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Por Andrés Álvarez Arboleda
La masacre de las bananeras revivida en una obra de teatro Por: Pedro Mahecha Restrepo
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Más allá de la variada y controvertida documentación histórica de testigos e investigadores; de víctimas y victimarios, sobre la masacre de los trabajadores de las bananeras, ocurrida en Ciénaga (Magdalena) el 6 de diciembre de 1928, la novela La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, se constituye en una provocadora puesta en escena a partir de sus elementos poéticos, que trascienden el alegato jurídico y su valor documental.
Precursora del boom latinoamericano, La casa grande es una mirada estética del conflicto, cuya validez reside en mostrarse a sí misma como una pieza literaria realizada a manera de discurso polifónico. Una obra poliédrica que quiere darle voz a todos los participantes del suceso: soldados, pueblo, familia, huelguistas, hacendados, gobierno, militares y, de un modo más amplio, a aquellos habitantes de La casa grande como epicentro y metáfora de un país que se resiste al progreso, sacudido por sus contradicciones.
Los moradores de La casa son arquetipos del poder y la grandeza, que conforman un matiz lírico inmerso en la épica del suceso, elemento que le confiere un toque excepcional a la novela. La misma que hoy, a más de cincuenta años de su creación, continúa ofreciéndonos su carácter experimental y de relato joven. Vale la pena mencionar que muchos han observado, entre las figuras sombrías de la mansión cienaguera, una relación de autoridad y opresión, similar a la de aquella casa andaluza de Bernarda Alba, retratada en la obra de García Lorca.
La casa grande es una novela realista que instala un salto narrativo en la literatura colombiana por su carácter discontinuo, fragmentado, libertario. Una narración “ilógica” que puede ofrecer a la representación distintas posibilidades, a través de un discurso construido desde lo simbólico. Las imágenes en la memoria emergen en varias dimensiones; Cepeda Samudio, quien mantenía una inocultable pasión por el relato cinematográfico, construye su novela como un guión con distintos puntos de ubicación de la cámara, para registrar de manera objetiva la atmósfera de muerte y la situación de sus protagonistas. Es esta multiplicidad la que le confiere su grandeza.
El estudio colectivo de la novela provocó en el grupo la necesidad de una investigación más amplia sobre el tema del apogeo de las plantaciones de banano en el Caribe colombiano y a lo largo de todo el cinturón centroamericano, por la empresa United Fruit Company, que para nuestros días se ha reorganizado con el nombre de Chiquita Brands.
El paisaje de la zona bananera ha dado lugar a una ola literaria que comprende la novela y el cuento (Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez), atraviesa diversas escrituras teatrales (Carlos José Reyes, Guillermo Enríquez Torres, Esteban Navajas) y desemboca en una extensa gama de archivos históricos y estudios sociológicos, alcanzando su punto dramático en aquella matanza que es, sin lugar a dudas, el acontecimiento más doloroso de Colombia en el siglo XX.
Como si supiera que andábamos tras los pasos y la memoria de aquella obra que fue la médula de nuestro trabajo, el azar nos puso una tarde de abril de 2015 frente a un personaje decisivo: Guillermo Enríquez Torres. Como salido de las letras de Cepeda Samudio, la voz de este hombre fue guía clave y compañía para desandar ese teatro del horror, mientras recorríamos en grupo las calles de Ciénaga. Con Enríquez visitamos el hotelito que habitó el niño Álvaro; el odiado cuartel que el repudio popular obligó a derruir; la carnicería; La casa grande, y después como un maravilloso añadido el lugar de nacimiento de la primera gran estrella de la música colombiana, Guillermo Buitrago.
Se extendió en historias y recuentos mientras caminaba. Ciénaga lo saludaba y él saludaba a Ciénaga. “¡Oye, Guillermo Enríquez, te queremos de alcalde!”; “¡qué alegría me da verte, compadre!” Dejando en evidencia su experticia sobre la música caribe en la época del furor bananero, nos habló de Eulalio Meléndez como el verdadero padre de la música costeña, autor del Helado de leche, El caimán , La piña madura y Chencha quiere a Sebastián. En el camino hablamos de sus dramaturgias, de Ramón Vinyes, y no perdió oportunidad para lamentarse por lo poco que escribió 'el cabellón' Cepeda. La razón es conocida por todos: prefirió el ron, los amigos y la vida, sobre la escritura.
Tuvimos tiempo de visitar las ruinas del antiguo Teatro Barcelona, que pertenecía a su familia y fue el lugar que García Márquez transportó literariamente a Macondo como el Teatro de Bruno Crespi.
Finalmente, cómo no escuchar un último consejo del maestro Enríquez; esta vez sobre la construcción musical de la obra. Aunque se percibe un ambiente caribe en todo el trasegar literario y poético de La casa grande, es la guitarra y no el acordeón, el instrumento que acompaña la fiesta de un pueblo unido en huelga. Una voz jornalera que celebra en medio de la incertidumbre; un canto acallado cobardemente con los proyectiles de una masacre.
La subversión narrativa de La casa grande presupone una inmensa dificultad representativa y no por ello menos provocadora. Tiempos y espacios aparecen en zig-zag y, lo que en literatura es posible, en escena corre el riesgo de convertirse en una fatal confusión. Cepeda Samudio había sacudido los cimientos del cuento en su primer libro de relatos Todos estábamos a la espera. Esta narrativa no tenía antecedentes en nuestra literatura nacional, pues el autor se había anticipado abrevando en fuentes más amplias de la literatura como Saroyan y Faulkner.
En la estructura representacional de la novela hemos convocado otros textos que consideramos pueden reforzar la línea narrativa de los acontecimientos. El primero es Gabriel Fonnegra, profundo conocedor de la historia bananera. De él incluimos, con su autorización, una contundente narración —a nuestra manera de ver, un fresco literario— sobre la horrorosa noche de la matanza. De Alberto Castrillón, dirigente sindical de la zona, hemos interpuesto los testimonios directos en defensa propia ante el Tribunal de la Justicia —un tribunal montado por los autores intelectuales y materiales de la masacre—, que reunió en su libro 120 días bajo el terror militar. Finalmente, de Carlos Arango Zuluaga incluimos algunos reportajes sobre testigos de la masacre, testimonios reunidos en el libro Sobrevivientes de las bananeras (Ecoe Ediciones, 1981).
El oro, las piedras preciosas, el petróleo y el banano, se han constituido en los elementos terrenales que en feraz lucha de posesión, han provocado la mayor destrucción —hombres, animales y planeta—. Si no existieran, los seres humanos buscaríamos otros elementos para autodestruirnos. Y todo pasa —¿verdad señor Marx?— porque aún nos faltan millones de años para salir de la oscuridad prehistórica.
Escritor y periodista costeño (Ciénaga, Magdalena, marzo 30 de 1926 - Nueva York, octubre 12 de 1972). Cuentista y novelista, Álvaro Cepeda Samudio hizo los estudios secundarios en el Colegio Americano de Barranquilla, y en 1949 viajó a Estados Unidos a estudiar periodismo en la Universidad de Columbia, en Nueva York. En 1951 regresó a Barranquilla, y trabajó como corresponsal de The Sporting News. En 1955 se casó con Teresita Manotas. Como periodista y gran apasionado de los deportes, cubrió eventos deportivos para el periódico El Nacional; en 1951 tuvo una columna en la página editorial de El Heraldo, titulada "La brújula de la cultura"; y fue director del Diario del Caribe. Participó, como guionista y actor, en el cortometraje La langosta azul, al igual que en otras películas cortas y en un noticiero de cine, y organizó el Cine Club de Barranquilla.
En este libro no pasa nada. Nada que pueda satisfacer su impura sed de objetividad y su secreta pasión de escándalo. Pero yo les diría esto otro: aquí pasa todo. La única condición es saber oír más allá del sonido de las palabras, saber entender, saber comprender y saber sentir como el autor mismo. Porque aquí, de la misma manera que en todas las creaciones perdurables del arte literario, la reiteración de los temas opera sobre el viejo registro, siempre inmortal y suficiente: el amor, el dolor, la muerte, los sueños, la crueldad, la ternura, el desajuste entre el mundo interior y el mundo exterior”.
(Hernando Téllez)
La casa grande, siendo una novela hermosa, es un experimento arriesgado, y una invitación a meditar sobre los recursos imprevistos, arbitrarios y espantosos de la creación poética.
(Gabriel García Márquez)
Sólo alcancé a llegar, en la primera lectura, hasta el capítulo de La Hermana, no porque se hubiera comenzado a deshojar el libro, porque esto sólo ocurrió después, sino porque fue tan grande el impacto que me causó, que llegué al convencimiento de que no quería padecer de insomnio en pleno diciembre. Así que dejé la época de inevitable desvelo para el siguiente año, cuando hice la primera lectura con los ojos brotados y sólo después de que le perdí el susto y le comencé a tomar cariño empecé a tratar de desmenuzarla, y a convencerme de cuántas dificultades habrían para conseguirle parentescos a esta novela.
(Laureano Alba)
En esta obra recorremos un pasaje en el que podemos retroceder hasta la tragedia griega, para después llegar al guión cinematográfico, pasando por la épica y la lírica, e incluso asomándonos a los orígenes de la novela moderna. (Andrés Vergara Aguirre)
La casa grande contiene una de las más lúcidas reflexiones sobre ese reverso del amor que es el odio, el mismo que parece ser la Némesis sempiterna y ancestral de los colombianos, hasta tanto sus gobernantes entiendan que la única manera de superar el conflicto que nos desgarra y, sobre todo, que nos mata es considerar a sus oponentes como iguales… hasta tanto entiendan que los muertos, un muerto siquiera, sí son importantes…
(Luis Carlos Muñoz Sarmiento)
Es imposible entender la vocación literaria y periodística de Cepeda sin darse cuenta de la influencia que tuvo en ella la mentalidad cinematográfica que llevaba atornillada Álvaro en los ojos y en la cabeza.
(Daniel Samper Pizano)
Hay que subrayarlo: Cepeda se anticipó con La casa grande ¿y, antes, con sus cuentos? a unos libros hoy reconocidos y traducidos a muchos idiomas. La casa grande aparece como una novela desprovista de lo que en la jerga estructuralista se ha dado en llamar "narrador extradiegético"; es un collage, un mosaico, una organización de voces y fragmentos heterogéneos.
(Jacques Gilard)
La casa grande subsiste como un ejemplo y como un reto, como una novela importante que hasta hoy le ha resultado demasiado grande a la crítica colombiana, quedándose a la espera de una justa valoración y de una equitativa inserción en el proceso general de la narrativa del país y del continente. En todo caso, ya es tiempo de que simplemente se imponga por su incuestionable vigencia estética.
(Jacques Gilard)
Al morir en 1972, hace cuarenta años, la bellísima novela de Cepeda era un proyecto cinematográfico que había interesado a Luís Alcoriza y Luís Buñuel, quienes estaban dispuestos a hacer el guión, por supuesto con la asesoría del gran escritor.
(Gustavo Tatis Guerra en conversación con Tita Manotas de Cepeda)
El crítico Robert L. Sims, señala que la novela, por ser dominio de la diversidad de lenguajes (heteroglosia), de la diversidad de voces (heterofonía), de la diversidad de discursos (heterología), es decir, por su propia naturaleza, se presenta como un género subversivo frente a la historia. Y es que la novela trastorna sobre todo el cómo de los acontecimientos mediante un logos o discurso que establece en el acto la polifonía textual. Aspecto notable en un relato como el de La casa grande, en el que el cómo de los hechos se somete a un cambio de dirección discursiva para que la masacre se focalice y se filtre a través de múltiples voces y perspectivas: las de los soldados, las de los miembros de la familia, las del pueblo y las oficiales.
(Luis Carlos Muñoz Sarmiento)