudio. Sé que las noticias de Colombia que llegan aquí son procesadas, no son las mismas que llegan a Nueva York. Aquí es al revés. Me hice amigo de un tipo en un café que me decía que le hablara de Colombia, que no se creía todo lo que decían las noticias. En Cuba es donde más se siente ese espíritu latinoamericano. Yo no creo que se sienta mucho en ciudades como Medellín, Buenos Aires. Es que la carreta de Latinoamérica quien la inventó fue Cuba. Fue quien habló de que nosotros integrábamos un continente.

A mí me da mucha vergüenza porque venimos de un país donde somos esclavos. Cuba tiene muchas dificultades, pero uno ve un pueblo que es libre, incluso con todos los problemas que tiene. En todas partes hay problemas. En Colombia los intelectuales hablan poco de eso. La inteligencia del país permanece callada, porque obtienen muchas ventajas. Prefiero la situación de los problemas de Cuba, pero por lo menos poder decir que no tenemos la bota encima. Casi por fin vengo a sentir ese espíritu latinoamericano aquí.