Velada Metafísica
por Carlos Rojas
(Caracas - Venezuela)
Caracas.- Toda la producción del maestro antioqueño Cristóbal Peláez González está marcada por el signo del enfrentamiento de la persona con los valores que le rodean y por las inevitables decisiones éticas, que acreditan su responsabilidad. En una de sus anteriores producciones, La chica que quería ser Dios (2000), tal desafío se encarnaba en una mujer, la vida de la poetisa estadunidense Sylvia Plath (1932-1963), perpetúa su búsqueda personal, a pesar de incesantes fracasos, por fidelidad a una intuición original, que le abre el camino de la autenticidad moral.
En la creación colectiva, Fernando González. Velada Metafísica, el director vuelve sobre sobre el tema, esta vez de forma más sensible y centrándolo en un poeta colombiano. Fernando González. Velada Metafísica, es una producción estrenada en el año 2007, sobre el gran poeta antioqueño Fernando González Ochoa (1895-1964) y en su decisiva manera de ver la vida de su país. Este montaje ha recibido premios importantes: Premio Nacional de Dirección a Montaje Teatral en Colombia (2009), y el Premio Villanueva de la Crítica en la Habana, Cuba (2010). El Colectivo Teatral Matacandelas (1971), es Patrimonio Cultural de la Ciudad de Medellín desde el año 1991, además esta agrupación cuenta con más de cincuenta producciones en su haber y actualmente tienen un repertorio de diecinueve obras. Al respecto, Peláez González afirma que:
“…Sobre todo y más allá de cualquier presupuesto teórico o ideológico, nuestro ejercicio es el clima en el cual, las personas que nos hemos asociado bajo el nombre común de Matacandelas, nos divertimos.”
¡No me borres señor del libro de la vida!
Esta historia, nunca podría haber sido vista en las tablas, si no es por el compromiso que se le atribuye al Colectivo Teatral Matacandelas, se prestaba a un riesgo trascendente o a una auténtica recreación. El director Cristóbal Peláez, con la acertadísima colaboración de Juan David, uno de sus grandes colaboradores, que parece proyectar en la obra jirones de la propia vida del poeta, sale airoso. Teatro con mensaje, es una etiqueta que se creó para piezas como esta. Y, aunque tiene todos los desampares del teatro toponímico del que sale también resplandeciente.
Este montaje de los Matacandelas, le debe tanto a su gran director, como al tema que trata, como a la vida del gran poeta, a su lenguaje teatral, a las canciones en vivo interpretadas por los mismos actores y, a un brillante elenco que actúan mejor que nunca, nueva y vieja guardia de actores y actrices como John Fernando Ospina, Diego Sánchez, Estefanía Escudero, Sergio Dávila, Jonathan Cadavid, Margarita Betancur, María Isabel García y Ángela María Muñoz.
Junto al relato externo de gran complejidad, cuyo mérito principal podría ser la descripción pormenorizada de la rutina diaria del poeta, fluye paralelamente otra narración interior, donde radica el drama. En ella se plantea esa tensión, tan frecuente en la política de hoy, entre monotonía y poesía, teatralidad, instalación y riesgo. Fidelidad y libertad, pasividad y creativa. El poeta es el hombre de la vida polémica, de la instalación socio-política-cultural aceptada de sinceridades rutinarias con el correr de los años.
Pero, de repente, en medio del camino de la vida surge "la velada metafísica", que transforma el tiempo en momento crucial, sobreviene la coyuntura ineludible, en que hay que tomar una decisión sobre el propio destino. La historia no puede ser lo mismo que hasta entonces. Hay que confirmar la opción primera o comprender un rumbo completamente nuevo, porque la vida con todas sus reservas se pone en vilo. La poesía y política nuevamente se hacen símbolo exterior de un equilibrio interno que se ha hecho inestable y que pueden hacer del futuro de Colombia una nueva estabilidad o pirueta trágica.
En aquella situación parecen oponerse radicalmente el corazón y la cabeza: el pasado y el futuro; no hay presente; la fascinación y la seguridad; los valores de unos nuevos estímulos, tal vez ya los últimos de su espléndida quimera, la escritura de Fernando González, y los de la autenticidad acreditadas por toda una. El maestro Cristóbal Peláez consigue presentar estos planteamientos a base de un constante realismo en la puesta que acompaña a la tensión del drama, siempre bordean la tragedia nunca se pierde el pulso. La amenaza de la muerte siempre pisándole los talones al poeta. La crítica social se dosifica con exactitud gracias a un análisis cíclico, que obliga al espectador a identificarse con el personaje u a realizar su mismo viaje interior.
Cristóbal Peláez González ha redescubierto un tema, que le apasiona en todo su teatro que es el de la lucha entre la libertad verdadera y la libertad aparente. Esto requiere valentía, y, al mismo tiempo, explica las incesantes dificultades del director con una administración política como la de Santos (y su antecesora la nefasta administración de Uribe), que no sólo ven con reservas el planteamiento de problemas sociales e íntimos en la "nueva sociedad colombiana de derecha", sino que desamparan las soluciones "socialistas" ofrecidas por uno de los poetas más polémicos de Medellín. El problema ha vuelto a presentarse con "la velada metafísica", donde Peláez González afronta con valentía la corrupción de ciertos sectores de su país, incapaces de tomar decisiones "éticas".
Hasta ahora nuestro director ha salido airoso de las confrontaciones gracias a su calidad, su rigor y su honradez teatral. Fernando González. Velada Metafísica, se inscribe dentro de esa línea toponímica sostenida por el autor de fidelidad a sí mismo, proyectada de nuevo en la conducta de los personajes basados en los textos poéticos de Fernando González.
Por la sobriedad y fuerza de la puesta en escena, por la seriedad de un análisis que propone sin imponer, por la riqueza de la narración y su lógica aplastante, por la complejidad del estilo y del lenguaje poético-teatral, por la ausencia de todo oportunismo, Fernando González. Velada Metafísica es un ejemplo de teatro político y social. Un ejemplo que muchos creadores y agrupaciones deberían seguir.
Gracias a Dios existen los Matacandelas en Medellín; el Sportivo Teatral en Argentina; el Teatro de los Andes en Bolivia; el TET y la Candelaria en Colombia; la Malayerba en Ecuador; el Odín Teatret en Dinamarca; los Yuyachkani en Perú; el Galpón de Uruguay; los Desesperados y Vehemencia Teatro en México, los Guloyas en República Dominicana y Río Caribe Teatro en Venezuela. Por todos ellos vale la pena seguir practicando el ejercicio crítico.
Y, ya, para concluir podemos decir, que los Matacandelas siempre en su búsqueda constante por redimensionarse con una estética propia que les permita una interna comunicación con el público: su única razón de ser y de estar siempre presentes en el hecho escénico por más de cuarenta años. Bueno, algo querrá decir todo esto…
¡Gracias, por esa velada teatral tan inusitada!