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- Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá 2010
El mediumuerto del Teatro Matacandelas Por: Sandro Romero Rey
El Mediumuerto
Títeres Descabezados
Por Santiago Andrés Gómez
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En El mediumuerto sucede casi todo: se roza con los mitos, las creencias fundamentales de occidente, se pasea por los estereotipos de la cultura popular, se aproximan referentes a los profanos ritos de invocación a la prosperidad, representados en la tríada: salud, dinero y amor; se abordan así llamados ahora asuntos de género, se participa del fin del mundo… pero termina no pasando nada.
Suma de artificios y de engaños. Engatusar al otro. El principio y el final de la ficción, de lo ficcional. Probablemente, no ha cambiado mucho la actitud de las sociedades con respecto al placer, a la seducción del relato, es decir de la ficción, de la mentira.
Asombro, sorpresa: eso es el engaño. Transacción oral que, más que circular sabidurías en torno a la revelación de una verdad, amplifican la fascinación por el relato mentiroso, ficticio y externo, que ha propiciado buena parte, la más significativa quizá, de la historia de las expresiones del arte. Muy seguramente siempre existió la frontera entre la “mentira” y la “verdad”. Pero, como sucede ahora ante un espectáculo teatral, una obra cinematográfica y demás representaciones de la ficción, estamos dispuestos a aceptar que aquello “no existe”, que es una convención de entretenimiento.
Muy seguramente, también, estamos dispuestos a reconocer que estos ámbitos se asocian con lo que hemos acordado cercano, definitorio, a los territorios del Arte: Se miente cuanto mejor, cuanto más se fantasea y se aparta un asunto de la realidad. Realidad y verdad son fuentes de distorsión, y son legítimas, más allá de las moralidades.
El ejercicio de escritura de El mediumuerto se aproxima, en su condición estética, al juego de lo paranormal, de la pararrealidad, de la realidad alterna.
Se plantea en la pieza una serie de ingredientes reconocidos, reconocibles de la así llamada cultura popular. Para empezar hay que poner en contexto, al médium. ¿Qué es, quién es el médium en nuestra cercanía? El personaje de médium, literalmente, es aquel que media entre dos reinos: el de la vida y el de la muerte. Su configuración no es, ni mucho menos, invento de la modernidad; sus contornos ya están abordados por, prácticamente, todas las cosmogonías conocidas. A través de los mitos se entrevera su presencia, a la sombra de una pregunta crucial, no resuelta aún: ¿qué hay, qué espera al hombre después del final, después de la muerte?
Hay un principio de acuerdo que ha hecho carrera. La negación del hombre a reconocer que no hay nada después de la muerte. Unos cuantos lo han balbuceado, pero es preferible la metáfora de la fe, de la transmutación, de la resurrección, de la metempsicosis. Están los panteones de los dioses fundadores, está la confortante esperanza de los padres y los antepasados que dan la bienvenida al reino de las sombras. Debe haber un lugar, un espacio, una dimensión en la que todo ello concurra. La muerte no debe ser el fin de algo, se ha dicho en todos los credos, debe ser un estado de transición a otra condición, a otra esfera.
El médium aparece, entonces, como la figura que de manera prosaica establece ese vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Solo que a diferencia de las constituciones míticas, con sus parafernalias de oráculos, séquitos, sacerdotes, sibilas, profetas y enigmas, la del médium es una figura más bien simple y cotidiana, que tiende lazos entre este mundo y el otro. Así es, lejos de lucir el carácter sacro e intocable que podían ostentar los antiguos equivalentes, la figura moderna del médium es, de hecho, más vulgar que popular. Se diría que decadente.
En las culturas indo americanas, incluso, su condición mediadora se ha sincretizado hasta tomar forma en una configuración icónica que recoge profundas tradiciones religiosas del cristianismo, así como diversas representaciones aborígenes y, cómo no, figuraciones derivadas de la ciencia o lo científico. Por ello es común ver idealizaciones de médicos, enfermeras o boticarios ya muertos, que poseen a ciertos médiums, y que a través de ellos practican cirugías a los pacientes, sin anestesia o instrumentos de cirugía. Ello hace parte de la leyenda negra, tan extendida en estos círculos.
El médium, así las cosas, no solamente se ejerce en la conexión con el más allá, sino que normalmente extiende los alcances de su profesión, diversifica el campo, a otras esferas: la numerología, para recomendar los números ganadores de las loterías o los juegos de azar; la psicología, para el asunto de las consejerías familiares o matrimoniales; la herboristería, para la formulación de brebajes naturales, preparados y demás cordiales que a veces se agrupan, también, en la categorización de la medicina alternativa.
Así las cosas, en estas rarísimas aculturaciones y sincretismos -yuxtaposiciones de conveniencia- los personajes que son a la vez médicos, sacerdotes, consultores sentimentales, sicólogos y botánicos, ponen en crisis las condiciones de homogenización que, al menos, la cultura occidental promueve y regula.
En esta frontera, en donde entrecruzan los saberes y los territorios de muchas herencias, culturas, mitografías, misterios, costumbres y miedos, se instaura el personaje del médium y, con él, todo un contexto que le da sentido, que lo legitima como necesario, como opción, como personaje dramático de un enorme potencial, por su expresividad. Y como figura entrañable de nuestra cultura, siempre a la vuelta de casa, esperando que lo necesitemos.