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CUADERNO DE REFLEXIONES SOBRE LA COSA TEATRAL

UN ASUNTO: LA ATMÓSFERA.

Por: Cristóbal Peláez González.

Publicado por la revista ¨ATEATRO¨. 1997

Estos pequeños apuntes tienen su origen particular. A comienzos de 1995 un grupo de entusiastas de la cosa teatral nos convocamos de manera informal, con el deseo de crear un conversatorio abierto en la ciudad para reflexionar sobre los distintos temas de la cultura escénica. Nuestro movimiento teatral ahogado en la preocupación financiera ha relegado de manera lamentable la investigación, el análisis y la conversación. Digamos que existen propósitos comunes en lo gremial pero seguimos sin tomar conciencia que pertenecemos a una generación que tiene un rol protagónico en el devenir dramático.

Fue así como una docena de personas, entre ellas directores, actores y estudiosos, logramos una vez cada quince día reunirnos para soslayarnos en la conversación. Ajeno a nuestro interés -y de común acuerdo- estaba el que estas veladas se desgastaran en el aprendizaje de temas ya lo suficientemente abordados por capacitados autores. No se trataba de reemplazar la escuela o la lectura, no predominaba tampoco la investigación, mucho menos la ideologización o cualquier normatividad, el propósito se mantenía en un acercamiento reflexivo. Para ello en principio se eligió como tema de conversación LA ATMÓSFERA EN EL ARTE y más específicamente en el teatro. A medida que íbamos desbrozando el tema fue creciendo nuestro interés y así mismo fue apareciendo la necesidad de escribir hasta llegar a proyectar la posibilidad de una publicación anual que guardara la memoria de este debate inacabable. La intención era abordar dos temas por año, uno por semestre. Sinembargo este propósito tan bien encaminado fracasó en el constante problema a que estamos sometidos los grupos de teatro: nuestros débiles recursos nos obligan a un activismo desmesurado, a una proyección constante que pocas veces permite los interregnos para la investigación y la reflexión. Ensayar, estrenar, proyectar se ha vuelto la desmesura de una ideología social !y dizque estética!) que va midiendo el teatro por el número de funciones, el número de espectadores y el número de butacas. Incluso hablar de la calidad se ha vuelto sospechoso, como si la cultura del oído no pudiera distinguir entre una canción de Loury Anderson y una de Dario Gómez, como si los versitos de Jorge Robledo Ortiz tuvieran el mismo valor estético que los versos de Homero.

De aquella frustración me quedaron por ahi disgregados unos pequeños apuntes personales. Algunos de ellos los hago públicos.


Siempre que reflexionamos en la cosa teatral nuestro pensamiento involucra otras artes, sobre todo la literatura y el cine, tal vez porque el teatro se sirve de ellas de una manera directa. Nuestra cultura está más cercana al cine y a la literatura a partir de la experiencia diaria.


El asunto de la atmósfera aparece ligada a la literatura (oral o escrita) y al cine, a pesar de ser éste un arte novísimo.


La atmósfera es al arte lo que el buqué al vino. Estamos hablando de Un aire, un sabor, una sensación, un rastro síquico.


En literatura las atmósferas aparecen de una forma más palpable en los géneros establecidos: gótico, Western, novela negra, aventuras de mar.


Los autores, de forma consciente o inconsciente trasmiten al lector convenciones establecidas, códigos imprescindibles en la conformación de una Atmósfera determinada.


Es justamenta la atmósfera la que nos seduce de "Las mil y una noches", la que nos atrapa. Esos mundos depurados, idealizados, aparecen más atractivos que el real. Es la atmósfera de "Cinema Paraiso" el asunto que saca las lágrimas a muchos espectadores. "Casablanca" casi huele a ron. La ilusión es opio.


Estos códigos varían de acuerdo a la capacidad y el talento del creador. Siempre -habrá excepciones- el autor nos cuenta una historia que puede ser igual a otra diferenciada en su atmósfera. El cuento puede ser contado variando el entorno. Los efectos cambian.


La atmósfera tiene que ver con: entorno, clima, condiciones históricas, paisaje. La claridad del día, por ejemplo, produce modificaciones respecto a un hecho nocturno.


Nos solemos aburrir en aquellas representaciones que no nos ubican un espectro, que no van más allá de una figura directa. Esto ocurre a menudo en la mal llamada danza teatro (¿Se podría hablar de teatro cine, o cine danza, o teatro pintura?) donde casi siempre el atractivo reside en la destreza de los bailarines.


En la literatura y el teatro se exige con mayor rigor la capacidad imaginativa. El fundamento del cine es la ilusión. Para alguien que contempla desde la oscuridad de la sala de un cinematógrafo las cosas suceden de una manera diferente a como suceden en la representación teatral. La pantalla emana imágenes que son arrancadas de la realidad y sobredimensionadas, los paisajes se vuelven de alguna manera por efectos de la luz y depurados de su entorno (olores, condiciones climatológicas) mucho más atractivos que en la realidad. Es posible desde esa misma butaca, cómodamente sentados en condiciones ideales, mientras degustamos una salchicha, vivir con la luz del proyector en las profundidades del océano, o participar de una cabalgata por un remoto desierto, o remontarnos a tiempos prehistóricos. La tecnología incluso ha querido ir más allá y abrumar al espectador estremeciéndolo con la belleza y el peligro.


Dicen quienes la conocen que Calcuta huele a orin y a excremento. En la pantalla su atmósfera exótica nos atrapa.


Cuando en "El tesoro de la Sierra Madre", de John Houston, los tres hurgadores de oro se reunen a conjeturar qué van a hacer con su riqueza, el viejo dice "voy a poner una tienda de aperos y me voy a dedicar a leer novelas de aventuras" la dimensión de la historia se proyecta hacia el futuro, nos construye una segunda historia, un aire puebla nuestra imaginación.


Tercera dimensión, sonido que bombardea la sala, cinerama, technicolor, cinemascope, son intentos de trascender al indefenso espectador para confundirlo en la ficción.


Al contemplar el rostro ido y la actitud silenciosa de quienes abandonan la sala de cine volvemos a pensar en la justeza de que al séptimo arte se le llame "Fábrica de sueños". Roland Barthes llamaba a este silencio y a este rostro ido "situación de cine".


¿Hay algo más triste y desolador que un grupo de espectadores al salir de una sala de cine? Esa vuelta a la realidad es dolorosa.


El cine por su abundancia, por su capacidad comercial, por su relativa facilidad de extensión no ha escatimado medios ni economías. Se ha aprovechado de la ciencia y de las otras artes para configurarse, en sólo cien años, en una verdadera escuela estética. En torno suyo se congregan los expertos en historia, en química, arquitectura, en ingeniería, en fotografía, en teatro en danza, en escultura, en gimnasia. Todo le ha sido útil. La antropología y el sicoanálisis han encontrado en este arte un magnifico campo de acción.


El cine es más abundante, pero el teatro es más rico.


Los semiologos han denominado el cine como el campo por excelencia, del signo. Muy discutible. Sigo creyendo que el signo encuentra su plenitud en el teatro.


En la estrecha frontera del escenario los recursos de la imaginación tienen que ser convenidos de antemano con el espectador, puesto que en la concavidad escénica no caben otros océanos que no sean imaginarios ni cabalgatas que no sean insinuadas.


Aparecen actor, texto y representación como guías, jirones de mundos que no se ven pero que el espectador obliga a emerger en su cabeza.


Mallarmé escribe IGITUR y le coloca la siguiente dedicatoria: "A la inteligencia del lector, que es la que realmente realiza la puesta en escena".


Instalar una atmósfera en el teatro tiene que ver con la globalidad del signo en todas sus posibilidades:

Acción y movimiento: los personajes se accionan y se desplazan de acuerdo a ciertas condiciones. La escuela teatral francesa obligaba a los nobles a permanecer quietos, los plebeyos tenían mayor libertad de movimiento. Los especialistas han dicho que en la tragedia los personajes deben permanecer de pie, que la tragedia se convierte en drama cuando algún personaje se sienta.

Mímica: varía para cada país, para cada cultura, para cada época, para cada personaje (La flema inglesa es un contrapuesto a la géstica de un antioqueño, por ejemplo).

Peinados: El pelo o su ausencia define el rostro. Un asunto tan cardinal que se suele descuidar.

Vestuario: tiene su propia historia, varía según la época, la clase social. En nuestro medio teatral, como en el peinado, pocas veces se le da importancia, es un signo suelto, relegado. En el teatro el hábito hace al monje. Un famoso actor respondía, "la construcción de mi personaje siempre la empiezo por los zapatos".

Maquillaje: elemento cardinal en una atmósfera. Sergio Leone obligaba a sus actores en sus Wensterns a una aplicación especial "tanto sudor, tanto polvo, tanta muerte. La diferencia mía con John Ford es que en sus películas cuando aparece un hombre por la ventana es para contemplar el paisaje, en mis películas cuando un hombre se asoma por la ventana es porque lo van a matar".

Efectos sonoros: De doble partida. Unos son producidos por la acción misma de los actores y los objetos en escena, y aquellos otros que son creados a exprofeso para la pieza dramática. El solo rumor de olas me aporta un elemento atmosférico. (Situación geográfica, tensión). En la caja escénica también se producen temporales, y el espectador puede viajar al frío.

Música: en pocos movimientos el dramaturgo se puede ahorrar mil explicaciones, mucha información.

Luces: muéstrame que iluminas y yo miraré donde quieras. Elemento cinematográfico: La luz es al teatro lo que la cámara al film. Orden de lectura. Nuestra concepción ha reducido el elemento luminico a una simple cuestión de iluminar al actor. La operación de luces debería estar a cargo de pintores.

Utilería: textura, forma, color. ¡Qué bien escogida aquella lanza con la cual muere atravesado Cocteau en Orfeo!.

Escenografía: palabra pornográfica que en el siglo XX, y aún hoy, se asocia con clavos, martillos y bastidores. Se le reemplaza incluso con otra peor: Decorado. En los manuales los escenógrafos se le confunde con los ebanistas. El árbol beckettiano es una atmósfera de muerte que anuncia ya el final del mundo.

La voz: el actor en su primera línea me instala en el espectáculo, o me expulsa. Al teatro también se va a oír. Aquí hay para estilos, géneros y atmósferas, no en vano se habla de "una voz como de ultratumba", "voces recias, marineras", "una voz argentina", "una voz aguardientosa", "una voz melodiosa", "una voz seductora".

Estilo literario: a cada historia y a cada género su propio estilo. Edgar Allan Poe, maestro de las atmósferas de terror, conocía bien el uso de las palabras. Los colombianos, ricos en tradición oral, no hemos sido afortunados en algunos géneros y somos un poco difíciles en la creación de atmósferas. ¿Herencia española?.


A veces el sólo clima es el elemento cardinal de la atmósfera y pie verosímil de una trama, ejemplo, el film "La ventana indiscreta".


Cuando tomo el texto de la futura puesta en escena el clima me preocupa. ¿Sería posible "Cien años de soledad" en el frío?

Qué raro, hay ciertos géneros y temas que le son ajenos al teatro: El terror, el Western, el suspenso, el relato policiaco, el fútbol, los relatos de anticipación. Precisamente aquellos géneros o temas más proclives a "una atmósfera".

Nunca se utiliza el hablar de atmósfera referida a la escultura. Pocas veces a la danza. Pocas veces a la fotografía, pocas veces a la arquitectura. Casi nunca a la pintura. En música se habla de "un aire" melancólico, o un tono trágico, o un acento dulce. ¿Quiere esto decir que la atmósfera está comprometida al suceder de una historia?


Los dramatizados de la televisión colombiana no tienen atmósfera sino tufo, casi todos huelen a problemas entre señoras ricas y hombres irresponsables del norte de Bogotá. Casi todo huele a Chicó. Nuestras telenovelas, en su mayoría, al verlas nos producen la vergonzosa impresión de que nos estamos metiendo en problemas caseros que tienen esas señoras allá en Bogotá.


En los dramatizados de la televisión se utiliza el término AMBIENTACIÓN. Se trata del responsable de que todos los elementos visuales correspondan a una época determinada. Pero rara veces esa AMBIENTACIÓN ha podido salir del Norte de Bogotá. Ni hablar de atmósferas.


Aquí se plantea un asunto: ¿Puedo crear una ambientación en contraposición a una atmósfera? El ejemplo está planteado con un caso típico. La escena representa una alegre fiesta infantil. Toda la ambientación está en ese orden. Allí la torta, allí serpentinas, globos de colores, pitos, algarabía, cánticos. De pronto se ha descubierto el cadáver de un niño que yace acuchillado. ¿Se ha transformado este AMBIENTE alegre e infantil en una atmósfera trágica, de terror?


El cine, como el teatro, como la literatura, ha creado sus códigos de narración al servicio del género. Cuando empieza el film la cámara me registra un primerisimo plano de un cuchillo, después un ojo, luego alguien observa detrás de una cortina: esta película no va a ser un tierno romance. En estos primeros minutos el director me ha puesto las cartas sobre la mesa. "Si una escopeta aparece en el primer acto -dice Chejov- no debe pasar del tercer acto sin dispararse".


Uno de los grandes inconvenientes que tienen nuestros actores de los dramatizados de la TV colombiana es el desgaste: nunca creeré que Gustavo Angarita pueda ser Rasputín.


De la misma forma que nos produce risa ver a nuestros actores mulatos haciéndonos creer que son esos rubios ojiazules personajes de shakespeare y hablando con tono regionalero. He ahí una "atmósfera" bastante graciosa.


Solemos confundir la máquina de humo con una atmósfera. Raras veces he visto la adecuada utilización de esta máquina en el teatro. Tal vez la única vez que se justificaba era en aquella bella representación del teatro la Llanura de Argentina con sus "Actores de provincia". Atmósfera enrarecida, triste, dramática.


En este mismo grupo pude apreciar un efecto extraordinario con su "Clásico binomio". Los cortes de luz marcaban distancias, tiempo, envejecimiento, decadencia. Otro ejemplo de una atmósfera a partir de elementos mínimos. Nostalgia y tragedia.


En "Tráfico pesado", del grupo la Candelaria, una actriz con su entonación alemana y su estilo actoral, proporcionaba toda la atmósfera de la pieza.


En "La balada del café triste", del Teatro Libre, esto mismo lograba el narrador por su entonación.


Por lo general, y a no ser que se trate de un experimento muy singular, detesto las representaciones de los clásicos con actores de smoking.


A veces la atmósfera lo es todo. Pero a veces no es nada.


Según Apollinaire la famosa niebla londinense es un invento de los poetas. El parís del siglo XIX con su sol, sus muchachas y sus barcazas es un invento de los impresionistas. Los artistas -dice Apollinaire- son los que nos regalan la imagen de una época.

El término "decorado verbal" resulta clarificador para el teatro.