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Teatro comunitario
Y cuando llegamos… éramos otros

El universo también está en el Parque de Berrío. Fernando González

Por: Cristóbal Peláez González

Teatro Comunitario

Del programa de mano:

Para la celebración de los 25 años la Corporación Cultural Nuestra Gente pone en escena episodios de la llegada de los primeros habitantes a Santa Cruz. Recordando los años cincuenta, cuando la casa era un burdel, allí en medio de la cotidianidad se vive la historia de amor entre una prostituta, “La Pantera”, y un poeta. En esta obra actúan vecinos de la Corporación y beneficiarios de los proyectos de formación.

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Alcanzo a creer que pocas veces hemos tenido la oportunidad de ver la estética brechtiana tan al rojo vivo como en esta puesta en escena rápida, conducida a doble mano por el uruguayo-argentino Adhemar Bianchi y la actriz Mónica Rojas, vale decir, la llave mágica entre una jovencita egresada de la Escuela de Teatro de la Universidad de Antioquia y perteneciente a la cantera artística de Nuestra Gente, y la mano maestra de un hombre de teatro que con su experiencia comunitaria en el grupo Catalinas Sur de Buenos Aires se ha revelado como uno de los maestros más importantes del continente.

Ambos han logrado una épica, un gran performance de corte netamente popular, a partir de la memoria de una zona barrial que se convierte en el eje desde el cual abrir una mirada panorámica hacia lo que va aconteciendo en el país y el mundo. El contexto se ensancha y luego se minimiza hasta llegar a historizar un humilde burdel que después se convierte en sede comunitaria de teatro. La mirada incluso alcanza para hacer memoria sobre un todavía más humilde, humildísimo bar, que hoy sigue abierto con el gracioso nombre de “El perdido”.

Éramos, aquella inme-jorable noche veraniega del 11 de marzo, bajita la mano, unos 500 o más espectadores, puro barrio, muchos niños, como siempre –qué alegría– y algunos intrusos que habíamos remontado las calles presurosos por conocer esta experiencia de celebración de nuestro querido Bianchi.

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Más de setenta actores-vecinos, entre los que no faltaban músicos, iniciaron su procesión de desarrapados para ilustrarnos sobre ese éxodo fundacional. El barrio era entonces unas lomas que anuncian las grandes montañas, donde sus habitantes de origen campesino podían, descendien-do por algunos recovecos, pescar, bañarse y lavar la ropa en el río Medellín.

El grupo musical con funciones narrativas, los letreros, los coros, el humor, la discreta presenta-ción de los roles, que acentuaba el gesto social antes que las cualidades gestuales de los intérpretes, nos indicaron a lo largo de sesenta minutos que estábamos presenciando una aplicación muy ajustada de las premisas estéticas de Brecht.

A lo largo de una representación durante la cual nunca desviamos ojos y oídos, entendimos que se puede hacer muy buen teatro, divertido, inteligente, sin necesidad de caer en el facilismo de provocar la participación del público, y mucho menos de incurrir en la charrura complaciente; sobre todo porque el tema del burdel y las prostitutas es más peligroso que la nitroglicerina, y se sabe que incita fácilmente al gracejo morboso recostado en la reinante atarbanería.

Diana Gutiérrez, que prestó voz y cuerpo –vaya voz y vaya cuerpo– a La Pantera, nos lo explicó después de terminada la función: “Adhemar siempre me estuvo frenando los impulsos de mostrar a una prostituta evidente, cliché. Me insistía en que no mostrara cuerpo y me preocupara por elaborar el personaje a partir del ser, de una mujer que quería ser amada, recatada y fina”.

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Fiel a la premisa de Bianchi –“no se puede fundar una clínica de barrio sin doctores”–, todo ese montononón de vecinos estuvie-ron al resguardo de actores profesionales: Fredy Bedoya, Alba Irene Gil, Diana Gutiérrez, y los músicos de Pío Tropa y Canto Arena, bajo la dirección de Yeismer Romero y la asistencia de Diana Mancipe.

La maestra Mónica Rojas nos hizo un apunte digno de resaltar: “La realización fue una locura: reunir tanta gente, con edades tan diversas –niños, jóvenes, adultos–, pero el barrio se entusiasmó con el proceso. Lo anecdótico es que las señoras del barrio no querían hacer de lavanderas y amas de casa, alegaban que en la vida real eso era lo que habían hecho: todas preferían hacer de prostitutas porque para eso es el teatro”.